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Tarde alocada en muchos momentos la que se vivió ayer en Palencia. Desorden en algunas lidias, división de opiniones con respecto a la actuación de Morante, bronca al presidente por no conceder la segunda a El Juli, excesiva premio para el último toro e insólito ... el detalle de Manzanares, al rechazar uno de los trofeos del sexto, al entender que había recibido demasiada condescendencia. Y como remate, un Juli compañero y profesional, que renuncia también a la Puerta Grande, para salir a pie junto al alicantino, en un gesto de solidaridad.
Todo esto en una sola tarde, en la que muchos, la mayor parte de los aficionados, querían ver a Morante y se fueron de vacío. El sevillano llena la fiesta, es uno de sus grandes valedores actuales, y quizá por ello quiera también exigírsele más. Y quizá por ello se llevó ayer la bronca de parte del respetable, que se quedó con ganas de ver su pellizco, porque siendo francos, poco pudo hacer con lo que le tocó apechugar.
Tuvo muy mala suerte con el lote. Con el primero lo intentó, porque parecía que podía haber tenido algunas buenas condiciones. Lo fue sacando a los medios a media altura y puso ganas con la zurda, pero el animal cortaba la embestida y amagaba hacia dentro. Pronto se rajó del todo y ya no hubo nada que hacer. Una estocada efectiva y silencio en la plaza.
Peor suerte tuvo aún con el cuarto. No le vio desde el principio y eso se notaba. Doblones con gusto para intentar la faena, pero el toro era manso hasta el extremo y rajado desde el principio. No se dejaba hacer y eso se apreciaba en el rostro de frustración del sevillano cuando caminaba hacia el acero. Abrevió y fue abroncado por una parte del público, al tiempo que otros aficionados se levantaban para ofrecerle sus aplausos de comprensión.
Y entonces llegó El Juli, quizá el torero con mayor predicamento en Campos Góticos, el más querido desde que era un chiquillo con más ganas que altura. Y llegó ayer con más intensidad y ansia de triunfo de lo que podía esperarse por el luto que lucía en sus colores tras la muerte de su tío. Estuvo en todo momento muy por encima de sus dos toros y se echó la tarde a la espalda, para levantar la frialdad instalada en los tendidos.
Se inició la lidia en modo desastre, con un animal que levantaba la cara y dejó varios sustos repartidos entre la cuadrilla. Parecía que no veía bien, pero El Juli sí pudo ver algo en un toro que se antojaba inmanejable. Lo metió pronto en la derecha, toreando muy largo y se vio menos cómodo con la izquierda.
Llevó al toro muy despacito, a su terreno y el público se fue entregando a un toreo pausado y encimista, rematado con espectaculares pases de pecho, y el premio no se hizo esperar.
Ávido de triunfo, en el quinto salió con ganas de novillero. Arrancó por verónicas y se lució al quite por chicuelinas, y ante el desarme, cogió de nuevo el capote con más ímpetu para arrancarle los pases con unas hechuras preciosistas.
Tenía toro y no lo dudó. Muy entregado por la derecha, le costaba más al natura, ya que su oponente cortaba la embestida. Pero en la derecha tenía toro. Sometido por completo, el toro se entregó a la muleta pase tras pase, mientras que el madrileño se entregaba a una intensa conexión con el tendido, al que miraba, hablaba e incluso parecía telegrafiar sus siguientes movimientos. El respetable de pie, gritando «torero, torero» y él enfrascado en su dominio sobre el toro, al que pasaportó con una estocada fulminante. Una oreja y la segunda negada por el presidente, que se ganó un bronca tremenda.
En cambio, con Manzanares, en el sexto, la actuación del presidente fue totalmente contraria. Fue generoso en la concesión de la segunda oreja, aunque el alicantino hubiese ofrecido la mejor faena de toda la feria, y fue más generoso aún al conceder la vuelta al ruedo al astado de Garcigrande, una decisión incomprensible hasta para el propio José María Manzanares. Así, el matador optó por solo pasear uno de los trofeos, con lo que se negó a si mismo el triunfo de la Puerta Grande, y El Juli se solidarizó y salió también a pie.
Manzanares empañó su primera faena con un clamoroso fallo a espadas, porque había conseguido someter a un tercero de la tarde complicado, de embestida recia, al que costaba parar.
En el sexto, recibió una joya con la que compuso una faena de belleza incuestionable, de largos derechazos, de plasticidad extrema, de toreo para enmarcar.
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