![Con los pies en el extranjero pero la cabeza en Palencia](https://s3.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/202010/12/media/cortadas/mundo-klz-U1204405547176OI-1968x1216@El%20Norte.jpg)
![Con los pies en el extranjero pero la cabeza en Palencia](https://s3.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/202010/12/media/cortadas/mundo-klz-U1204405547176OI-1968x1216@El%20Norte.jpg)
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No hay país que se libre del coronavirus. Una y otra vez desfilan los mismos temores, pero distintas soluciones y esperanzas. La gestión de la pandemia ha cambiado los planes y el momento presente de millones de personas, pero ¿qué hay de aquellos palentinos separados de sus familias no por dos calles, ni por un par de ciudades, sino por cientos de kilómetros? Cecilia, Cristina, Enrique y María cuentan su experiencia personal en Reino Unido, Alemania o Estados Unidos. Sus vidas están en el extranjero, pero siempre tendrán un ojo puesto en la tierra en la que crecieron.
Cecilia Bores Quijano | Investigadora en Galvestone (EE UU)
Cecilia Bores ha dejado a su marido y su hijo durmiendo una siesta en la habitación del hotel. Su voz rebota desde Austin, gracias a Internet: «Aquí ahora mismo llueve muchísimo», confiesa. Cuenta que se han ido unos días preventivamente, porque vienen tormentas y las autoridades recomendaban una evacuación de la isla en la que viven. Galvestone se sitúa muy cerca de Houston, pero a través de los ojos de esta científica guardense toca despojarse del cliché ese de 'tenemos un problema'. Habla de vida tranquila y recogida durante la pandemia y de un trabajo que le apasiona. Lleva tres años en un grupo de investigación en Biofísica de la University of Texas Medical Branch.
No han estado confinados, pero han hecho una vida más apartada: salir a trabajar, de casa a la playa, de la playa a casa. Los tres juntos: «Hemos notado el aislamiento, pero nosotros somos un equipo en el día a día», afirma. «Si hay más gente alrededor, estupendo, pero si no, también estamos bien». El movimiento estival en España avivaba su incertidumbre. Como no han salido en todo el verano, viajar a Austin les sabe parecido a unas pequeñas vacaciones.
Todo partió de una tesis sobre simulación computacional, que completó en el CSIC, en Madrid. Aquella joven recién doctorada encontró un programa en Massachussets, de modo que ahora lleva cuatro años y medio en Estados Unidos. Ella descarta que se trate de 'fuga de cerebros', al menos en su caso. «No se trataba tanto de que no encontrara nada en España, sino que me surgió la oportunidad aquí», explica. «Me he movido en mis dos contratos siempre mucho por mi jefe, porque ponía sobre la mesa temas que me interesaban. Si se me hubieran presentado en España, los habría trabajado en España», destaca con sencillez, aunque reconoce que da un poco de vértigo haberse ido. Su zona está poco golpeada por los contagios, pero eso no quita para que últimamente la familia se preocupe desde Palencia. La sensación es bidireccional: «Lo que no sé es cómo lo habéis hecho en España», se sorprende ella. «Aquí las casas suelen tener su jardín, pero yo me moriría si me encerrase en un piso como en el que vivía cuando estaba en Madrid», subraya.
Bores habla mucho en plural. Su marido también es de Guardo, pero la ha acompañado siempre. «Llegó sin saber mucho inglés, y ahora que ha aprendido el idioma no queremos cambiar de país», cuenta la doctora, aunque no cierra la puerta a lo que puedan traer años venideros. De momento, él se dedica mucho al niño, que nació allí hace dos años. «Echo de menos la montaña y el sentimiento de pertenencia que puedo experimentar al ver la Peña o la casa de mis abuelos», apostilla la investigadora.
Cristina Delgado Benito | Profesora en Londres
Cristina Delgado Benito ha empezado su cuarto curso en Londres. Echa de menos a su gente, irse de cañas con sus amigos o aquellos conciertos multitudinarios de la vieja normalidad. «¡Y el clima! A pesar de que en Palencia haga frío, lo que llevo mal es la lluvia», afirma. Sin embargo, ha encontrado su sitio en esa gran ciudad, de gente que «va y viene», pero que también sabe ser cálida si quiere. Trabaja con pequeños británicos que aprenden con ella a ser autónomos. Eso no quita para que a veces necesiten un abrazo o que les cambien algún pañal y no entiendan de distancias sociales.
