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Magdalena Villegas, en el restaurante San Remo. A la derecha, su hijo Alberto Villegas.
«Se ha ido de una forma muy injusta, es una pesadilla»

«Se ha ido de una forma muy injusta, es una pesadilla»

Madgalena Villegas, una institución en la hostelería palentina, murió el pasado día 5 en el hospital Río Carrión a los 72 años tras dos semanas ingresada en la UCI por el coronavirus

Ricardo S. Rico

Palencia

Viernes, 11 de diciembre 2020, 07:01

«Tenía un carácter fuerte, era una mujer especial. Era una fiera enjaulada, no llevaba bien que se dijeran mentiras de mí», señala al hablar de su madre Alberto Villegas, que regenta el restaurante San Remo de la capital palentina y rostro popular en el mundillo del fútbol local, no en vano fue presidente del CF Palencia y posteriormente director del Deportivo Palencia, club este último del que fue uno de sus fundadores y levantado sobre las cenizas del primero después de su desaparición. No fue Alberto Villegas un dirigente al uso, escapista de titulares y de perfil bajo, como se dice ahora. Su gestión creó correligionarios y férreos detractores por igual, y a Magdalena Villegas, matriarca y futbolera, se le hacían bola los comentarios sobre su hijo, con quien compartió espacio en las cocinas del San Remo y ayudó a levantar las barras de la antigua Balastera cuando mandaba en el CF Palencia.

«En todo lo que yo he hecho ella se ha volcado, también fue conmigo a Pingüinos 17 años cuando yo lo explotaba. Quería a sus hijos por igual (Alberto tiene dos hermanas, Raquel y Eva), y aunque era conmigo con quien más discutía, siempre ha estado a mi lado», recuerda el gerente del restaurante San Remo, que no puede creerse aún cómo la maldita covid se ha llevado a su madre y maestra en los fogones en poco más de dos semanas.

«Mi madre estaba fenomenal, estaban en el pueblo, en Ayuela, que ella y mi padre son de allí, y ahí nací yo también. Se fueron en el mes de mayo y estuvieron hasta finales de octubre, cuando vinieron a Palencia porque mi madre tenía de hacerse unas pruebas médicas, que al final no se las hicieron. Pero en lugar de volverse al pueblo se quedaron haciendo papeles en Palencia, y aquí se contagió», relata Alberto.

«El 18 de noviembre estaba con mucha tos, llamó mi padre al 112 y por la noche ingresaron a mi madre en el hospital Río Carrión con neumonía bilateral. Yo hablé con ella al día siguiente y me dijo varias veces que cuidara de mi padre, que le hiciera caso, no sé si tenía una premonición. Al día siguiente también hablé con ella pero al tercer día la ingresaron en la UCI, intubada y sedada, y ya no pude volver a hablar con ella, ni me pude despedir», comenta Alberto, roto por la pérdida de su ser querido, que falleció el 5 de diciembre a los 72 años. «Si no tuviera la cabeza ocupada con el restaurante, me daría algo. El año 2020 lo recordaré siempre como un año de enorme trascendencia en lo malo», agrega Alberto, que a las dificultades que ha traído para los hosteleros la pandemia suma ahora un mazazo que deja lo económico en intrascendente.

Ni a su peor enemigo

«Es muy ingrato, esto yo no se lo deseo ni a mi peor enemigo. Es una pesadilla, se ha ido de una forma tan injusta, sin poder casi ni despedirnos de ella ni poder devolverle algo de lo mucho que nos ha dado. Sin poder disfrutar casi de la jubilación, que llevaba menos de dos años después de haberse dedicado toda la vida a trabajar 18 horas al día para que nos les faltara nada a sus hijos», lamenta el gerente del San Remo, conmovido por el goteo continuo de muertes de «una generación que ha ayudado a levantar este país con tanto trabajo».

Magdalena Villegas en 2006 con un premio de la Asociación de Hostelería.

«Mi padre (Isaac Villegas, de 73 años, también de Ayuela como Magdalena y con igual apellido, aunque no eran familia) se fue con 14 años a trabajar a Barcelona porque eran cinco hermanos y hacía falta el dinero. Estuvo en Pineda de Mar y en La Molina con el mismo jefe, dueño de los dos restaurantes. Entró en la cocina y le cayó bien a la mujer del jefe, porque era despierto. Volvió y se casó con mi madre, que también trabajó en Barcelona. Cuando nací mi padre estaba de cocinero en Saldaña, pero teniendo yo ocho meses cogieron el restaurante El Carrión, que estaba en el barrio de la azucarera de Monzón de Campos. Aquella fue su primera experiencia como empresarios», apunta Alberto.

«Allí estuvimos ocho años y nos vinimos luego al bar Los Luises, en la Carcavilla. Era un bar que estaba enfrente de la Electrólisis del Cobre y se levantaban a las cuatro de la mañana para dar los desayunos y los 'completos' a los trabajadores del primer turno, y ya seguían todo el día hasta que se iban a dormir a medianoche», recuerda Alberto, que junto con sus padres dejó en 2006 el bar Los Luises para ir al San Remo.

«Allí han estado hasta que mi madre se jubiló en el año 2018 y mi padre, el año pasado. A mi madre le dio un ictus trabajando y aunque se recuperó bien, yo ya entré en la cocina y le obligué a que lo dejara», comenta Alberto, que hace cocina del siglo XXI pero con las enseñanzas de los guisos y los arreglos de su madre.

El huevo frito

«Me enseñó desde pequeñito que un huevo no se fríe con el aceite frío sino hirviendo, yo le decía que saltaba y me quemaba y ella me contestaba que cuando uno se ha quemado varias veces, empieza a saber algo de cocina. La mano de mi madre en la cocina ya me gustaría tenerla: su bacalao al ajo arriero, la menestra, la zarzuela de pescado y marisco... Estaba las 24 horas del día pensando en la cocina y lo mejor era su improvisación, con muy poco producto hacía un platazo», añade Alberto Villegas, que recuerda la pasión que tenía Magdalena por el fútbol.

«Le encantaba. Cuando el 'play off' con el Izarra cerró el bar y se llevó a toda la plantilla del bar en autobús al partido. A Irún también fue y no me dijo nada hasta que la vi después del partido», incide. Aquel gol de David Lago le hizo feliz a Alberto Villegas. El gol que le ha marcado ahora la vida le hace muy desdichado.

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