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Jesús Gil Núñez empezó a cocer sus particulares habas desde bien pequeño, sin ni siquiera saberlo. Y lo hizo durante toda su vida, hasta que el pasado martes el coronavirus acabó con su vida en el hospital Río Carrión de Palencia. Una lucha constante que le trajo a San Cebrián de Campos hace cuarenta años, cuando la Fundación que lleva el mismo nombre que la localidad palentina abría sus puertas a principios de los 80. De esa época ya han pasado cuatro décadas y allí, Gil Nuñez, encontró su último hogar. Pero hasta llegar a su última etapa, la vida le puso varios obstáculos en su camino.
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Corría el 18 de octubre de 1940, cuando la madre de Jesús, que falleció dos años después, le traía al mundo, siendo el séptimo de los ocho hermanos que alumbró en la localidad vallisoletana de Villavicencio de los Caballeros. Le tocó crecer sin la figura materna y sin que sus familiares conocieran su discapacidad. «Eran otros tiempos», apunta el sobrino de Jesús, José María Gil Escudero, que mantenía el contacto con su tío desde Cádiz.
Una discapacidad que llegó en forma de accidente en sus primeros años de vida, aunque los familiares más cercanos no se percataron de ella hasta la juventud. Al parecer un golpe o un accidente produjeron en Jesús Gil una discapacidad que le acompañó hasta los 79 años. «No existían los medios que conocemos actualmente y, si se sufría algún accidente, la familia seguía adelante sin saber la realidad», describe emocionado su sobrino a 800 kilómetros de distancia.
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Creció como cualquier niño y en Valladolid empezó a desempeñar trabajos en la construcción, a pesar de padecer una discapacidad que «le dejaba hacer vida 'normal'». Ya sin padres, Jesús Gil se apoyó mucho en sus sobrinos y en una hermana que reside actualmente en Barcelona y a la que visitaba con asiduidad antes de llegar a Palencia. De hecho, pasaba temporadas en Cataluña.
Estos viajes le fueron alejando de su localidad natal, y sin quererlo, de algunos familiares. Mantenía la capacidad para viajar solo de Valladolid a Barcelona, hasta que su hermano y padre de José María encontró la labor social de la Fundación San Cebrián. Allí empezó una nueva etapa, en la que se asentó y puso en práctica sus conocimientos en la construcción. Trabajaba y convivía en el municipio palentino, donde halló su segunda familia. «No sé si era consciente de que en San Cebrián había hallado su sitio. Si se me permite la expresión, era el tuerto en el reino de los ciegos», manifiesta su sobrino.
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Carmen Barreiro
Y encontró su rutina. Un paseo por San Cebrián, un café en el bar del pueblo y alguna visita de sus familiares. «Siempre que voy desde Cádiz hasta Valladolid a ver a mi madre, nos acercábamos para estar con él», manifiesta José María Gil con mucho cariño hacia el hermano de su padre. «Ha tenido una vida solitaria desde el punto de vista familiar», lamenta.
Los últimos tres años de su vida estuvieron marcados por las enfermedades. Le diagnosticaron un cáncer con metástasis ganglionar y estaba saliendo de él. «Conseguimos que dejara de fumar hasta que el coronavirus se lo ha llevado», apunta su sobrino, que describe con pena los últimos años de Jesús Gil. «Estos últimos tres años han estado condicionados por su enfermedad, ya que le bajaron a un chalé en solitario. Era muy triste porque era un mal enfermo, no lo sabía llevar. Ha sido una vida distinta a los demás, pues en un centro para personas con discapacidad, la vida de cada uno es diferente. Y la suya, un poco más sufrida, al ser algo más consciente que el resto. No he tenido la suerte de estar los últimos años con él en el día a día», concluye José María, que esperará a que termine el estado de alarma para llevar las cenizas hasta Villavicencio de los Caballeros.
Jesús Gil se ha convertido en el segundo fallecido por coronavirus en la Fundación San Cebrián, después de que el domingo falleciera una mujer, también de avanzada edad. La fundación sigue un estricto protocolo de seguridad, limpieza y atención para el centenar de residentes del centro ubicado en el municipio palentino de San Cebrián de Campos.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
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