Esta palentina de 28 años se ha formado en el método Montessori y ahora supervisa una clase de 21 niños de 2 a 4 años que cuenta con cuatro profesores. Siete niños por profesor. «Esta metodología se centra en extraer el potencial de cada niño, de modo que en esta etapa les enseñamos a ser independientes y a ayudarse entre sí» , explica, aunque asegura que en Reino Unido es raro encontrarse clases con muchos alumnos para un solo profesor.
Ella necesitaba puntos para la oposición y sacarse el B2, así que se mudó temporalmente como 'au pair'. Se quedó porque le iba bien, y llegó el coronavirus. «Al principio, me creaba muchísima ansiedad comparar la gestión de aquí y la de España, yo sentía que en España intentaban frenarlo y aquí pasarlo cuanto antes, aunque hubiera muertos», explica. «Esa diferencia de mentalidad y valores me chocaba». En abril ya estaba de vuelta en las aulas. Luego, un familiar que lo pasó asintomático frustró la tentativa de vuelta a casa en los meses de verano. Ahora, rutina tranquila. Como el centro ha decidido que no se use mascarilla en clase, se la quita allí y la reserva, al estilo inglés, para tiendas o transporte público. Volverá, pero de momento, será de visita.
María Sánchez Emperador Recepcionista y estudiante de Filología en Leipzig (Alemania)
María Sánchez descuelga desde Leipzig. Nacida en Palencia, el coronavirus ha impedido -aunque no por mucho tiempo- que haya rematado ya las dos asignaturas y el trabajo final que la acreditarán como filóloga alemana de la Universidad de Salamanca. Completó un Erasmus en esta ciudad sajona de más de medio millón de habitantes y ya no quiso irse: ahora atiende la recepción de un bonito 'hostel' en el centro de la ciudad, aunque desearía hacer pronto una visita a su hogar para presentar a su pareja, ir al Trompicón a «comer uno de esos bocadillos de chorizo que saben a casa» o recuperar tantos planes perdidos.
Iba a volar justo el 14 de marzo para celebrar con su abuela y con sus seres queridos el cumpleaños de ambas. No pudo ser. «Mi madre trabaja en una residencia de ancianos así que, obviamente, me preocupo por ella, pero sobre todo por la preocupación con la que carga», puntualiza, para lanzar un guante a esas otras enfermedades a veces olvidadas. «El coronavirus ha hecho destrozos en la salud mental de mucha gente», señala. «Ella ha tenido miedo de contagiarse y contagiar, y al principio les faltaban muchos recursos».
Repite un par de veces que allí se siente feliz y privilegiada. Todo fue muy rápido cuando llegó el confinamiento. «Estaba algo estresada entonces por pasar del Erasmus a trabajar y a una vida nueva, aún lo estaba gestionando», admite. Sin embargo, le encanta su trabajo actual. Fuertes inversores y una buena ubicación han facilitado que no sintiera peligrar su puesto, pero también nota que la empresa «lo ha dado todo» por ellos. Reuniones informativas, bonus para que nadie cobrara menos de mil euros... pero también la exigencia de trabajo duro. «La pandemia me ha hecho más adulta. No me puedo quedar aquí sin trabajo y he empezado a sentir ese estrés que genera el dinero», reflexiona, «ese que no es por el dinero en sí, sino por poder mantenerse».
Su 'nueva normalidad' le resulta, de hecho, bastante normal. Menos en lo político. «Noto que crecen los neonazis o el nacionalismo, y que la sociedad se enfrenta porque se pregunta cosas como si la mascarilla es constitucional», advierte.
