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En Serdio, localidad del municipio cántabro de Val de San Vicente, nació el 17 de enero de 1947 el obispo de Palencia, Manuel Herrero. Casi 18 años antes, el 26 de mayo de 1929, había venido a la vida en esa misma población Francisco Bedoya Gutiérrez, el compañero de Juan Fernández Ayala 'Juanín', los dos últimos maquis, guerrilleros que se echaron al monte tras la Guerra Civil para combatir al franquismo. El obispo de Palencia no conoció a 'El Bedoya', el coloso de 1,85 metros de altura y 110 kilogramos de peso que, según se publicaba en la edición de ABC el 3 de diciembre de 1957, el día después de que fuera abatido por la Guardia Civil en El Pontarrón, lugar cercano a Castro Urdiales, «era la fuerza bruta, el brazo ejecutor» del célebre Juanín. Monseñor Manuel Herrero contaba por entonces con 10 años y no se había cruzado nunca con el maqui cántabro, que andaba escondido entre breñas desde 1952, pero la familia del actual obispo de Palencia sí conocía y había ayudado a los seres queridos de 'El Bedoya', como vecinos que eran. Así que la sangre que riega las venas de Manuel Herrero, cumpliendo con la fórmula catequética, no solo ama a Dios por encima de todas las cosas, también lo ha hecho y lo hace con el prójimo como consigo mismo. Aunque ese prójimo fuese tildado en la época como «malhechor» por aquellos que trataban de darle caza.
«Mi padre les dejaba el carro para la hierba, lo normal entre vecinos era ayudarse. En el caserío de Las Carrás vivían la madre y dos hermanos, una chica y un chico, que viven aún. El hermano marchó a Miami y siempre nos felicitábamos las Navidades, pero últimamente parece que perdió la cabeza, porque yo le escribo y él no me contesta. La hermana trabajó muchos años en Valdecilla y ahora se marchó con un hijo por Alicante, creo», señala el obispo de Palencia, que recuerda cómo en Serdio «había muchos guardias» en esos tiempos. «Incluso la familia, cuando iban con las vacas o a la fuente, iba un guardia civil detrás. Me acuerdo de que en el pueblo había rosario los domingos por la tarde y los niños íbamos luego a ver nidos por los árboles, pero nos castigaron porque decían que íbamos a llevar mensajes. Estuvimos varios domingos en un sitio con un guardia y una señora nos llevaba caramelos. Nos decía ¡ay monines! ¡Para que tengáis un poco dulce!», comenta el prelado, que rememora cómo la muerte de Francisco Bedoya «fue una tragedia». «José San Miguel se enamoró de la hermana de Bedoya y tuvieron dos hijos. Él, buscando una salida justamente con el cura del pueblo, habló en Santander para que le dejaran una motocicleta para huir con Bedoya a Francia, pero les pararon y les mataron, así que aquel día la hermana se quedó viuda y sin hermano», incide Manuel Herrero.
'El Bedoya' y su cuñado José San Miguel fueron ametrallados el 2 de diciembre de 1957 desde un coche. San Miguel falleció en el acto, pero Bedoya logró escapar desfiladero arriba. Gravemente herido, consiguió llegar a 400 metros de la cumbre del monte Cerredo. Una bala en la sien, realizada a corta distancia, terminó con su vida. Ahí acababa la vida del famoso maqui, acostumbrado desde pequeño a ver cómo su madre acogía frecuentemente a 'emboscados'. De esta forma, 'El Bedoya' conoció al popular Juanín.
En agosto de 1948, con 19 años, Francisco Bedoya fue detenido por presunta colaboración con Juanín. Fue sentenciado a 12 años de cárcel, y después de una breve estancia en la prisión provincial, fue destinado al Destacamento Penitenciario de Fuencarral, en Madrid, de donde se escapó en 1952, cuando se enteró de que su mujer, Mercedes 'Leles', y su hijo, 'Maelín', habían emigrado a Argentina y su caserío había sido consumido por el fuego. «La abuela decía que había sido la Guardia Civil quién les quemó la casa. Fue todo el mundo a apagar el fuego, se oían los mugidos de las vacas que se estaban quemando», afirma el obispo.
