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Cierran voluntariamente, activan el protocolo de seguridad y dejan de ingresar durante al menos diez días. Es la faena con la que conviven estos días varios negocios que han contado en su plantilla con algún caso de coronavirus. Ellos lo tienen claro, la salud es lo primero, pero no todo acaba ahí, porque el mero hecho de que la palabra covid-19 sobrevuele un establecimiento, sirve para que el miedo se adueñe de la sociedad y complique la vuelta a la normalidad con la afluencia de clientes anterior.
Con eso torean estos días dos establecimientos hosteleros de la capital, el restaurante Bariloche y el bar Alaska. Al primero le salpicó el brote de la pastelería Polo, pues una de las empleadas que contrajo la enfermedad, le transmitió la covid-19 a su marido, cocinero del restaurante ubicado en la zona de San José. El cocinero empezó con los primeros síntomas el 19 de agosto, y desde ese día no ha vuelto a pisar los fogones del establecimiento hostelero. Dos días más tarde, se confirmó el positivo y, en ese mismo momento, el dueño, Jorge Martín, decidió cerrar sus puertas. «La salud de los empleados, de los clientes y de mi familia es más importante que cualquier otro asunto», incide Martín, que afrontó cuatro días con cero ingresos en su caja. El viernes 21 de agosto se sometió toda la plantilla a las pruebas PCR y dos días más tarde ya conocían el primer negativo colectivo, por lo que el martes la persiana del Bariloche se volvió a abrir, pero con el personal justo. La plantilla se redujo a la mujer de Jorge y el propio dueño, ya que el resto de la plantilla se mantuvo aislada hasta conocer el 29 de agosto su segundo negativo.
«Nos han caído palos por todos los lados, especialmente por las redes sociales, donde mucha gente, sin conocer nuestra situación, nos ha criticado. Queremos que sepa la clientela que nosotros hemos vuelto a abrir porque nosotros pasamos el coronavirus en marzo, incluso el 5 de mayo nos sometimos a la prueba serológica para confirmarlo. Y así fue. Ahora el rastreador nos ha permitido volver a abrir el negocio, aunque el resto de la plantilla ha mantenido la cuarentena. Tenemos los anticuerpos. De no haber pasado la enfermedad, mi mujer y yo, evidentemente, no hubiéramos abierto. Han sido las autoridades sanitarias las que nos han dejado retomar la actividad porque el Bariloche es seguro», recalca el propietario, que ha echado mano estos días de personal eventual para dar servicio en cocina.
Entre las faenas de cerrar su negocio por «el bien de todos», Martín lamenta la ligera caída de las comidas. «Los primeros días dimos entre 8 y 14 comidas, cuando lo normal suelen ser 30. Es verdad que es una semana rara, porque hay gente de vacaciones, pero ese cierre y las críticas se notan en el día a día. Aun así quiero agradecer a los clientes, porque realmente nos están apoyando», continúa Martín, que tuvo que pasar el trago amargo de avisar a un amigo que cancelaba la comunión de su hijo. «El mismo viernes que cerramos, avisé a mi amigo para decirle que lamentablemente no le podía dar la comunión al día siguiente. Son momentos duros», continúa el propietario, que para la tranquilidad de los clientes adelanta que someterá a toda la plantilla a los test serológicos. «Siempre vamos a pensar en la salud. Hemos activado los protocolos antes de que la Junta nos dijera nada», añade Martín, que desde hace ocho días trabaja con su plantilla al 100%.
La situación en el Alaska es más compleja. El histórico bar de la Calle Mayor ha vivido con resignación lo sucedido con el positivo de una camarera. El pasado 24 de agosto por la tarde tuvo que cerrar por un caso ajeno a su puesto de trabajo. Se activaron todos los protocolos y la verja se cerró hasta principios de septiembre. No hubo San Antolín en el Alaska, como no hubo Semana Santa, Palencia Sonora o un verano más normal. «Es una faena», apunta su dueño, Luis Rebollo.
Una faena porque hasta principios de esta semana no se sometieron a las segundas pruebas PCR para confirmar que el resto de la plantilla podría volver al trabajo. En los primeros test, los empleados dieron negativo, aunque tuvieron que mantener la cuarentena hasta el siguiente análisis. «No tenemos ninguna ayuda, es otra traba para la hostelería, que esta siendo uno de los sectores más castigados por la pandemia, y eso que seremos los que más medidas de higiene ponemos a disposición de los clientes», relata Rebollo, que ha completado, junto con el resto de su plantilla, el curso covid de hostelería de manera gratuita al formar parte de la Asociación de Hostelería de Palencia.
«He recibido mucho apoyo de los clientes, ahora solo espero que vengan al bar Alaska como han hecho siempre. Ya está todo desinfectado y esperando a volver a abrir», detalla Rebollo, quien no se ha tenido que someter a las pruebas PCR al estar de baja y no tener contacto con la camarera.
Alejado de la hostelería, otros negocios también han sufrido la misma situación, como Lactoduero, en Saldaña, después de que un positivo les obligara a cerrar sus instalaciones. «Fue una hecatombe, pero lo asumimos. Nos ponemos en el lugar de las autoridades sanitarias, que nos han tratado exquisitamente, y lo entendemos. Tuvimos que cortar de raíz, y eso hicimos. Lo único es el perjuicio económico. Nos ha tocado a nosotros, pero qué vamos a hacer», destaca el responsable de la empresa, Rafael de las Heras, que relata cómo ha vivido esos días. «Muchas cosas de la fábrica no se pueden hacer por el ordenador. No quiero ser pesimista y me quedo con lo positivo, el no tener a nadie más de la empresa enfermo», continúa.
Con la normalidad ya entre las paredes de Lactoduero, De las Heras quita importancia a las críticas que ha recibido su empresa por tener un positivo en su plantilla. «Contra el sambenito que te ponen no se puede hacer nada. Es desagradable y todos los que critican quiero creer que no lo hacen con mala intención. Están con los nervios a flor de piel», argumentan desde la empresa afincada en Saldaña.
Alaska, Bariloche y Lactoduero son el ejemplo de lo que viven varias empresas en la provincia, azotadas por la enfermedad en los económico y lo social. «No hice nada mal, ¿qué culpa tengo yo de tener un positivo en la plantilla?», se preguntan los propietarios de estos negocios.
Escuchar la palabra coronavirus en un negocio ya afecta de forma negativa para las arcas de ese establecimiento. Y si resulta que la afirmación pulula por las redes sociales en forma de bulo, el daño se incrementa. Esta situación la han vivido recientemente dos establecimientos hosteleros de la capital, El Trigal de la Martina y el restaurante Ajo de Sopas. Ambos propietarios utilizaron las mismas redes sociales para desmentir ese mensaje, pero el daño ya estaba generado.
«La primera llamada para solicitar una cancelación no me la tomé en serio, pero en la tercera ya me empecé a preocupar. La gente no es consciente del daño que se hace», apunta la propietaria de El Trigal de la Martina, Lidia Grijalbo, que incide en la importancia de extender el mensaje. «Lo más seguro siempre es no compartir esas publicaciones. Sabemos que es un botón muy fácil», continúa.
A pesar de todo, tras varias explicaciones, el restaurante ubicado en Pan y Guindas no ha sufrido cancelaciones. «Tras explicar que era un bulo, no se ha notado, pero la idea de los clientes era no venir», añade.
Asimismo, Grijalbo destaca la labor de higiene de la hostelería. «Se nos exige las desinfecciones, pero necesitamos la colaboración de todos. Muchos no están con la mascarilla hasta la llegada de la consumición», concluye.
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