Los preliminares de la corrida que abría la feria de Palencia y suponía la alternativa del novillero burgalés Jarocho anunciaron la noticia de la caída del cartel de Cayetano. El padrino no iba a comparecer a la ceremonia en la que un nuevo matador ... se iba a incorporar al máximo escalafón de la tauromaquia. El parte médico, fijado en la pared junto a las taquillas, explicaba que el madrileño sufría un proceso compatible con una infección respiratoria. Pese a los indicios, pese a ellos, no se debe incurrir en una sospecha maliciosa, pues los Montalvo que por la mañana habían contemplado su apoderado, Curro Vázquez, y su cuadrilla, no podían ser más cómodos de cornamenta y de hechuras proporcionadas.
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El caso es que Daniel Luque, el testigo previsto, vio cómo su condición de acompañamiento se elevó a la de sacerdote que ofrece el paso a un nuevo maestro. Y, necesitados de un testigo, allí estuvo el salmantino Álvaro de la Calle, que acudió raudo y veloz como sobresaliente al coso palentino. Y, en el momento de la cesión de trastos, Luque, acertado, invitó al padre del nuevo matador de toros, que actúa en las filas de su hijo, a compartir tan crucial momento profesional y familiar.
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Carmen Aguado
El balance para el toricantano fue de tres orejas, una en la faena en la que se convirtió en matador y dos ante el tercero de la tarde. Trofeos desproporcionados en su número, cuya concesión, es evidente, fue responsabilidad de un palco permeable a una mínima presión. Y lo que es más importante, ajeno a una mínima reflexión y a un conocimiento siquiera ligero del ecosistema del toreo: ¿Y si alguna faena hubiera sido sólida, consistente, extraordinaria…? Porque, de momento, salvo malformaciones genéticas, los toros no tienen tres orejas, ni dos rabos.
El toro de la alternativa, Libertino, de preciosa y recogida lámina, ofreció unos desplazamientos largos y entregados por ambos pitones cuando, garboso, Jarocho le ofreció su capote en los lances de recibo. Una inoportuna voltereta mermó considerablemente la movilidad del astado, que a partir de ese instante blandeó de modo recurrente.
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Sin colocación ni alma, trasteó Jarocho con la muleta. Tan solo se salvó algún natural suelto, por goteo. Finiquitó al animal de muy defectuosa estocada, sin que quepa aplicar atenuante alguno. En los tendidos, salvo en el que se hospedaban las huestes burgalesas que habían acudido a jalear a su paisano, la petición era irrelevante, pero el presidente, en un cómputo ajeno a una exploración visual medianamente sensata, sacó un pañuelo.
Al chaval le hizo feliz, pero la tauromaquia requiere épica, no cursillos de autoestima. Jarocho paseó ufano el apéndice, mientras desde el palco se había abaratado, ya sin solución, el precio de la tarde.
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Las otras dos orejas que cosechó el toricantano se las cortó a su segundo, otro colorado ojo de perdiz, que también sufrió una voltereta. Pero no quedó tan mermado como su hermano que abrió plaza. El toro, de buena y noble condición, de motor justo pero raza evidente, estuvo por encima de la labor de Jarocho, que no llegó a cogerle la distancia ni el ritmo. Volvió a enterrar con defectuosa trayectoria el acero, pero el presidente debe pertenecer a alguna logia favorable a la corrida sin muerte. No le importó. O no entiende. Así que sacó dos pañuelos.
En el quinto, último del triple lote del burgalés, los pinchazos evitaron otra malversación auricular. Y la cosa quedó en una cariñosa ovación al joven diestro, cuya salida por la Puerta Grande se había encargado de blindar el palco.
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A Daniel Luque, claramente, la tarde se le quedó pequeña. Sin rival coletudo ni tampoco en su lote. Abrevió ante su primero, pese a que sí cabía cierto lucimiento, una vez que, en reincidencia tan negativa como casual, el animal sufrió una voltereta que mermó la movilidad bóvida.
Del cuarto toro de la tarde cabe resaltar un magnífico tercio de banderillas. Luque anduvo sobrado con su oponente, al que acabó hipnotizando en una distancia mínima. Dominador y firme, efectista también, enterró una estocada algo trasera y fue premiado con dos orejas. Generosas también.
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Y al que cerró plaza, con una faena de entrega, de técnica y voluntad, le arrancó un apéndice tras estocada. Labor de profesionalidad.
La tarde, por tanto, no quedó definida por el número de orejas contadas, sino por la soltura de muñeca del presidente. Ni Alcaraz.
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