Víctor Clavijo
Secciones
Servicios
Destacamos
Víctor Clavijo
Víctor Clavijo (Algeciras, 50 años) no ha tenido la suerte de despuntar como protagonista, pero es imposible entender las tres últimas décadas de industria audiovisual en España sin tener en cuenta a este actor poliédrico, capaz de insuflar vida a cada personaje. Esta semana estrena ' ... La espera', un thriller dirigido por F. Javier Gutiérrez, ambientado en los setenta, en el que da vida al guarda de una finca andaluza cuya vida se desmorona tras aceptar un soborno.
-¿Cómo llegó al papel y que le sedujo de la historia?
-Me sedujo todo de la historia. Me pareció completamente novedosa, muy arriesgada. Me costó mucho visualizarla en un principio, pese a que el guion era muy visual, que es una cosa maravillosa de Javi. Me sedujo el reto de un personaje tan alejado de mí y de lo que había hecho hasta ahora. Era un reto que imponía, que me preocupaba y que daba miedo, evidentemente, por no estar a la altura, pero Javi lo tenía muy claro desde un principio. A partir de ahí ya me puse en sus manos, sobre todo porque a Javi no podía decirle que no... Es que me encanta tanto lo que hace y lo admiro tanto, que sabía que, hiciésemos lo que hiciésemos, algo muy interesante iba a quedar.
-Es la segunda vez que trabajan juntos, después de '3 días', una cinta de hace quince años. Estos reencuentros, ¿le sirven a uno para hacer balance?
-Pues fíjate, es que en estos 15 años no hemos perdido el contacto para nada. Nos hicimos amigos a raíz de la película. Años después del estreno, fui a visitarle a Los Ángeles y pasé unos días con él. Siempre que ha venido a España nos hemos intentado ver, estuve en el estreno de 'Rings'... No hemos perdido contacto para nada, pero sí que es verdad que cuando nos juntamos en esta película, partíamos de una ventaja y es que ese conocimiento a nivel personal ya lo teníamos. Para '3 días' no me conocía y el me cogió a raíz de un casting de ocho horas, que fue el más largo que he hecho en mi vida. Es que Javi es obsesivo compulsivo, como yo, así que nos hemos juntado dos personas que somos hípermegaexigentes con nuestro trabajo. Y sí, nos entendemos muy bien, nos reímos de esa autoexigencia y de esa compulsión que tenemos con el trabajo y nos complementamos muy bien. Lo que nos hemos dado cuenta con este reencuentro es de que hay un mayor conocimiento, yo ya sé qué clase de director es y cada día lo admiraba más. También había una parte de confianza en mí mucho mayor. Por otro lado, él me conoce más y sabe a dónde llevarme. Y como director, si hubiese sido la primera película que hacíamos juntos, pues quizás no me hubiese exigido llegar a unos lugares y se hubiese conformado con lo primero que le hubiera dado. Ese nivel de confianza permitió que él me llevase a un lugar mucho más allá de lo que yo le di al principio los primeros ensayos.
-Es un thriller desgarrador, que a veces parece terror, que a veces parece fantástico, pero tiene alma de wéstern, ¿no?
-Sí, sí. Yo creo que el wéstern efectivamente es como el pegamento que une a toda la película, porque efectivamente, empieza siendo un drama costumbrista, que nos puede remitir a 'Los santos inocentes', a 'La familia de Pascual Duarte' o a 'La caza', pero de repente deriva hacia una película de venganza, un thriller rural. Y luego, en el tercer acto, deriva hacia otro género que tiene que ver un poco más con lo fantástico. Pero el pegamento común es este alma de wéstern crepuscular.
-Da vida a Eladio, el guarda de una finca al que el mundo se le derrumba cuando acepta un soborno. Decía que era un personaje muy distinto a usted. ¿Cómo se preparó para el mismo?
-Fueron como varias etapas. Una vez que Javi me propone la película, que debió de ser en abril del año pasado, leí el guión y me dijo íbamos a empezar a rodar en verano. Íbamos a empezar en julio pero finalmente fue algo más tarde y me dijo: «Empieza a dejarte la barba ya». Parece una tontería, pero lo primero es el aspecto físico del personaje y el necesitaba un tipo con barba de tres, cuatro meses, lo que fuese, hasta donde llegase. A partir de ahí me dijo: «Ve perdiendo peso. Quiero verte mucho más delgado de lo que tú ya eres y quiero que durante el proceso de la película vayas perdiendo peso para contar la degradación física y mental del personaje que está atravesando por este lugar de casi locura». Según rodábamos la película entendí que había un aspecto casi 'crístico' de un personaje que emulaba a un Cristo huesudo, con los calzoncillos blancos, camino de la cruz, prácticamente.
-Eso era el aspecto físico. ¿Y todo lo demás?
