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El agua entraba por la avenida de Cuba hacia el barrio de una forma tan asombrosa que nadie ni nada podía parar, los coches parecían ... barcos sin encontrar punto de amarre, un contenedor de obra con escombros bailaba desde la calle Managua hasta el colegio Pan y Guindas, las burbujas de agua formadas en las cocheras comenzaban a reventar y en pocas horas apenas se veía el tejado de la iglesia de San Marco.
La lluvia torrencial que invadió una tarde de verano de aquel 15 de julio de 1997, hoy hace 25 años, trajo el caos a Palencia, fundamentalmente a los 7.000 vecinos del barrio de Pan y Guindas. No hubo que lamentar víctimas, pero los daños de tromba de agua y granizo, que descargó 80 litros por metro cuadrado durante 57 minutos sin cesar, desbordó el arroyo de Villalobón, provocando cuantiosos daños en viviendas y locales de la capital.
Muchos fueron los palentinos que vivieron muy de cerca las consecuencias de las inundaciones, y numerosos son los recuerdos que 25 años después vuelven en forma de anécdota y desasosiego. Mayte Rodríguez, vecina del barrio entonces y ahora, implicada en el movimiento vecinal hace un cuarto de siglo y presidenta de la asociación de vecinos del barrio de Pan y Guindas actualmente, recuerda con tristeza y congoja la inundación provocada por la tormenta del 15 de julio de 1997. «El arroyo de Villalobón había pasado desapercibido incluso para muchos vecinos del barrio, pero después de las consecuencias que aquella tormenta causó, jamás lo olvidarán», afirma Mayte Rodríguez.
Cómo es posible que un pequeño riachuelo, poco más que un torrente en algunas ocasiones, pueda provocar la inundación de todo un barrio, alcanzándose alturas de hasta dos metros de agua en algunas calles y plazas, sepultando hasta los tejados toda una manzana de viviendas unifamiliares, dejando a cientos de familias en la calle durante algunas jornadas y a decenas durante semanas. «La culpa la tuvieron dos colchones», llegó a asegurar meses después de aquel julio de 1997 en un pleno del Ayuntamiento el entonces concejal de Urbanismo, Jaime Herrero, del PSOE –gobernaba el PP con Marcelo de Manuel–, cuyo partido se encontraba en la oposición cuando ocurrió la catástrofe. ¿Dos colchones? Sí, pero también una ingente cantidad de maleza y suciedad que se había acumulado durante meses en el cauce del arroyo y que fue acumulándose por el arrastre contra las rejillas que encauzaban este arroyo de Villalobón al alcanzar la ciudad, en los entornos de la actual Balastera.
Este entronque quedó totalmente cegado por los colchones y la suciedad y los miles de litros de agua que había asumido el pequeño cauce como consecuencia de las intensas lluvias de primera hora de la tarde y las que continuaron a lo largo del día, no solo en Palencia, sino en toda la zona sur de la provincia, especialmente en Astudillo y su comarca, de donde procede el arroyo.
El arroyo, completamente cegado en su entronque con la red de alcantarillado de la ciudad, comenzó a enviar sus aguas hacia el barrio de Pan y Guindas, en donde se fue acumulando, sin posibilidad de seguir a ninguna otra parte por la presencia del vallado del ferrocarril. Y así, primero los garajes, luego las calles, los portales, las casas, las tiendas los locales, todo fue llenándose hasta anegar por completo la red de saneamiento todas las tapas de los registros habían reventado y las calles estaban llenas de trampas mortales en forma de pozos de alcantarillado.
