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Laura linacero
Palencia
Domingo, 3 de octubre 2021, 12:51
Cientos de historias. Algunas de ellas desoladoras, muchas de ellas gratificantes pero la mayoría directas a los oídos del que ha sido capellán del Hospital ... Río Carrión durante nueve años. Roberto García finaliza su misión en el Complejo Asistencial de Palencia para desempeñar otras tareas pastorales encomendadas por el Obispo. Sin embargo, en su memoria quedarán todas las anécdotas de los enfermos, médicos y demás personal del hospital que ya forman parte de su corazón. Tras haber sufrido las vivencias más duras de la pandemia en primera línea y con el silencio y el acompañamiento como herramientas de trabajo, se despide del hospital que ha despertado en el corazón del sacerdote sonrisas y lágrimas a partes iguales.
–Después de casi una década como capellán en el hospital de Palencia, ¿Qué balance hace de estos años?
–Estos años han sido muy enriquecedores tanto como persona como sacerdote, pero nueve años en un hospital es un tiempo bastante prolongado y también necesitamos cambiar de destino para no acomodarnos. Sobre todo, destaco la estrecha colaboración entre los tres capellanes que formamos el equipo, porque esa sintonía entre nosotros ha ayudado mucho a hacer más fácil esta experiencia. Y en concreto durante esta pandemia, donde a pesar de tener distintos modos de sentir en el hospital todos los profesionales hemos estado siempre unidos para asistir con dedicación, profesionalidad y cariño a los enfermos.
–Si tuviera que rescatar de su memoria un momento de felicidad, ¿cuál sería?
–Guardo muchas historias que ya forman parte de mí, pero recuerdo dos ejemplos de superación con especial cariño. Uno de ellos era un muchacho de veinte años que tuvo un accidente con el coche. Yo le iba a ver todos los días, charlábamos y conocía su evolución. Después de más de cinco meses sin apenas poder moverse, un día llamó a la puerta de los capellanes para despedirse y darme las gracias. Es realmente reconfortante. También recuerdo el caso de una chica muy joven que intentó quitarse la vida y estuve con ella y su familia tratando de animarlos. Ahora los veo por la calle y tienen un brillo especial de vida en los ojos.
–Supongo que también habrá habido momentos duros…
–Sí, claro, pero todos te enseñan algo. La historia de un matrimonio fue muy especial. Volvieron a su pueblo natal de Palencia a disfrutar de su jubilación después de haber estado trabajando toda la vida en Cuba. Ella enfermó de cáncer y él no se separaba de ella ni de noche ni de día. Al principio, paseábamos los tres por los alrededores del hospital. Luego a ella le empezó a costar andar y empezamos a jugar a las cartas en la habitación. Cuando a ella le costaba sujetar las cartas, su marido contaba historias de Cuba y ella asentía cuando apenas podía abrir los ojos. Al final de sus días la acariciaba. El marido me pidió que le diera la unción de los enfermos y al día siguiente falleció. Me dio las gracias porque sintió que su esposa se había ido en paz.
–Sin embargo, si tenemos que hablar de un año complicado imagino que este último habrá sido especialmente difícil, ¿Cómo ha vivido la pandemia dentro del hospital?
–Lo que hemos vivido estos meses son cosas que se te quedan en el corazón para siempre. Han sido muchas las veces que me han llamado a altas horas de la madrugada, sobre todo en la primera, segunda y tercera ola para administrar la unción de los enfermos que estaban muriendo. Acompañé a muchos enfermos en las últimas horas que me daban la mano y me decían «no me dejes solo».
–¿Ha notado algún comportamiento diferente en el paciente de covid respecto a pacientes con otras patologías?
–Sí, ellos eran conscientes de lo que tenían y de lo que podían transmitir. El agradecimiento es bastante superior porque saben que entrar en la habitación para estar con ellos supone un riesgo. Además, en los otros enfermos no percibes esa sensación de miedo por morir solo. Todo lo que se ve en la televisión, yo lo he visto en primera persona y es muy duro.
–¿Cómo reciben su acompañamiento las personas no creyentes?
–Hay personas no creyentes que son dialogantes y quieren hablar contigo, aunque no compartan el mismo sentir. La humanización y saber que te estás preocupando por ellos es lo que más valoran los enfermos. Recuerdo un día paseando por una de las plantas del hospital y oigo que me llamaban desde una habitación. Era un hombre musulmán, de mediana edad, muy culto y que había huido de su país por motivos político e ideológicos. Hablamos de lo divino y de lo humano, con un gran respeto. Una persona de otra religión que, al contrario de rechazarme, quiso mi compañía y yo me enriquecí personalmente mucho de la suya.
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