-Lo siguiente fue buscar la voz del personaje, porque Javi no quería que sonase como sueno yo, ni con mis inflexiones vocales ni con los colores que pueda tener mi voz. Eladio es un hombre que se expresa poco, corto, y dice lo que tiene que decir y poco más. Y Javi tenía muchos guardeses como referencia, a los que había conocido personalmente. En los primeros días todavía me decía: «Veo el cuerpo de Eladio, veo que no se mueve como Víctor, pero todavía oigo a Víctor, y quiero oír a Eladio». Aquello me rayaba los primeros días.
-Es que para un actor lo más difícil debe de ser contenerse.
-Claro y es que, efectivamente, es un ejercicio de contención absoluta y confiar con que la cámara lo va a captar absolutamente todo. Una vez que encontramos la voz del personaje, para mí ya fue como un agarradero emocional a partir del cual fue todo fluido. Pero antes de eso también había pasado unos días en una finca con un tipo que me explicó sobre el terreno el trabajo del guardés. Me llevó por su coto de caza, me enseñó el lenguaje técnico preciso y el trabajo de los guardeses, me enseñó cómo ellos pistean, que es buscar las pistas de los animales furtivos o si entra un cazador furtivo en el coto de caza. Hay casi una adicción al silencio, un empoderamiento que les hace sentirse los señores de la naturaleza o de ese coto, y esto me hizo entender también la psicología del personaje. Y ya el último proceso es la preparación emocional para transitar por todos los lugares emocionales por los que atraviesa el personaje: la culpa, la ira, el dolor, el deseo de venganza, la locura...
-La película aprovecha también estos asuntos para hablar del clasismo, de esas diferencias entre el señorito andaluz y el peón, algo que a menudo pensamos que está superado pero que sigue ahí.
-Totalmente. El gran triunfo del capitalismo es que ha hecho creer a la clase obrera que es clase media. Lo creo firmemente. Se ha perdido conciencia de clase. Un tío de clase obrera no se considera clase obrera. ¿Por qué? Porque se ve con su Playstation, con su coche y con su TikTok y su Instagram, y todo con préstamos, lógicamente. Y dice, ¿yo, clase obrera? ¿Yo de qué? Es clase obrera hipotecada para llevar una vida de clase media, hipotecada hasta las cejas. Es una pena que se haya perdido esa conciencia de clase, pero esa es una de las tantas capas que tiene la película.
-La cinta regresa al entorno rural, que de un tiempo a esta parte parece ser una constante en el cine español. ¿Por qué ahora?
-Creo que la pandemia ha tenido que ver. Siempre ha habido historias en lo rural, pero a lo mejor no han tenido tanta repercusión, pero con la pandemia ha habido una mirada hacia la naturaleza. Los encierros en las grandes ciudades nos ha hecho darnos cuenta de que, de repente, no podemos vivir en cementos aislados y que nos falta horizonte y nos falta respirar y nos falta campo. Vvir encerrado en un piso de 30, 40, 50 metros cuadrados nos ha hecho anhelar el horizonte y el campo y la naturaleza. Mucha gente, después de la pandemia, se ha ido a vivir al campo y eso le ha dado un nuevo sentido a su vida. Le ha servido para decir qué estoy haciendo con mi vida. Pero por otro lado, además, también creo que el campo es un lugar conectado con emociones más primitivas, que el hombre de ciudad las ha perdido. Está más conectado con la entraña, con lo visceral, con lo atávico, con el misterio desconocido de la naturaleza, pero también con los grandes crímenes motivados por las venganzas. Esa crónica negra de la España rural. Nuestra película contiene elementos casi telúricos de la naturaleza. Esto que ves en la poesía de Federico García Lorca o en 'Bodas de Sangre', ese misterio de la naturaleza que desata las pasiones más profundas, eso te lo ofrece el entorno rural. Además es el lugar en el que todavía hay leyendas, cuentos. En el entorno rural hay todavía supersticiones y es un terreno muy fértil para todo este género.
-¿El rodaje fue tan duro como se intuye en la película?
-Sí, sí, lo fue. La película se tenía que haber rodado realmente en ocho semanas y se rodó en cuatro por una cuestión presupuestaria. Eso supone que tienes que ir a una o a dos tomas nada más. Y esto genera en el equipo estrés y tensión. Si a eso le sumas diez horas de rodaje a pleno sol en el agosto sevillano, en el campo, en un páramo, sin sombra, pues ya le añades un factor extra y si cuentas la hora de traslado al set y una hora de vuelta a tu apartamento, ya son dos horas más. Todo eso en cuanto a lo físico, evidentemente, hace que el rodaje fuese muy duro. Si ya le sumo, evidentemente, que mi personaje encima lo está pasando mal, física y emocionalmente, pues es un extra de queso para la pizza.
-'La espera' no explicita lo que sucede. ¿Ha perdido el cine esa capacidad de sugerir más que de explicarlo todo?
