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«No había visto yo un lunes por la mañana la Calle Mayor como está hoy». Con sencilla frase, el fotógrafo Manuel Brágimo resumía este lunes su propio trabajo de toda la mañana, intentar mostrar con imágenes cómo la ciudad de Palencia recobraba su pulso ... vital en la jornada de arranque de la anhelada fase 1, la jornada en la que, por fin, los bares podían abrir sus puertas después de dos meses y medio, aunque fuese solo para servir en terrazas.
Y la verdad es que no era un número excesivo, puesto que un importante parte de los establecimientos palentinos todavía no se han abierto al público. Unos porque no tienen posibilidad de instalar esos veladores debido a su emplazamiento, y otros, porque sus propietarios han entendido que los posibles ingresos no compensarán ni el esfuerzo ni los gastos que conlleva una reapertura condicionada a que solo se pueda prestar el servicio de terraza y, además, al 50% de su capacidad habitual. Pero con todo, el centro de la capital palentina era ayer un hervidero de personas y las terrazas que estaban abiertas funcionaban con alegría, e incluso en algunos momentos, casi con lista de espera, con clientes deseosos de 'enganchar' alguna mesa libre, lo que provocaba que en algunas ocasiones los ajetreados camareros no tuvieran ni tiempo de desinfectar las sillas, tal y como es preceptivo, antes de que volvieran a estar ocupadas. «Ya teníamos ganas. Muchas. Hemos ido al banco a hacer unas gestiones y cuando hemos salido, no lo hemos dudado, hemos buscado una terraza y nos hemos sentado a tomar algo», explicaba con una sonrisa Raúl Primo, que disfrutaba de la agradable mañana de este esperado lunes 25 de mayo en la terraza del bar Y un cuerno en la calle Becerro de Bengoa.
Precisamente, el propietario de este local, Guillermo Flores, armado con spray desinfectante y bayeta, se mostraba optimista ante este primer paso que ha podido dar el sector, aunque lamentaba también que muchos compañeros sigan con la persiana bajada. «Estamos empezando despacio, pero tenemos que quitarnos el miedo, para que la ciudad pueda recobrar la actividad. Y para esto es muy importante que funcione la hostelería, porque es lo que da vida a una ciudad», indicaba este hostelero, quien también se mostraba preocupado por la indefinición en muchos aspectos de la normativa del Gobierno sobre el funcionamiento de su sector. «Muchos podemos trabajar por el apoyo que estamos recibiendo toda la hostelería desde el Ayuntamiento, que ha permitido ampliar las terrazas y ha concedido algunas que de forma habitual no podrían instalarse, por ejemplo en plazas de aparcamiento. Pero la verdad es que también hay dudas e incertidumbre, porque no está nada claro lo de los horarios. La gente solo puede salir a pasear a horas muy concretas, pero nuestro horario de apertura es en principio el de siempre. Yo esta noche, por ejemplo, puedo abrir hasta las dos, pero el paseo solo es hasta las once. Luego puedes salir si te vas a tomar una caña o una copa, pero no para pasear. Es un poco incoherente, la verdad, pero si quieren ceñirnos el horario a las franjas de los paseos, desde luego, no podríamos abrir», indica, mientras sonríe al contemplar su calle repleta de gente.
Porque la verdad es que la capital palentina, al menos su corazón comercial, toda la Calle Mayor y el resto de las vías del casco histórico, bullían el lunes de actividad. Las tiendas, a excepción de unas pocas, casi todas de gran tamaño, aunque también algún pequeño comercio, se encuentran ya abiertas y atienden casi con normalidad a sus clientes, las peluquerías y salones de belleza presentan gran movimiento, las oficinas operan ya a pleno rendimiento y los camiones de reparto provocan incluso retenciones en algunos tramos de la Calle Mayor. Y lo mismo ocurre con el autobús urbano, que ha dejado de ofrecer la imagen de un transporte público de aire, porque los usuarios comienzan a formar colas en las paradas y las plazas habilitadas, un tercio por el momento, empiezan a llenarse. Aunque la verdad es que solo circulan dos vehículos para las líneas 1 y 2 y un autobús para las otras tres.