Tras pasar por Serdio, 'El Bedoya' decidió acompañar a Juanín en el monte, y permaneció con él hasta el día de su muerte. «Recuerdo que mi padre había dejado a los guardias civiles una baraja y un día fueron a mi casa. Mi padre estaba en el mercado, estábamos mi madre y los hijos. Mi madre les preguntó que si venían por lo de la baraja, pero vinieron a registrar la casa, con bayonetas. Mi madre se puso delante, mi hermana lloraba y subieron hasta el desván, que había allí muchas alubias que no se desgranaban. La misma vaina se dejaba en el desván para que se fuera secando, y los guardias metían las bayonetas a ver si debajo de los montones había alguien», señala Manuel Herrero.
La pareja mítica de maquis que formaban 'El Bedoya' y Juanín se mantuvo unida cinco años, hasta que al anochecer del 24 de abril de 1957, cerca del cruce del camino de Señas con la carretera a San Glorio, en un lugar conocido como la Curva del Molino, la Guardia Civil le dio el alto a Juanín y, al intentar huir, una ráfaga de disparos le acertó en la yugular, cayendo fulminado. 'El Bedoya', parapetado detrás de unos troncos, disparó una vez antes de escapar monte arriba. Y allí siguió, en el monte, merodeando por su Serdio natal con bastante frecuencia, hasta que unos meses más tarde fue abatido a tiros. «Seguro que bajó al pueblo en alguna ocasión, pero yo nunca le vi», asegura el prelado de Palencia, parte de esta historia en la que también figura el capitán de la Guardia Civil Tomás del Olmo Martínez, de 100 años y cántabro de nacimiento pero palentino de adopción, pues en Palencia reside desde que allá a finales de los años sesenta llegara ascendido, primero a Carrión de los Condes y más tarde a la capital palentina.
Tomás del Olmo Martínez, que en la festividad de la Guardia Civil el 12 de octubre de 2011 recibió una mención honorífica en el acto que tuvo lugar en la Comandancia de Palencia, forma parte también de esos tiempos en que las condiciones de vida eran extremadamente duras para todos, pero en los que solo los que hincaban la rodilla o servían al régimen franquista tenían el bien más necesario: la libertad.
Del Olmo Martínez, nacido el 11 de abril de 1919, era huérfano de carabinero, y muy joven marchó a estudiar al Colegio de Huérfanos de Carabineros en El Escorial (Madrid). El estallido de la Guerra Civil el 18 de julio de 1936 le sorprendió en Cantabria, y allí permaneció hasta que las tropas sublevadas acabaron con la resistencia en ese frente. En 1940, Franco suprimió el Cuerpo de Carabineros, pasando este a formar parte de la Dirección General de la Guardia Civil. Con 25 años, Tomás, ya guardia civil, fue concentrado en la localidad cántabra de Lebeña, en la comarca de Liébana, muy cerca del desfiladero de La Hermida y a unos nueve kilómetros de Potes, donde conoció a su mujer, natural de Villalón de Campos (Valladolid) pero que a los 16 años marchó allí a atender a un hermano sacerdote. Se casaron cuando ella cumplió 20 años, y la profesión de Tomás les llevó más tarde a Cáceres, Villalón de Campos y Palencia, pero el capitán jubilado vivió la época más dura de servicio en Lebeña, donde pasaba días y días a pie quieto en apostaderos, calado hasta los huesos por la humedad y la lluvia, esperando agazapado el paso de los maquis, quien sabe si Juanín (que nació en Potes en 1917 y que en 1943 se echó al monte) u otro guerrillero, tal vez el joven Bedoya haciéndole de enlace. Por aquellos apostaderos sí pasaban seguro los mandos de Tomás del Olmo, que si sorprendían a un guardia dormido, le expulsaban del Cuerpo. Aquellos apostaderos y las contrapartidas, embrión de los actuales servicios de información, combatían a los maquis, a veces con más penurias que ellos.
«Un guardia civil que vivía cerca de Riaño, siendo yo mayor, me dijo que había estado allí y que alguna vez quedaban con los maquis para echar una partida y tomar café, y que después cada uno se iba por su lado. Era una especie de tregua, porque los guardias civiles tenían sueldos de miseria y los que estaban allí tenían un plus», señala monseñor Manuel Herrero. Tiempos duros para los que llevaban un 'naranjero' al hombro, y también para los que les perseguían con capa y tricornio.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
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