
Y los profes son los padres
Confinamiento ·
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La covid-19 ha parado el mundo y ha convertido las casas en clases, teniendo algunas familias que teletrabajar y dar la lección a la vezAquel viernes los niños salieron del colegio con más carpetas de lo habitual. No cabían todas en las mochilas, así que también las llevaban en las manos. Aquel día tan atípico, aquel 13 de marzo, los padres ya tuvieron que esperar en la puerta de muchos colegios como medida de seguridad. La sombra del coronavirus ya acechaba sobre todos. Se despidieron de sus amigos con el 'hasta luego' de siempre, pero sabiendo que, en esta ocasión, sería más largo de lo normal, un tiempo que aún es incierto.
Todas esas carpetas y esos cuadernos descansan sobre los muebles del salón o las mesas de las habitaciones de las casas de los palentinos. Porque, desde aquel 13 de marzo, el colegio cerró y bajó la persiana, y los pisos se convirtieron en aulas improvisadas, mientras que los padres se transformaron –inevitablemente– en profesores.
Gracias a Internet, la comunicación de los alumnos con el profesorado es diaria y también su evolución. Las plataformas de los colegios son la herramienta para que los docentes puedan evaluar las tareas y la evolución de sus alumnos, en un curso sin final.
En la casa de la familia Díaz Muñoz, el colegio para Óscar y Víctor comienza a las diez y media. «Intento seguir la misma rutina que si tuviesen que ir a clase a Filipenses. Les suelo levantar a las nueve y cuarto. Mientras ellos desayunan, yo hago las tareas del hogar. Luego les dejo media hora como de descanso, para que se espabilen y a las diez y media les doy ya las tablets», señala Rubén Díaz, que ejerce de profesor –junto a su esposa Saray– en estos tiempos tan inciertos. Óscar estudia quinto de Primaria y su hermano Víctor, segundo.
VERÓNICA DE LA PISA (TRES HIJOS)
RUBÉN DÍAZ (DOS HIJOS)
Rubén Díaz está ahora mismo en un ERTE, por lo que se puede dedicar con mayor tranquilidad y tiempo a la enseñanza de sus hijos. «Tengo mucha paciencia, no soy de cabrearme porque si les voceo se van a asustar y no van a hacer los deberes. Siempre me han dicho que tengo un don para enseñar las cosas y tener paciencia», reconoce Rubén Díaz, que lleva muy bien su nueva faceta de maestro.
Las clases de Óscar y Víctor, con un pequeño descanso para el almuerzo a las doce, suelen terminar a la una y media, con toda la tarea hecha. «Algún día sí que les han mandado más deberes y hemos dejado algo para la tarde, pero han sido tres días contados», explica. «El colegio tiene ese punto de empatía y sabe que hay padres que están trabajando los dos, que tienen familia numerosa o que no tienen los conocimientos de algunas cosas», reconoce Rubén Díaz, que ya ha tenido que acudir varias veces a Google para explicar ciertos temas –sobre todo de inglés– a su hijo Óscar.
Y los días que el colegio no manda tarea, Rubén les incita –a cambio de 20 céntimos– a leer durante quince minutos, hacer posteriormente un resumen y terminar con un dibujo. «Los deberes del colegio son obligatorios, ahí no hay propina. Yo les digo que a mí no me pagan por hacer la comida porque es mi responsabilidad, y la suya son los deberes», señala.
La rutina, necesaria para organizar el día a día de los niños en el confinamiento, también es clave en casa de los Rubio de la Pisa. Daniela, Óliver y Emma también comienzan con las tareas a las diez y media. Aunque, en un principio, los dos mayores hacían los deberes en la misma habitación, cada uno con un ordenador, finalmente han habilitado una mesa en el salón para que Óliver, el mediano de la casa, tenga también su lugar de trabajo. «A la una y media, si no han terminado, ahí lo dejo. Antes era hacerlo todo por la mañana para mandárselo a la profesora y me he dado cuenta de que no, de que es mucho agobio», señala su madre, Verónica de la Pisa. «Tenemos que mandar el trabajo de los niños todos los días y ellos nos lo devuelven corregido», explica Verónica de la Pisa, que durante un tiempo tuvo que compaginar el teletrabajo con los niños y con los deberes, más complicado aún que hacer malabares con fuego. «Intentaba entretenerles mientras hacía llamadas, dándoles de comer con los altavoces puestos, un poco de locos, la verdad. Menos mal que duró poco», afirma la trabajadora, actualmente en ERTE, de Jazztel. «Es duro decirlo, pero el no trabajar ahora es un alivio a nivel familiar, aunque a nivel personal, no. A nivel personal a todos nos gustaría estar trabajando pero es imposible», añade.
Daniela estudia cuarto de Primaria en el Sofía Tartilán, mientras que su hermano Óliver está en primero. La benjamina de la casa, Emma, aún va a guardería. «A la que más me cuesta entretener es a la pequeña. A veces, no te queda más remedio que plantar la tele, pero intento sacarla las Barbies, los Pinypon... Cuando se cansa de una cosa, pues a la otra, así la engaño un poco y vuelvo con los otros», afirma.
Los fines de semana son los días escogidos para terminar todo lo pendiente, todas las actividades que quedan de la semana. «Intentamos hacer la materia de educación física, música... todas estas cosas. Me he vuelto una experta en maquetar vídeos. Luego todo eso se lo mandamos al profe. También lo de arts, nos lo tomamos como una manualidad y lo hacemos el sábado por la tarde», explica.
Sabiendo que el curso ya se ha dado por terminado, que los niños no van a poder volver a las clases hasta después del verano, los dolores de cabeza para las familias llegan al pensar en septiembre. Al pensar en la posibilidad de que arranque el curso académico alternando semanas de estar –de nuevo– en casa y de ir al colegio, con el objetivo de que haya menos niños por aula por seguridad contra el coronavirus. «Eso prefiero no pensarlo porque es de locos. Yo quiero reincorporarme a trabajar, pero así qué hago con ellos. Mi pareja trabaja en una fábrica de siete a tres y, evidentemente, el sueldo de peso es el suyo, si alguien tiene que quedarse en casa soy yo. El que menos gana es el que se queda en casa y yo en esas condiciones no podría trabajar. Eso es de locos», argumenta con pesar.
Otro que tampoco quiero pensarlo demasiado es Rubén Díaz. «Pues llegado el caso de que sea así en septiembre, tendríamos que tirar de vacaciones o pedir reducción de jornada para poder quedarme en casa con los niños», concluye, tanteando las opciones.
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