Pero la Calle Mayor no es el único punto neurálgico de la ciudad a la hora de comprobar la vitalidad de la capital palentina. También la Plaza Mayor es sintomática, como en la mañana de este lunes podía volver a comprobarse. El desierto de los últimos días había desaparecido por completo y las terrazas, a partir del mediodía, se encontraban abarrotadas. Don Jamón y su Parrilla compartían personal en una prácticamente unificada gran superficie, que competía en protagonismo con las mesas del Café Plaza. Solo el lateral del Debla, habitual punto de reunión para muchos palentinos aparecía desierto, con el bar todavía cerrado. «Ya había ganas de poder tomar algo con unos amigos», aseguraba Emilio Aldonza, mientras disfrutaba de unas cañas en la terraza de la Parrilla de Don Jamón, aunque lamentaba también no poder estar trabajando, como hubiera hecho en condiciones normales. «Yo tengo un bar, pero como no tengo terraza, no puede abrir, así que intentaré al menos disfrutar un poco con estos amigos», indicaba este hostelero, propietario del bar Alfer.
Porque no es este establecimiento el único que no puede abrir por el momento, como confirmaba Alberto Vaquero, repartido de bombonas de gas para los tiradores de las cervezas, que se reincorporaba ayer al trabajo y veía su ruta habitual considerablemente mermada. «El 70% de los bares a los que repartimos están todavía cerrados», aseguraba tras salir de Don Jamón.
Allí, su propietario, Isidoro del Amo, se mostraba satisfecho pero el arranque de la fase 1. «Me ha sorprendido mucho, porque esperaba que empezásemos más despacio. Pero hay gente, hay animación. Se ve que todo el mundo quiere volver cuanto antes a la normalidad, pero tenemos que ser sensatos y seguir con las medidas de seguridad», indicaba este hostelero, mientras recalcaba que sus establecimientos habían instalado geles hidroalcohólicos en la zona de las mesas, además de en la puerta del bar y habían cambiado las cartas individuales por unos grandes paneles fijos. «Además, hemos empezado algo que hasta ahora nunca habíamos hecho, servir comida para llevar a casa. Vamos a ver cómo funciona y estudiaremos si puede seguir de forma permanente cuando volvamos a la normalidad», indicaba Del Amo, quien reconocía que sus locales contaban con la suerte de estar situados en zonas peatonales, donde la amplitud de espacio le permitía contar con suficientes mesas como para que incluso con la reducción a la mitad del aforo habitual resultase rentable.
Otros, en cambio, habían decidido comenzar poco a poco, primero con unas cuantas mesas y más avanzada la mañana, con el resto de las que le había autorizado el Ayuntamiento. «Aunque puedas sacar la mitad de las mesas, esto es mucho menos de la mitad del negocio», aseguraba Luis Rebollo, propietario del bar Alaska, cuya terraza se iba llenando paulatinamente a media que avanzaba la mañana. Él había abierto, muchos otros, incluso algunos de los más clásicos de la ciudad, como El Gato Negro, seguían cerrados. Enrique Martínez, su propietario, insistía en que no abriría hasta el pase a la fase 2. «No me compensa abrir solo con la terraza. Voy a esperar», explicaba mientras conversaba con David Velasco, dueño del bar Don Miro, quien todavía dudada sobre qué hacer. «Hablaré con el asesor para ver qué nos conviene, porque hay todavía mucha incertidumbre y la normativa no es nada clara. A lo mejor espero al día 1. Tengo que pensarlo», indicaba, preocupado como la mayor parte de los hosteleros por los costes que acarrean decisiones como salir del cese de actividad o rescatar a los trabajadores de los ERTE.
Mientras, otros profesionales intentaban capear la situación con el trabajo en familia. «Aquí estamos, echando una mano al chaval, porque esto está siendo muy difícil. Hay que atender todo en terraza, echar viajes, desinfectar las mesas y las sillas. Es complicado y mucho más cansado de lo habitual, pero tiene que ser así, porque la seguridad es lo primero. En eso, nos hemos esforzado mucho. Hemos limpiado y desinfectado todo el bar y la cocina, tenemos los diplomas, los geles y lo desinfectamos todo en cuanto se va un cliente. Es lo que toca», explica Ramón Isla, histórico propietario del bar Casa Cantabria, cuyas seis mesas funcionaban a pleno rendimiento desde primera hora de la mañana.
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