-Totalmente, creo que sí. Creo que es una de las virtudes de Javier, que le encanta sugerir más que contar, que le encanta que los planos tengan mirada cinematográfica, que la cámara se mueva con una intención dramática y no como un videoclip de la MTV. No se puede generalizar, pero sí creo que el cine 'mainstream' tiene esa cosa como de miedo al vacío, horror vacui, y necesita mantener al espectador todo el rato atento y el cine es otra cosa donde cabe ese tipo de historia que exige de atención plena del espectador para que pueda disfrutar de cada uno de los planos donde está la grandeza, ese cocido a fuego lento en el que en cada plano hay una, dos y a veces tres capas. Javi, por ejemplo, no quería nada de verde en la pantalla. Había una decisión cromática en la película y evitaba el verde en todo momento. Luego tiene sentido cuando ves la película, porque hay una unidad cromática, que te genera una atmósfera y un estado de ánimo.
-Primero fueron las plataformas, luego la llegada de la pandemia y parecía que el cine desaparecía, pero este año las cosas parecen ir bien. ¿Hay esperanza?
-Uf, no sé decirte, quiero pensar que sí, porque disfrutar de una película en casa no es lo mismo que en el cine. Hay algo de la magia de la pantalla grande y en el hecho social de que te cuenten una historia junto a un grupo de desconocidos, que remite a algo ancestral, cuando en las primeras tribus, el contador de historias le contaba a la tribu una historia. Lo que sucede es que las plataformas cada vez ofrecen más contenido. Hay tanto contenido que es imposible verlo todo y el cine en las salas cada vez aguanta menos porque está la prisa porque el primer fin de semana se haga un taquillazo. Antes, yo creo que había menos oferta y las películas tenían un recorrido más largo. Ahora, se da trabajo a la industria, pero quizás se pierden voces interesantes por el camino, porque lo que las plataformas buscan es un tipo de contenido que guste a todos los públicos. Yo, por ejemplo, estoy recurriendo a Filmin como espectador porque quiero ver películas que no tengan esa prisa.
-Sé que toca el piano pero lo que no sabía es que lo del piano iba antes que lo de ser actor.
-Es que en mi casa se escuchaba mucha música clásica. Mi padre era un gran melómano y cuando vi 'Amadeus'... es la película de mi vida. Yo creo que empecé a estudiar piano a raíz de 'Amadeus'. Mis padres hicieron el esfuerzo de comprarme un piano pero luego me di cuenta de que lo que quería ser es actor y que quería ser Salieri, uno de los personajes de mi vida. Entonces empecé a estudiar y me di cuenta que cada curso que iba pasando, el piano me demandaba más horas y apareció el teatro por mi vida, a los catorce o quince años. Yo ya me daba cuenta de que vibraba de una manera muy especial con las películas Chaplin, James Dean y cayó en mis manos un libro sobre el Actor's Studio, que tenía mi padre en casa, y otro sobre Stanislavski, la construcción del personaje, y aquello para mí fue como que se me abrió un mundo y me di cuenta de que no quería ser el músico, sino el actor que interpretaba al músico.
-¿Le ha ayudado la formación musical?
-Al final creo que me ha dado una cosa muy buena como actor, que es un sentido del ritmo, que la tengo como incorporado de alguna manera, y rigor a la hora del estudio, porque para estudiar música tienes que ser muy riguroso, un sentido del sacrificio a nivel humano.
-¿Y cómo se tomaron sus padres que apostara por la interpretación?
-Bueno, fue difícil porque yo estaba estudiando Derecho.
-¿Cómo?
-Yo tomé la decisión de ser actor a los 14, 15 años, cuando, ya te digo, cuando cayó en mis manos estos libros. Cuando empecé a hacer teatro, además amateur, con una compañía cerca de Algeciras, y había probado también hacer teatro en el instituto, y me lo tomaba de una manera muy seria. Me gustaba tanto, y el director de mi compañía le dijo a mis padres, cuidado con el niño, que quiere ser actor de verdad. ¿Qué pasó? Que saqué muy buena nota en selectividad y mis padres me dijeron: «Oye, con esto estudiate una carrera, y ya harás teatro cuando salgas de la oficina».
-¿Y qué pasó?
-Caí en la trampa y elegí Derecho porque fui un orientador profesional y no sabía qué estudiar, y me dijo: «Tienes buena memoria ¿qué te gusta?», actuar, le respondí. Y me dijo «Pues a lo mejor Derecho». Yo pensé que tenía que ver con las películas americanas, con los abogados que salen en los juicios. Y yo, coño, esto es teatro.
-Es declamar.
-¡Eso! Entonces elegí Derecho pensando que era eso, y a los dos años me di cuenta de que no tenía nada que ver, que era una cosa completamente árida e infumable. Y estando en Granada vi una obra sobre textos de Bukowski de teatro con Juan Diego, y dije: «Se acabó, lo dejó todo» y le dije a mi padre que la culpa la tenía él por habernos puesto de pequeños películas clásicas, por dirigir cortometrajes en Super 8 y por hacer teatro amateur. Lo entendió y me dijo que adelante. Yo les engañé diciéndoles que me iba a matricular en Publicidad, que lo hice, pero luego me presenté a las pruebas de ingreso en arte dramático, me cogieron, y jamás pisé la Complutense.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
A la venta los vuelos de Santander a Ibiza, que aumentan este verano
El Diario Montañés
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.