En algunos años podría moverse por Alemania. Suecia le tienta. A Palencia cree que no iría porque no hay trabajo para ella, «aunque es cierto que últimamente se le da más luz a su turismo». De momento, piensa mucho en el ahora y hace vida en Leipzig. «No es que sea difícil hacer amigos alemanes, pero es complicado que ellos encuentren tiempo para quedar», opina. Se ríe: ahora que tiene tanto trabajo, asegura que lo entiende mejor.
Enrique Monge del Dujo | Profesor en Minnesota (EE UU)
Enrique Monge del Dujo ya había dado un gran salto durante la carrera, cuando pasó de las aulas de La Yutera a realizar prácticas en Ghana. Su abuelo le repetía «verás como te agarre una tribu», pero, estereotipos y cautelas de sus conocidos aparte, la experiencia transcurrió felizmente. De modo que cuando tuvo la oportunidad de entrar en el programa Amity, dijo sí a los paisajes norteños de Minnesota que un amigo le había descrito. Saltó esta vez el 'gran charco'. Ahora, a sus 25 años, ya es el cuarto curso que trabaja en una escuela de inmersión lingüística en español.
«Aquí los recursos son muy diferentes y cada distrito escolar es independiente», explica Monge, que ejemplifica que, si hace falta, en su escuela se le proporciona un 'chromebook' a cada alumno, aunque no pueden hacer las clases tan dinámicas como antes. Además, con la mascarilla les cuesta expresarse más. Sus niños de segundo de Primaria de Saint Cloud irán este curso a clase de lunes a jueves (lunes y miércoles o bien martes y jueves) y los viernes trabajarán online. La clase de al lado es enteramente virtual, en función de lo escogido por los padres.
Ya en marzo llegaban noticias preocupantes: «Siempre he estado en contacto, pero me impactó mucho que mi madre me contase que mi abuelo llevaba un mes sin salir de casa cuando aquí ni siquiera habíamos empezado un confinamiento», relata. Estados Unidos ha abordado la pandemia desde muchos ángulos distintos, y el joven cuenta que el gobernador de Minnesota se ha posicionado siempre como uno de los más críticos con Trump y uno de los más activos y sensibles de cara a temas como el alzamiento del movimiento 'Black Lives Matter', que, a raíz del asesinato de George Floyd, ha denunciado la existencia de una violencia policial racista y sistemática en el país.
El palentino compara el día a día, el mes a mes. «Estuvimos confinados en abril, aunque podíamos salir a los parques», remarca. «Siento que en España la cuarentena fue excesivamente larga, aunque la situación era diferente», concede. «La gente de Minnesota es fría, te acoge bien pero tardas en ganarte su confianza. La sociedad resulta más rígida en sus horarios: como le digas a alguien que quieres quedar a dos días vista, se bloquea, ellos hacen planes de hoy para dentro de dos semanas», cuenta.
«¡Diría tantas cosas!», confiesa. Le chocó ese principio «casi histérico» en España. Sus amigos le contaban que se desinfectaban enteros, la ropa a lavar, zapatos, lejía, todo, y a él le sonaba algo exagerado. Por otro lado, aprueba cómo se ha manejado el tema de abrir poco a poco bares y restaurantes. En su caso, la pandemia no ha afectado a lo más esencial. «Algo muy bueno ha sido recuperar conexiones entre nosotros», rescata, «de hacer una videollamada con mis amigos una vez al mes hemos pasado a hablar e interactuar mucho más durante este tiempo, quedábamos a jugar en red y cosas así», apunta. «Creo que todos hemos retomado lazos más descuidados.»
Comenta que «es muy típico» aquello que echa de menos, pero cualquiera que haya estado fuera entenderá que hable de jamón o morcilla. También extraña la comodidad de poder ir a cualquier lado a pie. El futuro es cien por cien incierto, moverse a Latinoamérica una opción pujante. Pasó junio, julio y agosto en España, sobre todo en Cevico Navero. «El verano en mi pueblo, disfrutar con mi abuelo, salir con la bici... para mí es lo mejor del mundo», reconoce.
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Jon Garay y Gonzalo de las Heras
Equipo de Pantallas, Oskar Belategui, Borja Crespo, Rosa Palo, Iker Cortés | Madrid, Boquerini, Carlos G. Fernández, Mikel Labastida y Leticia Aróstegui
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