El enigmático y evocador espacio de la cripta de San Antolín aproxima al visitante en el tiempo a los orígenes de la ciudad de Palencia, en territorio vacceo, fundada por los romanos después del año 72 d. C. a orillas del río Carrión tras la ... destrucción de la homónima ciudad de Pallantia. La historia de la Catedral comienza con un templo de época visigoda, rodeado por construcciones romanas, destruidas en parte hacia el 457 durante las invasiones bárbaras.
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Todo indica que bajo dominio godo la zona dependía en lo eclesiástico de Toledo, pues no consta obispado hasta el siglo VI. La sede episcopal de época visigoda contó con su catedral, pero no existe constancia ni arqueológica ni documental anterior a la parte más antigua de la cripta de San Antolín. Lo que está claro es que la cripta es el resultado de la unión de dos espacios, el primitivo del fondo, del siglo séptimo, y su ampliación hacia el oeste, del siglo XI.
San Antolín fue un santo sirio del siglo IV, aunque la elaboración legendaria lo convirtió en compañero de San Dionisio y mártir del siglo X, y fue especialmente venerado en la ciudad francesa de Pamiers. Sus reliquias habrían sido traídas a Palencia por el rey godo Wamba (672-683), olvidadas tras la invasión musulmana y descubiertas por el rey navarro Sancho III. Fue el mismo San Antolín, quien en aparición milagrosa paralizó el brazo del rey cuando se disponía a matar al jabalí y le indicó el lugar donde sus restos reposaban.
El escenario de tal prodigio se correspondería con el espacio más antiguo, rectangular y angosto, con una zona abovedada y al fondo, una triple arquería de arcos de herradura sobre columnas y capiteles romanos, datada en la segunda mitad del siglo VII.
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La documentación traslada esta cripta hasta mediado el siglo X, cuando en la documentación del monasterio de Sahagún aparece un obispo llamado Julián, cuya diócesis coincidiría con el entonces pujante condado de Monzón y desaparecería con éste, no volviendo a erigirse sede hasta el siglo siguiente y siendo regidos sus territorios desde las de León y Burgos.
La definitiva restauración de la Diócesis de Palencia se produjo pues en el siglo XI, en el marco de las disputas políticas entre los reinos de León y Navarra, especialmente tensas por el control de la zona entre el Cea y el Pisuerga. En 1033 se cita como obispo en Husillos a Ponce, que nombrado obispo de Oviedo por Alfonso V de León, su presencia debe encuadrarse dentro del deseo de instauración del rito romano promovido por la dinastía de Pamplona, que por entonces imperaba en estas tierras. Es probable que la restauración diocesana de 1034 contase con su diploma original, aunque los hoy conservados en el Archivo de la Catedral de Palencia son falsificaciones redactadas para defender los límites diocesanos frente a las ambiciones de la sede leonesa. Así pues, la recuperación de la mitra palentina, que supuso la introducción del ritual romano, tiene también una lectura política, como medio de segregar de la diócesis de León los territorios en disputa con Castilla.
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La restauración debió llevar aparejada la construcción de un nuevo templo, aprovechando los restos del visigodo que aún quedaba en pie, ampliándose entonces hacia el oeste la cripta al modo de la Cámara Santa de Oviedo. Una vez recuperada la vida de la sede, interrumpida durante dos siglos por la invasión árabe de la Península, se amplió la cripta hacia 1034. Con una planta basilical, con ábside semicircular ornado con arquerías, abierta la central a la parte antigua, y acceso desde la parte alta a través de escalera en la zona sur, se conserva parcialmente la puerta. Se cubre con bóveda de medio cañón con potentes arcos fajones que parten del suelo, y muestra vanos de ventilación laterales. Como en Santa María del Naranco, se proyectó una obra consistente en un edificio en superficie, con su cripta en el subsuelo, conservándose únicamente, por su valor simbólico, el espacio oriental de la actual cripta, que se conectó con la ampliación protorrománica, según explica el historiador Rafael Martínez.
Se trata de uno de los primeros testimonios del arte románico en la Meseta, y el primero documentado en tierras palentinas, tan fértiles para este estilo artístico. En definitiva, un lugar recóndito y desconocido, más aún que la catedral que lo envuelve, La Bella Desconocida y a la que de forma indirecta contribuyó a dar origen. No se ha resuelto el debate sobre la función que debió de poseer este lugar, pero lo que parece evidente es que fue sitio de reposo de San Antolín.
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Cada 2 de septiembre, día de san Antolín, se abre la cripta para ofrecer el agua de su pozo a los asistentes, una tradición muy arraigada entre los palentinos. Aunque al agua se le atribuían hasta poderes curativos, la normativa sanitaria ya antes de la pandemia prohibió su consumo y se reparte el contenido de garrafas. Aún así la tradición perdura y los palentinos forman colas para hacerse con un vaso de agua mientras transcurre la eucaristía dedicada al santo patrón.
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