Inmaculada Gutiérrez y Esmeralda Cuena, en la sede de ALCER. Manuel Brágimo

Inmaculada Gutiérrez y Esmeralda Cuena Trasplantadas renales

«Para nosotras el trasplante es la diferencia entre vivir o ver pasar la vida»

Inmaculada y Esmeralda recibieron la noticia de que sus riñones no funcionaban cuando solo eran unas niñas y se han sometido a dos trasplantes

Almudena Álvarez

Palencia

Lunes, 1 de mayo 2023, 00:42

Las vidas de Inmaculada Gutiérrez y Esmeralda Cuena han transcurrido paralelas y marcadas por la misma enfermedad renal. Las dos eran unas niñas cuando les dijeron que sus riñones no se habían desarrollado, que eran pequeños e inmaduros y no funcionaban. Inmaculada tenía 13 años ... y Esmeralda 14. Las dos han sido trasplantadas dos veces. Y las dos comparten una vitalidad contagiosa tanto si echan la vista atrás como cuando miran hacia adelante. «Cuando te diagnostican se te cae el mundo encima», aseguran. Las dos recuerdan el momento con nitidez. Después vinieron los tratamientos farmacológicos, una dieta alimenticia muy estricta y los años de diálisis esperando un riñón. «A mí el trasplante me devolvió la vida después de cinco años en diálisis», asegura Inmaculada Gutiérrez, que tenía que viajar a Salamanca porque entonces no había diálisis en Palencia y se acostumbró a que su vida y la de su madre girara entorno a una máquina. «La vida de un enfermo renal depende de la máquina, no puedes ir a clases, no te contratan en ningún trabajo», señala. Su primer trasplante renal solo le duró tres años y tuvo que volver a diálisis, a los ingresos, a las bajadas de tensión y a todo lo que conlleva la enfermedad renal a nivel físico, psicológico y social, hasta que llegó el segundo. «Fue el 8 de diciembre, el día de la Inmaculada, y volví a nacer», asegura Inmaculada que ahora tiene cuatro riñones, aunque los suyos estén «atrofiados». Han pasado 35 años desde aquel día en que su vida cambió por completo. «Pasas de ver pasar la vida a vivirla», asegura. Su trasplante le ha permitido tener una vida activa, normal, tener un trabajo y una familia, y tirar de una asociación, ALCER, que trabaja a diario ayudando a enfermos y fomentando la donación para salvar vidas como la suya.

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La experiencia de Esmeralda tampoco ha sido sencilla. «El día que cumplía 14 años me diagnosticaron la enfermedad y el día que hice 15 me hicieron la fístula y entré en diálisis», relata. Tuvo que esperar al 5 de enero de sus 17 años para recibir un riñón que no funcionó y que volvió a dejarla enganchada a una máquina, «con todo lo que conlleva y lo mal que se pasa». Su segunda oportunidad llegó el verano de 1988. Estaba en Ampudia. Sus padres dudaban porque el primer intento le supuso cuatro meses de ingreso hospitalario y casi la mata. Ella no. «Sé lo que estaba haciendo y lo que llevaba puesto», relata. «Para mí era la vida», añade. Entonces tenía 19 años, pero no todo estaba ganado. «Cuando llegue al hospital había otra persona. Le dijeron, si el riñón le vale a esta chica es para ella». «Es durísimo, son situaciones que nunca se te olvidan», asegura emocionada sin dejar de recordar a su madre y todos los sacrificios que hizo por ella, para sacarla adelante y darle toda la fortaleza necesaria para no derrumbarse.

Hoy siguen luchando, tomando medicación, cuidándose, controlando su alimentación, pasando revisiones medicas. Pero además dan charlas, participan en campañas de sensibilización y abren la puerta de ALCER cada día para dar consejos de prevención, recomendaciones para enfermos o información sobre donación. Cuentan su experiencia para poner rostro a una enfermedad que no se ve y a un proceso personal que deja cicatrices físicas y psicológicas. «Sabemos lo que es porque lo hemos vivido», aseguran mientras firman su lucha con una enorme sonrisa que regala esperanza a otros enfermos y anima a donar para dar vida.

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