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Tiene su nombre entradas en Google a blogs, vídeos de YouTube, plataformas de peticiones, noticias varias... Es uno de los rostros más populares de Palencia, algo así como un 'Wally' entrado en años pero real y no dibujado, presente en cualquier acto de la ciudad que implique gentío. Lo mismo en una prueba deportiva que en un pregón de fiestas, en una marcha solidaria que en un desfile de Carnaval.
Sus señas de identidad resultan inconfundibles: carnes enjutas, mostacho cano y cabello ralo, avanzadilla sin quererlo de un estilo de moda masculino que es ahora de lo más 'cool': combinar calzado deportivo con chaqueta de vestir. Y como complemento, su inseparable cartera, esa cuyo contenido resulta un insondable misterio. Educado pero ilegible en sus saludos, esos que desliza en su caminar a toda prisa hacia ninguna parte, dadivoso en sus sonrisas y pedigüeño siempre en patrocinios, le define la palabra entrañable. Es Fernando García Martín, 'Fernandito el librero', que tiene a Palencia preocupada, porque una semana sin ver a Fernando es como quitarle los soportales a la Calle Mayor: impensable. Y ya van muchas semanas sin verle.
Con 78 años y una pandemia de por medio, quien más quien menos habrá pensado en la covid y sus devastadores efectos como causa de su ignoto paradero. Pero no, tranquilos, Palencia sigue gozando de uno de sus personajes de siempre, de los que hacen patria chica sin pretenderlo. Porque con Fernando y no de Fernando se ríen los palentinos, con sus ocurrencias y no de ellas, es ya idiosincrasia viva de la ciudad. Tranquilos todos, Fernando no ha sucumbido ni al virus ni al inexorable achaque de los años, sigue vivito y coleando. Pero ahora es difícil verle.
Desde el inicio de la pandemia en marzo del año pasado, reside en el centro asistencial San Juan de Dios. Su centenaria madre, Josefa Martín Rubio, había muerto meses antes, en noviembre de 2019, y Fernando se había quedado sin todo ese amor, pero también sin ese freno salvador a sus idas y venidas. La covid acechaba y no había quien frenara a Fernando en su pulular por Palencia, no les hacía caso ni a su hermano Eloy ni a su cuñada Angelines, ni a sus sobrinos, que velan por él.
¿Quién le iba a hablar de confinamiento a Fernando, de distancia social o de limitación de horarios para salir a la calle? Así que se convino su ingreso en el centro asistencial, y allí sigue ahora. A la espera, en su mente de mozalbete, de volver a su casa y compartir de nuevo los adoquines de su Palencia del alma. De volver a tomar parte en carreras sin inscripción ni normas, de asaltar a potenciales mecenas de sus kilómetros en la marcha de Aspanis, de vestirse con el mejor disfraz, el de Fernandito el Librero, en carnavales. De encontrar a un buen samaritano en su demanda de 'auto stop', de acudir al pregón con las peñas, de pedirle a un fotógrafo de prensa una instantánea en la que se sabía retratado, de repartir saludos a ritmo de relámpago.
No será posible el regreso al Ave María, al hogar de Pepa. San Juan de Dios es su morada. Pero reconforta saber que anda cerca, limitado en sus correrías pero bien de salud, así que los peticionarios de una calle con su nombre aún están a tiempo de conseguirle un regalo en vida. Y los que gobiernan, también, que hasta para los gatos hay una calle en Palencia.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
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