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Quizá se haya estirado demasiado el chicle o quizá apostar ampliar el marco de acción de Eliseo Basurto (Guillermo Francella), el fascinante y fastidioso conserje de 'El encargado', haya sido una mala decisión, pero lo cierto es que, con su tercera entrega en Disney+, la serie creada por Mariano Cohn y Gastón Duprat se ha estrellado. Y es una pena después de dos geniales temporadas.
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La nueva temporada comienza justo donde terminó la anterior. Ojo que va 'spoiler'. Recordemos que Beba, la venerable anciana que adoraba a Eliseo, falleció y le dejó su piso en herencia a este. El encargado pasó a formar parte del consejo de propietarios y logró que echaran del bloque de viviendas brutalista a su némesis, el abogado Matías Zambrano. En un final, tan 'terrorífico' -es un decir- como disfrutable, el encargado se dirigía por vez primera al espectador al que le decía que no se preocupara por seguir repantingado en el sofá, que ya se iba a ocupar él de vivir.
Pero para Eliseo vivir es, básicamente, trabajar y cumplir los objetivos que se propongan. Y en esas anda cuando dos miembros del sindicato de encargados llegan a su edificio con una comunicación oficial. Es una invitación para participar como orador en la VII Convención Interamericana de Encargados de Propiedad Horizontal, que se va a celebrar en Río de Janeiro. «No sé, tengo muchas cosas que hacer», responde en un primer momento Eliseo. Pero cuando llega a su piso, igual de aséptico que siempre, una conversación con alguien a quien lleva en el recuerdo le hace cambiar de opinión y hasta de aspecto.
Es un intento de alejar al protagonista de la ficción del bloque de viviendas en el que se ha desarrollado toda la acción desde la primera temporada y es interesante porque, una vez más, comprobamos que el personaje no tiene ningún interés por relacionarse con nadie y que nada ajeno al edificio de sus amores le divierte. Allí, rodeado de sus compañeros de profesión, tiene una revelación sobre el próximo paso en su vida profesional: fundar su propia empresa de encargados, a la que llamará 'Soluciones Integrales Basurto', con la intención de controlar todos los edificios del barrio. Es así como convencerá a diversos consorcios de contratar sus servicios y a los encargados de unirse a él. Aunque las cosas serán bastante más complicadas de lo que él imagina, Eliseo no se dará por vencido e irá a por todas.
A nadie se le escapa que la estructura es similar a la de la primera entrega -en aquella tenía que tratar de convencer a cada propietario de que dijera no al proyecto de construir una piscina en la azotea-, sin embargo aquí la exageración y el subrayado se adueñan de la narración. Eliseo, que ya era un ser despreciable, se convierte en una suerte de megalómano y acaba derivando en una caricatura de sí mismo, algo que juega en detrimento de la comedia, en lugar de a favor. Sí, hay algún que otro pasaje divertido -ese inquilino al que le huele el aliento a rayos o los tiras y aflojas con el encargado vecino-, en el que la comedia negra brilla como antaño, pero en general la serie ha perdido fuelle e inventiva y hay tramas bochornosas -la del tantrismo, por ejemplo, relacionada con un personaje de su pasado que acabará revelando algunos misterios sobre nuestro antagonista-.
Por el camino, de nuevo, cierta crítica social relacionada con temas de plena actualidad en Argentina como las luchas sindicales o las relaciones laborales. Una vez más, y no hay que ser un lince, a Eliseo le saldrá todo a pedir de boca y eso, a estas alturas, quizá también sea un problema.
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