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«La carretera termina aquí», señalan los vecinos, al tratar de explicar que esa es la única vía para poder llegar al pueblo. Pero es más bien al revés. Ahí comienza la PP-2354. Un cartel amarillo con la señalización 'Km 0' en la esquina de una calle lo corrobora. Y no solo eso. Ahí también nace el río Ucieza. Por eso, se llama Villasur de Ucieza. Esta pedanía de Saldaña puede sacar pecho en estos tiempos de pandemia y gritar, en sus amplias eras y con la Peña Redonda al fondo de su bello paisaje, que es un pueblo inmunizado. ¡Inmunizado! Porque todos los vecinos que viven en el municipio están vacunados contra la covid-19. En distintas fechas, con sueros diferentes, sí, pero todos han recibido en el centro de salud de Saldaña el pinchazo del comienzo de la vuelta a la normalidad.
Pero aún hay más. Además de estar todos llenos de anticuerpos, el coronavirus no ha visitado el municipio. Ni una vez. «No hemos tenido ni un caso positivo entre los vecinos, ni siquiera ha sido necesario tener que guardar una cuarentena», afirma, con mucho orgullo la alcaldesa pedánea, Olaya Mediavilla.
En quince meses de covid, ni una vez el virus ha tomado el desvío de la carretera de Cervera para visitarles. Ni siquiera se ha acercado lo suficiente para ser contacto estrecho de ninguno de ellos. Este pequeño pueblo, con tan solo quince personas censadas, se ha convertido en el búnker que la covid no pudo dañar y ahora, aún menos. Es el Numancia de la pandemia.
Eso sí, desde el primer momento respetaron las medidas de seguridad para evitar brotes y sustos innecesarios. «Desde el principio, todos se pusieron la mascarilla. Lo aceptaron con naturalidad», argumenta la edil.
«Claro que he notado mucha diferencia de estos tiempos a los de antes, ¡cómo no! Por este barrio vivo yo solo y nos veíamos de lejos y muy de vez en cuando», afirma Eliberto Lerones, señalando las casas a su alrededor, mientras Tobi, su perro, corretea a sus pies.
Pero, de todas las rutinas que han tenido que aparcar, de todo lo que han tenido que modificar de su día a día, lo que más echan de menos todos los vecinos del pueblo es el teleclub. «Es el único de todas las pedanías de Saldaña que abría todos los días del año», subraya Olaya Mediavilla. «Y por la mañana y por la tarde, que este pueblo tiene mucho ambiente», añade, por su parte, Mari Valle Santos.
Sagrario Andrés y Ángel Campo tenían todo preparado para montarse en el coche y conducir desde Vitoria hasta Villasur. «El primer día que pudimos, viajamos para acá», afirma Sagrario. «Nos vinimos en cuanto nos dejaron, por si volvían a cerrar», continúa con humor. Este municipio palentino es el pueblo natal de los dos, ambos ya jubilados y vacunados. Es el lugar donde suelen pasar largas temporadas, desde primavera hasta finales de otoño. «Ya hemos estado mucho en la capital y nos gusta volver aquí, a la Vega», agrega, con una sonrisa debajo de la mascarilla.
Justo en ese momento, mientras conversan, se enteran de que acaban de llegar Celestino y Seve de Alicante, que también pasarán toda la temporada en su casa de Villasur. Al llegar a saludarles, se encuentran a Seve agachada, mientras trata de quitar las hierbas que han ido naciendo en la entrada de su casa, a la que no venían desde agosto del año pasado.
«Ahora mismo hemos llegado», saluda Seve Portillo desde la verja de su casa. «Ya teníamos ganas, que desde el verano que no estábamos aquí», agrega. «Pero, ¿has visto cómo está esto?», pregunta, a continuación, a nadie en particular, señalando los hierbajos que nacen entre las piedras de su casa.
Celestino de las Heras, que justo estaba descargando el coche, asoma por la puerta. «Nosotros ya estamos vacunados. Además, aquí ha estado todo muy limpio de virus todo el tiempo», afirma, antes de meter la comida para no atraer a los gatos.
Las familias van retornando, poco a poco, a Villasur. El mundo rural, siempre en alza por la calidad de vida que le envuelve, ha vuelto a la palestra por la pandemia, para demostrar, a golpe de ejemplo, que vivir en el pueblo es sinónimo de tranquilidad y de naturaleza. Y por eso cada vez más gente busca aquí una segunda residencia. «Es que aquí se vive muy bien, la verdad. El pueblo siempre gusta», cierra Eliberto Lerones, mientras coge en brazos a Tobi y asiente con la cabeza.
