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Dentro de una semana se oficiará su eucaristía de despedida en la Catedral de Palencia, después de siete años y medio como obispo de Palencia. Manuel Herrero (Serdio, Cantabria, 1947) presentó su renuncia al Vaticano cuando cumplió los 75 años, en enero de 2022, aunque « ... aún me encontraba con fuerzas para seguir». Y Mikel Garciandía Goñi, de la Archidiócesis de Pamplona y Tudela, recibió el pasado 10 de octubre la llamada del Nuncio del Papa Francisco, Bernardito Auza y Cleopas, que le comunicó la disposición a nombrarle obispo de Palencia, por lo que será ordenado el 20 de este mes. Manuel Herrero es cántabro, tiene un cuadro de San Vicente de la Barquera en su despacho, pero ya es un poco palentino porque estudió en los Agustinos de la capital y le ordenó un obispo de Palencia, Anastasio Granados. «Esta tierra ya es parte de mi historia», reconoce con pesar por las futuras despedidas, ya que retornará a Santander, cerca de su familia y podrá ver el mar desde la ventana de su habitación del colegio de los Agustinos.
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Esther Bengoechea
–¿Qué balance hace de sus años como obispo de Palencia?
–No hago ninguno porque estoy convencido del que mejor hace los balances es Dios y el pueblo, nadie es Dios en causa propia. Reconozco que habrá habido éxitos y también fallos por los que pedir perdón, pero es como en la vida, en el matrimonio y en todo.
–¿Qué le ha parecido lo más difícil de afrontar en este tiempo?
–Lo más difícil de afrontar ha sido el fallecimiento de los sacerdotes. He enterrado en estos siete años a ochenta y solo he ordenado a tres y a un monje de la Trapa, cuatro. Ese es un dolor muy grande porque muchos han vivido conmigo en la casa sacerdotal. Eso es lo más duro que he tenido en estos años, perder sacerdotes, amigos y compañeros en la misma casa y en la misma mesa.
–¿Cuál es su mejor recuerdo?
–El mejor recuerdo que me llevo es haber estado aquí y sin duda haber convivido con tan buena gente. He estado muy a gusto, os he querido y me he sentido querido. Lo mejor son las personas con las que he tratado, eso es fundamental.
–¿Qué se va a llevar de Palencia?
–El haber colaborado con la Iglesia de Palencia y haber sumado a su marcha durante siete años, de tal manera que yo ya pertenezco a la iglesia de Palencia para siempre. Aunque uno se jubile, sigue perteneciendo a la Iglesia de aquí. Incluso cuando me muera, vendrán mis restos si Dios quiere.
–¿Eso es tradición o lo decide cada uno?
–Cada uno. Yo he dicho que si me muero, donde sea, si hay una comunidad de Agustinos que me entierren en el panteón de los Agustinos, si muero en mi pueblo, que me entierren allí, y a los diez años si quiere el obispo que esté traer los restos y enterrarlos en la Catedral, pues muy bien.
–¿La Catedral es un tesoro?
–Uno muy grande, pero tristemente todavía no es muy reconocida ni por los mismos palentinos. Es un tesoro que tenemos cargado de historia, de arte y de fe y eso es fundamental para nosotros.
–¿Cómo vivió la celebración del séptimo centenario?
–Con mucha alegría celebramos setecientos años, aunque de por sí serían más porque hay tres catedrales más por debajo. Lo festejamos con júbilo y con ganas de que se acrecentara la comunión y la conciencia de ser todos parte de una Iglesia, la de Palencia.
–¿Se sigue trabajando para mostrar y que se conozca la Catedral de Palencia?
–Sí, hay muchas iniciativas como una obra al mes, que se presenta ahora. También se quiere continuar con conferencias para que se conozca mejor y con alguna obra más, no sé cuál porque la Catedral es como una casa con muchos años y un día que la gotera, otro que las palomas… siempre hay que estar encima. Y con la esperanza de que el futuro nos depare algún descubrimiento nuevo como el reciente de la tela de origen egipcio del siglo X, la azulejería del Altar Mayor de origen flamenco. También ha sido una sorpresa encontrar esos restos romanos o visigóticos, que no sabemos si se cubrirán o no.
