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LUIS ANTONIO CURIEL
Palencia
Miércoles, 14 de octubre 2020, 07:04
Jesús González Toquero, de 86 años y natural de Baltanás, estaba ya cansado de una vida que le ha dado palos muy duros, pero seguía viviendo con ilusión y rodeado del cariño de sus sobrinos, especialmente de Aquilino y María Antonia, que acudían puntuales a sus visitas a la residencia de Vitoria en la que vivía desde hace cinco años. Allí supo ganarse el cariño y el respeto de todo el personal, de las familias de los ancianos con las que jugaba a las cartas y de todos sus compañeros, pues el ambiente que se respiraba era de una gran familia, pues eran poco más de cuarenta residentes. Decidió ingresar en la residencia por voluntad propia, pues poco a poco iba viendo cómo su vida se iba apagando. A pesar de los achaques, Jesús siempre mostró su tesón por la vida y su espíritu de sacrificio le permitió recuperar el habla después de dos años de constantes visitas al logopeda, al perder la voz a causa de un ictus. Jesús era un luchador nato, forjado por los propios avatares de la vida, pero el coronavirus ha sido su último y letal enemigo, un muro infranqueable para este baltanasiego.
El virus se lo llevó por delante en poco más de tres días. Comenzó con unas molestias abdominales, por lo que decidieron hacerle el test. Dio positivo y le ingresaron en el hospital, donde no respondió a los distintos tratamientos médicos. Y la muerte de Jesús no ha sido la única del centro, donde se han contagiado varios residentes y algunos han fallecido. «Lo más duro de todo esto es la soledad, no haber podido estar al lado de mi tío en sus últimos días. Parece increíble que el 'bicho' se lleve por delante a una persona de manera fulminante. Es un drama el que estamos viviendo, donde las personas no pueden despedirse de sus seres queridos como ellos se merecen», señala emocionado su sobrino Quili.
Jesús falleció el pasado 6 de octubre. Su familia le ofreció un funeral en Vitoria y desde el pasado viernes descansa en Baltanás, donde fue recordado con una misa de familia el pasado domingo en la ermita de Nuestra Señora de Revilla. Jesús era, y toda la familia lo es, ferviente devoto de la Virgen de Revilla, que siempre le acompañó en su peregrinaje por la vida. Las recomendaciones sanitarias aconsejaron a la familia incinerarle, por lo que sus cenizas ya reposan en el panteón familiar. «Nos queda la satisfacción de haberle cuidado hasta el final, pues Jesús ha sido casi como un padre para mí, teníamos una relación muy especial. Nos queríamos mucho y hemos cumplido con su voluntad de traer sus restos al pueblo que le vio nacer. Ha sido duro no poder despedirnos, pero solo podemos resignarnos y quedarnos con todos los momentos buenos que hemos compartido», destaca su sobrino Quili.
Jesús nació hace 86 años en Baltanás y pronto se quedó huérfano de padre. Su madre luchó por sacar adelante a él y a sus hermanos, Mariano y Florencio. Mariano, el primogénito, emigró a Vitoria para forjarse un futuro prometedor, pues las pocas tierras que cultivaba la familia ya no daban para vivir. Una vez asentado se llevó a su madre y a sus hermanos, que consiguieron salir adelante en una España marcada por la fuerte despoblación del mundo rural. Jesús trabajó junto a su hermano Mariano en una fundición, jubilándose a los 52 años, pues se vio afectado por la reconversión de la naval.
En Vitoria tuvieron un caserío en el que cultivaban la huerta y cuidaban a los animales, lo que les recordaba de algún modo a su querido pueblo natal, Baltanás, con el que siempre estuvieron vinculados. Eran frecuentes sus escapadas a la tierra que les vio nacer y donde decidieron reposar para la eternidad.
En pocos años fallecieron varios familiares cercanos de Jesús, con los que convivía en el día a día. Un golpe muy duro fue el fallecimiento repentino de su esposa, Pilar López, algo que no asimiló. A partir de ese momento, acudía a comer todos los días con sus sobrinos Quili y Toñi. Siempre que sus sobrinos acudían al pueblo, Jesús se apuntaba para regresar a la tierra que le vio nacer y de la que estaba muy pendiente. Siempre se interesaba por las noticias de Baltanás y estaba deseando leer la revista 'Camino Llano', que se publica cuatrimestralmente, para estar al día de todo lo que acontecía en el pueblo.
«Al poco de morir mi madre, Jesús decidió irse a una residencia. Buscamos una que tuviera un espacio familiar para que se sintiera como en casa. Estuvo muy feliz estos cinco años, nosotros acudíamos a visitarse varios días a la semana y hablábamos prácticamente todos los días. En la residencia se ganó el cariño y respeto de todo el personal, pues Jesús estaba muy pendiente de todos ellos», comenta resignado su sobrino Aquilino.
Jesús era un hombre de carácter fuerte, con su genio, pero muy legal, con un corazón enorme. Era un hombre bueno forjado en la Castilla de la posguerra. Siempre será recordado en el pueblo que le vio nacer, Baltanás, y en tantas personas con las que se cruzó en Vitoria, la ciudad que le acogió y donde se labró un futuro. Y es que Jesús tenía un corazón enorme y su vida dejó huella en todos los que se cruzaron en su camino.
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