En la actualidad, la anchura del cauce del riachuelo es de tres metros, el doble que antes de la tremenda inundación. «La zona se encuentra en mejor estado, aunque no hay establecida una frecuencia de limpieza», señala Mayte Rodríguez, a la vez que lamenta que aún haya personas que tiran a la orilla basura, colchones viejos e incluso ruedas de coches. «A toda la basura hay que sumarle la maleza y vegetación propia del cauce del arroyo, que se limpia muy de vez en cuando», denuncia Mayte Rodríguez, a la vez que recuerda con una desagradable sensación los momentos vividos. «El arroyo está bastante limpio por las orillas, pero cuando llega a la altura del edificio de la Tesorería de la Seguridad Social, al lado de La Balastera, acumula porquería que a veces los vecinos tiran. Sí que es verdad que a veces las rejillas están un poco atascadas de maleza, pero los vecinos somos un poco sucios, lo veo cuando voy a dar un paseo por la zona del arroyo hay basura, colchones, muebles, ruedas de coches. Yo pensaba que con la inundación nos concienciaríamos, pero no. Aunque no es un vertedero, a veces sí que se utiliza como tal», reflexiona la presidenta de la asociación de vecinos del barrio de Pan y Guindas.
«Yo vivo por la avenida Brasilia, lo que es el Vial, donde la altura a la que llegó el agua fue de metro y medio. Los bomberos tuvieron que ir con barcas y uno de los que salvaron fue al cura, que nadie se había acordado de él y estaba en la zona más honda, por Cardenal Cisneros, la primera zona que se inundó al ser la más cercana al arroyo», dice refiriéndose al párroco de San Marco, Elías de la Fuente. Cuando la tormenta adoptó su peor cara aquel 15 de julio de 1997, el párroco decidió guardar el coche que tenía en la calle en el baraja de su vivienda, anexa a la iglesia, algo que lamentó después por la costosa reparación del vehículo, dañado por la inundación. Aunque eso no fue nada al a de los 4 millones de pesetas de daños en el templo, fundamentalmente por el deterioro de la calefacción, según recordaba después de la catástrofe el párroco. La iglesia San Marco alcanzó un nivel de 1,80 metros de agua, una señal que aún se percibe en sus paredes. El salió a nado a las once de la noche de aquel día al encuentro de los bomberos, que le dieron cobijo, comida y ropa.
«Ningún vecino del barrio se esperaba lo que pasó, el agua subió casi dos metros de altura. No estábamos preparados para una catástrofe de esa magnitud en un barrio tan pequeño», explica. Mayte Rodríguez .
«En la avenida Reyes Católicos, el muro de las vías del tren contuvo el agua, lo que hizo que no avanzara más, pero a la vez provocó que se inundara más el barrio», afirma con el recuerdo de los vecinos que querían derribar las barreras de las vías del tren para desalojar el agua que había inundado el barrio.
Las secuelas de la inundación del 15 de julio de hace 25 años siguen perennes en Pan y Guindas. Todavía hoy la mayor parte de sus vecinos recuerdan con vívida intensidad el drama que se vivió aquel verano de 1997 y sus ojos aún se posan con desconfianza en el cauce del arroyo de Villalobón, que, aunque encauzado en algunos de sus tramos, mucho más limpio que antaño, desviado por un nuevo emisario bajo la ciudad de Palencia y con un entronque de mayor caudal y fácil limpieza, todavía siembra a este barrio de incertidumbre cada vez que se descarga una tormenta.
«Llamé a Protección Civil y les pedí que me ayudaran a salir y me respondieron que 'saliera cuando pudiera'. Salí con el agua por la cintura. Además de la inundación, la situación fue más desagradable, porque ese día tendríamos que haber ido a León por la muerte de un familiar y no conseguimos salir de la ciudad», recuerda Mayte Rodríguez, presidenta de los vecinos.
«A la gente también le dio por levantar las tapas de las alcantarillas e ibas con miedo por si te caías en una. Fuimos a por los coches, que estaban en la zona del Frontón de la Ensenada, donde el agua les llegó hasta las ruedas», añade.
«Vivo en un tercer piso y el agua llegó hasta las escaleras del edificio, alcanzando el metro y medio», señala Mayte Rodríguez, que lleva 40 años en el barrio de Pan y Guindas. «Quince días después hubo también otra tormenta y uno de los empleados de Aguagest fue el único que nos ayudó con una excavadora levantando tierra para desviar el agua», dice entre la multitud de recuerdos que se agolpan en su mente de aquel julio de 1997.
Información de Mario Román Vallespí
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