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Pocos visitantes reparan en ella. Observando la inmensidad de la catedral, con su altura, con sus cúpulas, con todo lo que alberga, pocos reparan en ella. Está situada en un lateral de la capilla del Sagrario, da acceso desde la girola, y tiene nueve siglos de vida. Más que la propia catedral, que cumple setecientos años. No es una pintura, una escultura o incluso una piedra tallada. No. Es una verja de hierro y madera, que se recuperó de la catedral románica del siglo XII, que cubriría un vano indeterminado de la misma, y que se colocó dentro de la seo gótica. Sin duda, la antigüedad de sus hierros y su laboriosidad fueron claves para que sobreviviera y para que se pueda admirar hoy en día.
Es la reja más antigua de la catedral, pero no es la única que tiene gran valor. En realidad, todas lo tienen. Y esa es la novedad. El hecho de que se hayan conservado todas las rejas, todo el arte del metal, y que ninguna haya sido vendida a un museo o fundida para ser reutilizada. Todas permanecen sobre la planta basilical palentina.
Junto a la de la capilla del Sagrario, que es románica, destacan, sobre todo, la forja de hierro de la Capilla Mayor y del Coro, situada una enfrente de la otra. Todas las rejas que tiene la catedral son únicas en España, van desde el siglo XII hasta el siglo XX. Y son únicas por su cantidad, ya que se conservan todas, y por su calidad.
El arte del metal de la seo también está presente en las alturas y en su sonoridad, no solo en sus rejas. Está presente en sus campanas. La 'gorda' (supera las dos toneladas de peso con el yugo) y otras seis campanas descendieron el 11 de septiembre de 2020, desde donde vislumbran la capital palentina en todo su esplendor, desde la torre. Cuatro de ellas –las más pequeñas– han podido ser restauradas a tiempo y devueltas a su torre para que repiquen el día del centenario, con ilusión y alegría.
La intervención global de las siete campanas de la seo palentina, que cuenta con la autorización de la Comisión Territorial de Patrimonio, se ha llevado a cabo en Saldaña, en Campañas Quintana, para su limpieza, reconstrucción de los yugos y automatización con los equipos de volteo y una central de mando.
No todas llegan para celebrar el día que se puso la primera piedra de su casa. La empresa ha tenido bajas por covid y eso les ha retrasado todos los trabajos. Además, la intervención en los yugos de las campanas grandes está siendo más compleja de lo que se pensaba inicialmente y también está habiendo problemas en el suministro de maderas. El principal objetivo de haber actuado y seguir haciéndolo sobre estas campanas, la mayoría del siglo XIX, es prepararlas para que puedan ser tocadas tanto automáticamente como manualmente –subiendo a la torre y volteándolas o mediante golpes con el badajo–. Para lograrlo, lo primero que tienen que hacer es modificar el contrapeso de los yugos, para que la campana se pueda voltear también manualmente.
Estos yugos están hechos con madera tropical, antiguamente se utilizaban las maderas de la zona. Aquí, era, sobre todo, encina y roble. Después de quitar peso, tienen que probar cada campana con su yugo, para saber si el contrapeso es el adecuado. Esto no es algo científico, por lo que hay que hacerlo en aproximación.
El último paso, antes de que estén listas apara abandonar el taller, es limpiarlas, tratar su bronce para que recuperen todo su esplendor. Esta aleación de cobre y estaño es resistente a los golpes durante años y años, no se oxida, a pesar de las inclemencias meteorológicas, y consigue que el sonido sea el adecuado.
Pero, a pesar de que las campanas no se oxiden, sí que les cambia la tonalidad con el tiempo, desde el color brillante y amarillento del bronce hasta el verde que suele predominar. Esa tonalidad es una pátina. Es un proceso químico que se produce en la superficie del bronce, que se autoprotege y genera una capa superficial de un óxido que impide que la oxidación continúe y ya permanece así durante siglos.
La limpieza se lleva a cabo con una microesfera de vidrio, un material ligeramente agresivo que se proyecta sobre la superficie a baja presión para no deteriorar el metal. Posteriormente, se echa una cera microcristalina para embellecerla e impedir que la campana adquiera una pátina demasiado pronto.
Parte de las campanas, que llevaban ya más de dos años sin poder ser tocadas automáticamente porque un rayo había estropeado el equipo eléctrico, ya pueden admirar la ciudad desde las alturas, celebrar el séptimo centenario y repicar con fuerza.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
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