Se tuvieron que despedir, en marzo del año pasado, del vermú de antes de comer y de las partidas de cartas por la tarde. Y aún no lo han recuperado. Eso es lo que todos, que son como una gran familia, tanto añoran. «Es que el tema de las cartas es más complicado», reconoce la alcaldesa.
Los bolos, otra de las aficiones de los vecinos de Villasur –que entrenan mucho y suelen ganar en campeonatos a los de otros pueblos cercanos– también es algo que han echado de menos. Aunque su bolera, al aire libre, ya ha retomado aunque muy puntualmente su actividad.
Los meses más duros de la pandemia, cuando los días corrían en el calendario sin visitas, sin paseos y sin demasiada luz, los vecinos de Villasur que disponían de coche se encargaban de hacer la compra en Saldaña para todos, para abastecer a los más mayores que no tenían posibilidad de desplazarse. Ahora, con la vuelta a las costumbres y rutinas de antes, las furgonetas llegan de nuevo a sus calles, con su claxon y con su jaleo, para vender pan. «Dos día a la semana viene el panadero de Saldaña y otros dos, el de Sahagún. Antes venían más días», afirma Mari Valle Santos.
Hasta poco antes del estallido de la covid, también recibían los viernes la visita del pescadero. «Qué bien nos venía, yo lo echo muchísimo de menos», continúa Mari Valle, única mujer en el pueblo durante los meses de invierno, porque la alcaldesa pedánea, Olaya Mediavilla, trabaja en la Escuela Técnica Superior de Ingenierías Agrarias como profesora asociada y también en una empresa de biotecnología forestal, y vive en la capital.
Mediavilla pasea despacio por su pueblo, disfruta de todos los rincones. Muestra un pequeño jardín, ahora un poco más descuidado, que estuvo lleno de flores y de color el año pasado. «Varias parejas de Madrid, con casa aquí, se vinieron antes del confinamiento y lo pasaron en Villasur e hicieron algún jardincito. Era un entretenimiento para ellos, plantaban flores y las cuidaban», cuenta, a la vez que Tobi olfatea los hierbajos.
Para tener menos de docena y media de habitantes censados, las calles del municipio están llenas de casas, superando las cuarenta. Y es que muchos de los empadronados viven solos y, a esto se suma, que hay bastantes segundas residencias, de vecinos que se escapan en cuanto pueden de las capitales, para volver al pueblo, para respirar aire puro y dar un paseo «hasta el kilómetro 3». Muchas tardes quedan para caminar juntos hasta el cruce de la carretera de Cervera, donde hay una señal que pone 'Km 3'. Ese suele ser su recorrido habitual.
«Están arreglando bastantes casas en el pueblo, de gente que quiere volver o venir con más frecuencia», afirma Olaya, al llegar a una plaza donde se entremezclan construcciones brillantes de ladrillo con irregulares paredes de adobe, castigadas por los años.
La antigua escuela echa de menos las fiestas y las comidas de celebración. Al lado del parque infantil y frente a la bolera, sigue esperando poder acoger la comida de San Isidro, que, por segundo año consecutivo, no se ha podido conmemorar entre los vecinos. O la festividad de La Virgen, el 15 de agosto, con verbena, procesión y hasta juegos infantiles.
«Yo creo que aún tardaremos en hacer vida normal, porque el miedo lo seguimos teniendo», reconoce Sagrario Andrés. «Pero, es verdad que viendo las noticias, todo te anima a estar un poco más tranquilo», añade, por su parte, Ángel Campo. Todos los vecinos, a pesar de estar vacunados, mantienen las mascarillas durante el paseo hasta la iglesia, construida con ladrillos y cantos entre los siglos XVI y XVIII.
El cura de Saldaña se desplaza hasta Villasur para dar misa a los vecinos un día a la semana, que se alterna entre domingo o día de diario. En invierno hay muchos asientos vacíos, pero cuando llega el buen tiempo y las vacaciones, sus calles y los bancos de la iglesia se llenan de gente.
«El verano pasado vinieron menos que otros años. Estamos deseando que esto pase ya», reconoce Cayo Mediavilla, que entraba al pueblo con el coche y al ver a los vecinos al lado de la iglesia ha subido a saludar. El que fuera alcalde pedáneo de la localidad durante más de veinte años se acuerda de las partidas, también. «No he cogido las cartas desde el confinamiento y sí que las echo de menos», admite. El viento del Cierzo comienza a soplar con más fuerza. Los vecinos se esconden bajo las chaquetas y concluyen 'Es hora de volver a casa'.
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