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Hay días en que me duele la cabeza y siento que no estoy como antes. Ahora tengo el sentimiento de cuidarme, antes me iba con ... el perro incluso cuando llovía y ahora me quedo al calorcito de casa. Estoy bien, pero no como hace un año, me falta un 5%». José Gabriel Zurbano, de 54 años, donostiarra de cuna pero vecino de Santa Cruz de Boedo (su madre es natural de Bustillo del Páramo), se contagió de covid el pasado mes de marzo y estuvo diez días ingresado en el Hospital Río Carrión de Palencia, «los dos primeros días muy mal, con las gafas de oxígeno». Y eso que a este cooperante en África, donde ha trabajado largas temporadas desde 2008, le vinieron muy bien las vacunas contra la malaria que le pusieron para protegerse en el continente 'negro', según le dijo un médico del Río Carrión que es especialista en enfermedades tropicales. José Gabriel Zurbano evolucionó bien de su neumonía bilateral y superó la enfermedad, pero aún tiene secuelas. «Estuve mucho tiempo fastidiado, salía con el perro y no me encontraba como antes, me ahogaba un poco. Estuve así hasta el verano, un par de meses tocado, como que me faltaba el aire, y aún no estoy del todo bien», señala el donostiarra, que en estos meses ha llevado muy mal «lo de la gente sentada en las terrazas sin mascarilla, era para ir a decirles algo». «Deben pensar que en las terrazas hay una especie de microclima y no llega el virus», añade José Gabriel, que demanda conciencia social y estar ahora «dos meses tranquilitos, que ya habrá Navidad el año que viene».
José Gabriel ha trabajado para la Fundación Santa María la Real de Aguilar y coopera con África desde 2008. Montó escuelas taller con la fundación para rehabilitar edificios en Senegal, como los de antiguos cuarteles de Saint Louis. «Me preguntaron en la fundación si sabía francés, les dije que sí y me fui para allí. Lo pensé un par de horas y se me cruzaron los cables, me embarqué en una aventura que iba a ser de tres meses y estuve 18. Pero en 2009, con los recortes por la crisis de 2008, el proyecto se paró y me volví, si bien he creado lazos con aquella gente y después he vuelto tres o cuatro veces allí, a Senegal, con una pequeña ONG para hacer proyectos locales», apunta. La última vez que estuvo regresó el 22 de enero a España, y poco más de un mes más tarde, el 29 de febrero, asistió a una asamblea en Herrera «por el tema de las macrogranjas porcinas que quieren ponernos, y no sé si lo cogí allí, porque otro amigo de Espinosa de Villagonzalo estuvo en la reunión y también lo cogió y ha estado fastidiado», asegura. Se refiere José Gabriel a la covid, el virus que empezó a dañar su cuerpo «a los dos días de que se decretase el estado de alarma en marzo».
«Empecé a tener fiebre, llamé al centro de salud de Osorno y me dijeron que tomara paracetamol. Así estuve hasta el 28 de marzo, tenía todos los síntomas: pérdida de olfato, dolor muscular, fiebre... El 28 de marzo me ahogaba, me faltaba el aire. Llamé a las dos y pico de la madrugada y vinieron rápido dos médicas de Osorno y una ambulancia de Carrión, que esa sí tardó 50 minutos. Cuando vinieron, me pusieron oxígeno y llegué al hospital sobre las 5:00 horas, me quedé impresionado con lo que había allí. Me hicieron una radiografía en Urgencias y vi la cara del médico.... Me dijo que me iban a ingresar porque veía manchas en los pulmones. Yo soy optimista por naturaleza, pero me puse peor de lo que estaba cuando me dijo eso», recuerda José Gabriel.
«Los dos primeros días estuve muy mal. Hacia el quinto día vino a verme un médico venezolano especialista en enfermedades tropicales y me dijo que me iban a poner un tratamiento parecido al de la malaria, con remdesivir. Le dije que en mis viajes a África me habían vacunado varias veces contra la malaria y me comentó que me vendría muy bien porque tendría algunos anticuerpos... El caso es que evolucioné muy bien de la neumonía y me dieron el alta el 7 de abril, aunque dos días antes ya estaba bastante mejor», subraya José Gabriel, quien, al volver a casa, quiso continuar con su vida normal pero vio que aún no era posible.
«Me puse a meter carretillas de ladrillo que tenía fuera y vi que estaba baldado... Estuve mucho tiempo muy fastidiado, salía con el perro y no estaba como antes, me notaba un poco ahogado. Estuve así hasta el mes de julio, como que me faltaba un poco el aire», asegura.
«Yo siempre salía a la calle con mascarilla y mantenía la distancia de seguridad, estaba sensibilizado desde el principio, pero después de lo que me ha pasado, aún más, aunque tenga anticuerpos... Voy siempre con mascarilla, hasta para salir a la puerta de casa a por el pan, y no me paro a hablar con nadie más de quince minutos. En verano, en Osorno, me acuerdo que había unas señoras en una terraza sin mascarilla y les dije que se la pusieran, que no era una broma. Luego me he enterado que dos de ellas han dado positivo», explica José Gabriel, que cree que la desescalada se hizo de forma muy rápida. «Había visto lo que había en el hospital y pensaba que no lo estábamos haciendo bien», agrega este donostiarra, que solo tiene agradecimiento por el trato en el hospital. «Todos se portaron fantástico, igual las enfermeras que los celadores, que el personal de limpieza... Los medios humanos son increíbles, pero los medios materiales hay que reforzarlos, porque estamos abandonados en el medio rural», sostiene este donostiarra hijo de una palentina que emigró al País Vasco en la década de los 60 y que en Beasain conoció a quien fue su marido. Residieron en San Sebastián hasta que el padre de José Gabriel, un enamorado de Palencia y de la caza con perros que compró una casa en tierras palentinas, se vino al jubilarse. Lo curioso es que su mujer, que se adaptó al País Vasco, se quedó en San Sebastián, donde vive con un hermano de José Gabriel. Ahora, el padre está en una residencia de mayores de Bárcena de Campos donde no ha entrado (todavía) la covid.
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