Tira con una mano de un carrito formado por una mochila de camuflaje y un taburete plegado. En la otra sujeta su inseparable violonchelo, el que lleva más de treinta años a su lado, dentro de la funda blanca. Camina sin prisa, disfrutando del paseo, ... de la gente, de la mañana palentina. Pronto llega a su destino. Al lado de la Casa Junco, en la Calle Mayor. Este suele ser el lugar habitual en el que toca por las mañanas, cuando está en Palencia. Muchas tardes se sitúa un poco más arriba de la principal arteria palentina, pasando los Cuatro Cantones. «Siempre he pensado que hay algo muy especial con la gente de Palencia. Conozco Salamanca, Burgos, Valladolid..., pero siempre me gusta esta ciudad, porque los palentinos son muy amables y educados», afirma el violonchelista John Fellingham en un perfecto castellano y con un fuerte acento británico.
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Hace más de veinte años que aparcó su furgoneta por primera vez en Palencia, cuando vino a España para conocer sus ciudades y a su gente. Con nostalgia, recuerda la gran tienda de música de la Calle Mayor. «Desde ese momento, me dije que era una ciudad que me gustaba mucho y que quería pasar más tiempo aquí», reconoce. Y lo hace. Vuelve a llegar con su furgoneta y está muchas semanas en Palencia, nieve o castigue el sol. «No tengo opciones para elegir, toco en verano y en invierno. En verano, hay más turismo, pero con el virus ha cambiado todo. Vivo día a día, pero como todo el mundo. Estoy contento porque estamos vivos, tengo para comer y ya estoy vacunado con las dos dosis», agrega.
Pero él mismo le quita importancia al tiempo que lleva en la ciudad del Cristo del Otero porque más que años, quiere destacar el por qué de su música. «La manera que toco ahora es distinta a cuando tocaba antes de la crisis, como todo el mundo. Hemos visto que somos frágiles, que cada día es un regalo y ha tenido un efecto sobre mí y la manera en que toco. Nuestra vida es para dar un poco de luz, somos pequeños pero podemos dar un poco de luz y tener contacto con otras personas, puede ser con la música, que es un idioma internacional, que habla de corazón a corazón. Eso es lo que busco cuando toco para la gente de Palencia», señala con emotividad.
«A los palentinos les gustan mucho los temas conocidos y la música suave o relajante, porque ahora mismo hay mucho estrés. Con mi repertorio busco algo profundo para la gente y mezclo temas conocidos, de películas, clásicos... Y todo depende del momento. Es distinto por la mañana que por la tarde, ahí hago cambio de canciones», explica con tranquilidad. Su debilidad es la música de Ennio Morricone y Hans Zimmer.
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Estudió música en el Trinity College y en el Royal College en Londres, ciudad donde nació, y además del violonchelo toca el bansuri (flauta india travesera), el piano y el banyo. El violonchelo es el instrumento con el que deleita a los palentinos, aunque muchos le pregunten –al ver el tamaño– si se trata de una viola.
Hace más de treinta años estaba tocando en el sur de Francia, concretamente en La Masse. «Era muy complicado ser músico de la calle y transportar un violonchelo», argumenta. Allí conoció a un lutier, que le propuso construirle uno con la caja mucho más pequeña por un precio también reducido. Era la primera vez que lo iba a intentar y nadie sabía el resultado. Pero lo logró y desde entonces no se ha separado de su instrumento. Por eso, a la vez que su violonchelo arrastra una mochila, donde transporta un pequeño amplificador para que sus melodías suenen más.
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«Tocando en la calle a veces hay días muy buenos y sacas para comer y otros días, muy malos. Más bodas y más fiestas necesito», argumenta Fellingham, que el mes pasado dio un concierto en la Semana Cultural de Fuentes de Valdepero y otro en El Taller en la capital. «Más de dieciséis meses llevaba sin poder ofrecer un concierto», afirma, con ilusión, tras su actuación en el Castillo de Fuentes. Muchas veces se ponen en contacto con él para contratarle para algún evento a través de su página de Facebook.
La pandemia la pasó en un pueblo cerca de aquí, pero no en Palencia. Muestra las manos llenas de callos y llagas. «Estas no son las manos de un músico», dice. Trabajó arreglando el baño de una mujer. «Para todos, sin excepción, ha sido un momento muy duro y hay que adaptarse para sobrevivir. Yo he hecho este trabajo para poder comer. Siempre busco hacer las cosas con positividad», concluye.
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