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«Debo reconocer que he sido fuerte», asegura como si le diera cierto reparo la palentina Paula Manchón. De 67 años, da testimonio de vida, esperanza y fuerzas, que como ella misma dice no sabe de dónde ha sacado, tras batallar durante más de dos meses (uno de ellos completo en la UCI) primero contra la covid-19 y después frente a una inoportuna bacteria que se las hizo pasar canutas.
Natural de Valle del Cerrato, esta funcionaria jubilada ha pasado gran parte de su vida en Madrid pero nunca ha perdido contacto con su lugar de origen, donde posee una vivienda a la que tenía previsto acudir justo cuando a la vuelta de un viaje a Grecia empezó a sentir hinchazón en la garganta y dificultades para respirar. «No me podía creer que tuviera coronavirus porque siempre he sido muy escrupulosa con la higiene y la limpieza», relata desde su domicilio en la capital de España, donde reposa desde hace una semana acompañada de una sobrina que le ayuda.
Especiales coronavirus
Ha recorrido medio mundo -de Perú a China pasando por Canadá o Polonia- pero su último viaje, sin moverse del Hospital San Francisco de Asís, ha sido digno de un relato de Homero. Una victoria inapelable contra un virus que desconoce cómo saltó a su cuerpo pero que tardó demasiado en abandonarlo. Tanto que el 2 de abril su hermana tomó la decisión de pedir al capellán del centro que le administrara la extremaunción. Pero no solo no murió, sino que renació a una vida que ahora se abre ante ella como una flor.
A mediados de marzo el bicho se había subido a su organismo y le obligó a ingresar en el peor momento de la pandemia, con todos los recursos sanitarios desbordados. «Fui en pijama, con una gabardina y un maletín con mis cosas, porque sabía que me iba a quedar allí», rememora. Ese primer mes pasó como un suspiro para ella. «Ni sufres ni padeces», asegura como resumen de tantos días enmarañada en un respirador y sedada por unos médicos que no dejaban de estar en contacto con su familia pese a que ella había perdido por completo la noción de la realidad.
Al despertar desconocía no solo si sus allegados sabían de su estado de salud, sino que ni siquiera tenía conciencia de dónde estaban sus gafas o su teléfono móvil; las dos ventanas que podían reconectarle a un mundo que había girado decenas de veces en todo ese tiempo y en el que los contagios y las muertes provocadas por la covid-19 no dejaban de sucederse. Ella se resistió a engrosar las listas de fallecidos y salió de los cuidados intensivos sintiéndose bien y con ganas de plegar velas y volver a casa. Topó con la dura realidad cuando su médica le pidió que intentase levantar la mano. «Fui incapaz de hacerlo más de cinco centímetros y ahí me di cuenta de las consecuencias de lo que me había pasado».
La neuropatía del paciente crítico que aún le aqueja (aunque a ella también le está ganando la partida) le hizo zozobrar por primera vez. «¿Y si me quedo en silla de ruedas? ¿Tendré que buscar una residencia?», recuerda que se preguntó. Así que, decidida como ha demostrado que es, se plantó ante sus fisioterapeutas Patricia y Diego y les dijo: «Quiero saber la verdad. ¿Me voy a recuperar». La respuesta, afirmativa, fue el clavo al que se agarró y que no piensa soltar ya jamás. «No me preocupa lo que venga, si me tengo que privar de hacer algunas cosas, haré otras», asevera, contenta porque con el paso de los días ha podido hacerse la comida en alguna ocasión y empieza a coger vuelo a la hora de caminar. «Me pensaré más lo de viajar a sitios muy lejanos, pero puedo ir al pueblo, a casa de mi hermana, moverme por lugares que tenemos más cerca o incluso aprender a coser a máquina, algo que siempre me dijeron mis padres y que no me había planteado», repasa dejando claro que ni la covid-19 ni la bacteria serán capaces de frenar su vitalidad y sus ganas de disfrutar una jubilación de la que se hizo acreedora tras muchos años trabajando como administrativo en el Hospital Gregorio Marañón.
En tiempos de funestas noticias, el testimonio de esta palentina es un trago de necesaria agua fresca, un ejemplo de que la fortaleza del ánimo es crucial para afrontar un problema tan grave como el que ella sufrió. «He tenido una segunda oportunidad», reconoce con un humor fino del que hace gala cada vez que tiene ocasión y que no abandona cuando describe que, tras tantos días de ingreso, su peinado se asemeja al de «la Bruja Avería».
«En ningún momento me he sentido agobiada, ni deprimida ni triste», confirma, y se ríe cuando recuerda que los médicos le han dicho lo buena paciente que ha sido. «Yo jamás me he quejado, solo cuando tenía que pedir algún calmante, pero, aunque son cosas que nadie quiere como otras de la vida, hay que ser fuerte, afrontarlo y no desesperar».
Ese pensamiento recurrente le ha servido durante todo este tiempo para seguir adelante y no tiene visos de que lo vaya a abandonar.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
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