La cima del Curavacas ofrece unas espectaculares vistas

Subida invernal al peligroso Curavacas: hielo, 11 grados bajo cero y un perro escalador

La cima más elevada de Palencia arrastra consigo una larga leyenda negra. Varios montañeros han muerto en sus paredes. Recorremos la ruta más accesible en esta época del año

Jon Garay

Jueves, 16 de febrero 2023, 12:13

Cuando en pleno mes de febrero, en unos de esos días soleados pero muy fríos que abundan en las últimas semanas, cuentas que tu plan es subir al Curavacas, las reacciones son unánimes. A los rostros de incredulidad -cuando no de desaprobación- le siguen inevitablemente ... comentarios como «cuidado», «esa montaña es muy peligrosa», «no os arriesguéis más de la cuenta», «¿te crees un himalayista?»... Lo cierto es que no es para menos. Esta montaña de 2.520 metros situada en el norte de Palencia, muy cerca del límite con Asturias, tiene una fama que la precede. Como su vecino el Espigüete, en sus paredes han muerto no pocos montañeros.

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El rastro de su leyenda negra comienza en 1957. Un mes de abril de aquel año, tres jóvenes montañeros palentinos fallecieron tras ser sorprendidos por una tormenta de nieve. Casi cuarenta años después, el 13 de enero de 1996, otros dos jóvenes murieron tras desorientarse en la niebla cuando habían hecho cumbre por la vía teóricamente más fácil. Sus cuerpos solo pudieron ser encontrados seis meses después. Más recientemente, en enero de 2010, dos montañeros bilbaínos sufrieron una avalancha mientras escalaban. Lograron sobrevivir en un primer momento, pero los traumatismos sufridos y las gélidas temperaturas que tuvieron que soportar durante la noche, entre 7 y 12 bajo cero, acabaron por sesgar sus vidas. A modo de homenaje, su padre decidió subir cien veces a esta peligrosa cima. Seis años después un montañero burgalés se despeñó en unos de sus barrancos. La última víctima mortal data de diciembre de 2019. Entonces, un ertzaina de 34 años pisó una placa de hielo en la zona de La Llana, un rellano de la cara norte, y se precipitó 300 metros.

Con estos antecedentes, el miedo es un compañero de viaje inevitable. Impresiona contemplar la silueta aserrada de la montaña -la más alta de la provincia- cubierta de nieve desde Vidrieros, una bonita pedanía de solo 30 habitantes a 125 kilómetros de la capital palentina que descansa a los pies de la cara sur de la montaña. Es desde esta vertiente desde donde parten las rutas más 'sencillas' o, mejor dicho, menos peligrosas -las del lado norte son, por el hielo, casi inaccesibles-. La elegida es la más habitual en invierno y recorre la canal de Callejo Grande para llegar a la portilla de Callejo, que da acceso a la cara norte para girar a la izquierda y enfilar la ya mencionada Llana y llegar finalmente a la cima. Unas seis horas y 1.200 metros de desnivel positivo.

El frío es otro factor a tener en cuenta: 11 grados bajo cero indica el termómetro del coche. Casi seguro que ese tramo final por la cara norte estará helado y hará imposible el acceso a la cumbre. Todo se verá. Toca abrigarse rápido. Chaqueta, gorro, guantes, braga en el cuello... Andar ayuda a entrar en calor. La ruta sale del pueblo en paralelo a la montaña para luego girar a la derecha y enfilar directamente hacia el circo del Curavacas, que debe su nombre a un pozo situado en su vertiente norte. Son unos tres kilómetros en los que se avanza entre un bosque desnudo en pleno invierno y el arroyo de Cabriles. El paisaje es de gran belleza. Tras caminar unos 40 minutos ya se dibuja perfectamente la ruta a seguir. En medio de la pared, la referencia la marca la canal sur, una gran cicatriz en la montaña de unos 400 metros de longitud y una inclinación máxima de 60 grados. Es solo apta para montañeros experimentados equipados con cuerdas y demás enseres de escalada.

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El peligro del hielo

Nuestro camino se sitúa más a la derecha, por la mencionada canal de Callejo Grande. Antes, hay que ascender por una gran pala de nieve hacia la derecha que permite subir incluso sin recurrir todavía a los crampones y piolets pese a que la inclinación ya es considerable, entre 30 y 35 grados. En la base del Callejo Grande, ya por encima de los 2.000 metros, se hacen indispensables. Para nosotros, no para el bonito border collie que nos acompañará hasta la cima. Viene del pueblo y es de esos perros juguetones a los que no le importa ni la nieve ni el frío. No para. Arriba, abajo, abajo, arriba.

Queda por delante una pared de 800 metros con una inclinación de hasta 45 grados, los mismos que la famosa Escupidera de Monte Perdido. El avance es muy lento, ya con los dos piolets en las manos para clavarlos en la pared de nieve. El avance es lento. Un crampón, el otro, un piolet, el otro. Un crampón, el otro, un piolet, el otro.

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Casi tres horas después de haber salido de Vidrieros llegamos a la Portilla de Callejo. Este es precisamente el punto crítico de la ruta y donde perdieron la vida algunos de los montañeros antes mencionados. ¿Habrá hielo al otro lado, en La Llana? ¿Habrá que darse la vuelta? Por suerte, ni siquiera hace falta asomarse para comprobarlo. Con trepar unos tres metros por la izquierda en la roca desnuda se evita ese trance. Toda La Llana queda a la vista con la cima al fondo a la izquierda. Son unos 200 metros o poco más, pero quizás los más peligrosos. Aunque no hay el hielo que podía esperarse con el intenso frío de la noche, se ven pequeñas placas que hacen que la tensión esté siempre presente.

La ventaja es precisamente esa, que están a la vista. Se trata ahora de buscar un equilibrio entre no descender demasiado hacia la derecha, la cara norte (y demasiado pueden ser cinco metros) y el vacío que se adivina más abajo, y evitar las cornisas de nieve hacia el lado contrario. Un paso en falso en este sentido también resultaría fatal. Seguimos adelante con prudencia, estudiando con cuidado cada decisión.

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Finalmente llegamos hasta la cresta de la cima. El peligro, al menos durante la subida, ha pasado. Solo quedan unos metros para llegar a la pequeña cruz del Curavacas, que todavía resiste a quedar cubierta por la nieve. En el horizonte, hacia el sur, la Meseta que se extiende hacia el corazón de la Península. Hacía el norte, los Picos de Europa. Y también allí, cerca, hacia el oeste, el Espigüete, esa otra montaña que tiene en su cima las placas con los muchos fallecidos en sus paredes. Dos cumbres tan hermosas como peligrosas.

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