–¿Y qué hace un obispo cuando se jubila?
–Yo viviré en una comunidad de Agustinos, junto al campo de fútbol junto al Sardinero. Desde mi habitación veo el mar y pienso ir de vez en cuando a pasear por la arena, por la playa, aunque en invierno el agua está fría, pero en primavera y verano, seguro. También leer y rezar, lógicamente, y decirle al obispo que esté allí que estoy a disposición de prestar servicio. Y también estar cerca de mi familia.
–¿Qué es lo que más va a echar de menos?
–Las personas, los ratos de convivencia. Tanto tiempo juntos, crea unión. Todos los días a las 12 horas rezamos el Angelus y tomamos el café y es un momento para relacionarnos unos con otros, celebrar los cumpleaños… Voy a echar de menos la relación con las personas.
–¿La falta de relevo entre los sacerdotes es un problema que preocupa mucho a la Diócesis?
–Sí, preocupa y lo hemos tratado en el consejo presbiteral, el de los sacerdotes, y en el pastoral, que es de toda la Diócesis, con los religiosos, religiosas y laicos. Queremos que ninguna comunidad parroquial, por mínima que sea, aunque tenga dos personas en invierno, se quede sin atención, al menos lo mínimo, los entierros y las fiestas patronales. Donde no llegamos contamos con laicos, que pueden dar la palabra de Dios y comulgar también y conviven con ellos y con sus necesidades. Es muy importante crear comunidad como en la familia.
–¿A qué cree que se debe la escasez de seminaristas?
–Las familias también tienen crisis, la natalidad está mal también y hay mucho envejecimiento de la población. Y no solo eso, hay que tener en cuenta el ambiente social que vivimos, buscamos y creemos que la mayor comodidad nos va a hacer mas felices. Y vivir como sacerdotes es un poco vivir para los demás y todos somos un poco egoístas y queremos que nos sirvan no servir.
–¿Cómo es la Iglesia que deja?
–Una que quiere caminar según el Concilio Vaticano II, esto es todos a una, unos con un ritmo y otros con otro, pero todos juntos y ser testigo en nuestra Diócesis del Evangelio de Jesucristo, con obras y palabras y estar cerca de la gente, una Iglesia acogedora, como dice el Papa, una tienda de campaña donde todos puedan entrar y sentir el amor de Dios.
–Usted siempre ha defendido a los pobres…
–Es fundamental porque es lo que nos enseñó Jesucristo, la esencia es amar a todos, pero más a las personas que más lo necesitan, la gente que está en paro, inmigrantes, de otras culturas que necesitan un espacio y un hogar para desarrollarse como personas y como hermanos... El proyecto de Dios es que vivamos todos como una familia, como hermanos y la fraternidad se demuestra no con palabras sino con hechos, tener la casa abierta, el corazón abierto, compartir…
–También defiende usted a los homosexuales…
–Por descontado, no se puede atacar a nadie. Detesto las guerras donde la vida humana vale menos que un céntimo, tantas muertes generan odio y el odio no es bueno. Puedo no compartir las ideas de l a homosexualidad, pero el respeto es incondicional y tenemos que respetarnos y procurar el bien para todos.
–¿Y cómo cree que se está actuando desde la Iglesia ante los abusos sexuales?
–Intentamos actuar lo mejor posible. En Palencia hemos creado una oficina ante posibles denuncias donde se pueda escuchar, aconsejar y acompañar. Y no solamente eso. Pedimos perdón porque la Iglesia es una comunidad y como familia nos duele que eso haya sucedido en nuestra familia y hay que pedir perdón y es lo que intentamos hacer. Me hubiera gustado poder contrastar algunos casos con la víctima y el abusador, pero por lo que he visto en nuestra Diócesis ya han muerto y no puedes hacer nada. No es que desconfíe de las víctimas, pero la prudencia aconseja como en todos los temas oír a las dos partes porque puedes equivocarte.
–¿Ycómo se vivió el covid desde la Iglesia?
