El 'Sí, quiero', dos veces en catorce días

No estaba planeado así hace unos meses. Ni mucho menos. La boda iba a ser en el teatro Claret en Balmaseda -tenía sentido porque las invitaciones de boda eran entradas- pero la covid lo cambió todo y a dos semanas de la boda, que era el 3 de octubre, se quedaron sin sitio. Y gracias a Leire Pérez, de Hambroneta Catering, siguieron adelante, ya que les encontró un caserío en Zalla.

Pero ahí no terminó todo. La pandemia impedía que muchos familiares de Velilla se desplazasen hasta allí. Entonces lo tuvieron claro. «Hacemos dos bodas». Una en Zalla y otra en Velilla del Río Carrión, de donde es la madre del novio, Yoli, de la familia de los Vargas Olivares. Y ahí se encontraron con Eduardo Ibáñez, de Grupoke y la prueba Tamarica Warrior, que les ayudó en todo para que este pasado sábado, 17 de octubre, repitiesen el día más importante de su vida delante de La Reana y ante los suyos en la localidad norteña.

Los novios, ya esposos, repitieron la boda con la misma ilusión que la primera. Por eso se vistieron con los mismos trajes de boda, se peinaron y maquillaron con la misma ilusión y, además, les casó la misma persona. María Uriarte, concejala de Morga (Vizcaya), se desplazó hasta Velilla para unirles por siempre por segunda vez en catorce días.

«Queríamos que fuera todo igual, por eso le pedimos a María que viniera. No queríamos que pareciera que era una segunda boda de paripé, no. Queríamos que sintiesen que era una primera boda en Velilla», explica, aún emocionada, Estibaliz Saez de Maturana.

Y María y su novio fueron a Velilla. Y se enamoraron del pueblo, prometiendo volver en breve. Así, La Reana fue el escenario escogido para unirse de nuevo ante catorce invitados, todos con las distancias de seguridad. Y María volvió a oficiar la boda en un lugar con grandes recuerdos de niñez para el novio, para Pablo Pozo Vargas. Pero también para la novia era un sitio especial, porque «me despedí allí de mi abuela y además es el epicentro de todo», reconoce Estibaliz, cuya abuela falleció esta pasada Nochevieja.

Música durante la ceremonia, velas, lazos en las sillas -aunque fuesen de jardín- y hasta un micrófono para hablar durante la boda, micrófono que se desinfectaba cada vez que hablaba una persona distinta. Las medidas de seguridad no faltaron en ninguna de las dos bodas. «Somos muy felices porque la covid nos ha traído muchas desgracias, pero en relación a la boda nos ha servido para darnos más cuenta de todo y potenciando la seguridad, siempre, pero hemos seguido haciendo cosas. Mucha gente nos dio las gracias por darles unas horas de magia», reconoce Estibaliz.

A pesar de las mascarillas y de las distancias, lograron estar más cerca de los suyos gracias a que los novios utilizaron unas mascarillas transparentes, a través de las que se veía sus nervios y su felicidad. «Sabíamos que teníamos que estar con la mascarilla, pero cómo perder que vean nuestra emoción. Era una forma de conectar con los novios», argumenta Estibaliz, que trabaja en un colegio de Educación Especial, donde utiliza este tipo de mascarilla para facilitar el aprendizaje de sus alumnos.

Así, Velilla puso punto y final a dos bodas de ensueño en un lugar único como La Reana y a una atípica luna de miel entre los dos enlaces en autocaravana. «Estoy enamorada del pueblo y ha sido absolutamente increíble poder celebrarlo allí», concluye Estibaliz.