–Con preocupación, claro, y activando lo mejor posible la iniciativa pastoral. Yo lo pasé y estuve hospitalizado. Algunos sacerdotes murieron y también fieles, claro. Lo afrontamos con iniciativas pastorales como llamadas de teléfono a los enfermos, los mismos vecinos preocupándose de hacer la compra. A nivel religioso, montamos dispositivos y a través de Youtube teníamos contacto y reuniones con los feligreses.
–¿Y nos ha hecho mejores o peores?
–Depende de cada uno, pero creo que nos ha hecho más sensibles a nuestra fragilidad. Eso se ve este año con tanto catarro, se ve la fragilidad y limitación porque no somos eternos. Pero también es importante la apertura y ponerse en el lugar del otro, hasta cargar al otro, eso es importante.
–¿El traslado del Archivo Diocesano ha sido uno de sus grandes retos?
–Ha sido un trabajo conjunto de toda la Diócesis. Es muy importante porque estaba en el tercer piso del Palacio Episcopal, en el desván y es todo madera. Si un día por desgracia sucediera como en la Catedral de París, se perdería todo el archivo, que es una parte de la historia de la Diócesis y de la provincia. Necesitábamos ponerlo seguro y se ha hecho una gran inversión con aparatos modernos y técnicas para garantizarlo. Es más, se ha facilitado al público y aparte de los documentos queremos que esté la biblioteca abierta.
–¿Es importante mostrarlo?
–Es importante que todos accedan al archivo porque es nuestra historia, la de nuestros predecesores y eso es muy importante. Mucha gente viene a consultarlo para descubrir o para hacer tesis, muchos por las genealogías, porque los archivos civiles comenzaron en 1870, pero aquí podemos tener documentos del siglo IX. Hay talleres y colaboran cerca de 80 personas en recuperar los documentos porque están en muy mal estado por el tiempo, las polillas de las parroquias… hasta se han subido a Internet para que se pueda acceder sin tener que tocar los originales. Los hombres somos como los árboles, también necesitamos raíces y aquí las podemos encontrar.
–Usted envió su renuncia al Vaticano el 17 de enero de 2022, día de su 75 cumpleaños… ¿Tenía ya ganas de poderse jubilar y descansar?
–Yo me encontraba con fuerzas para seguir, pero es la normativa así para todos. También viene bien renovar la Diócesis porque el obispo nuevo traerá aire nuevo y lo malo es que nos acostumbremos unas personas a otras. Tenemos que seguir adelante y el obispo que venga traerá nuevos proyectos e ilusiones y todos tenemos que sumarnos a ese carro, por descontado.
–Mikel Garciandía Goñi ya ha visitado Palencia y la Diócesis para conocer su nuevo hogar…
–Vino a finales de diciembre con su padre, un hermano, una cuñada y un sobrino y estuvieron viendo aquí el Obispado, saludando a la gente y después comimos juntos y vio la casa sacerdotal, donde yo vivo porque él lo hará allí. Yo ya estoy seleccionando libros, los que me voy a llevar y a dejar, es mi mudanza. La ropa ya la llevé, aproveché un viaje a casa para hacerlo.
–¿Qué le ha dicho al nuevo obispo sobre Palencia?
–Que somos gente buena, ya lo decía Santa Teresa, gente noble y de buena masa, que no había encontrado gente como los de aquí. Es verdad que somos castellanos y recios, pero buena gente. También tenemos fallos, pero somos nobles.
–¿Qué consejos le ha dado para cuando asuma su cargo?
–No le he dado consejos porque el refrán dice que consejos vendo que para mí no tengo. Ya le comentarán los que están aquí y si quiere preguntarme, que lo haga, pero no quiero marcar ningún camino ni nada. Aquí tiene buenas personas a las que consultar.
–¿Ya tiene pensado su discurso de despedida?
–Ya lo tengo escrito. Algún día añado una palabra o quito otra, pero ya está hecho. Igual que el del día 20, que también lo tengo ya, ahí solo es algo breve de bienvenida al nuevo obispo, no voy a dar ahí el tostón.
–¿Le da pena dejar Palencia?
–Sí, cuando estoy recogiendo me da pena, cómo no, pero hay que hacerlo. Todo traslado supone un poco el trasplantar un árbol de un lugar a otro y eso se siente.
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