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Como no podía ser de otra forma, Palencia ha sido incluida en el adiós de los escenarios de Moncho Borrajo (Baños de Molgas, Ourense, 74 años), que se presenta bajo el título '¡Se acabó!'. El cómico gallego, con 52 años de trayectoria, se despedirá del ... público palentino el viernes 30, a las 20:30 horas, en su querido teatro Ortega, regentado por la familia Margareto, a la que le une una estrecha amistad, y donde ha aterrizado con cada uno de sus montajes.
–Vive en Puerto de la Cruz desde hace más de treinta años. ¿Sigue visitando su tierra natal?
–Sí, sí. Además, la estación de tren de mi pueblo alberga el museo y la fundación que llevan mi nombre. Aunque he de reconocer que voy menos desde que vivo en Puerto de la Cruz por la distancia.
–'¡Se acabó!' es su adiós definitivo de los escenarios después de 52 años.
–Que ya va camino de 53 porque profesionalmente empecé en el mes de enero. Es el momento para decir adiós por muchas razones. Una, porque la sociedad ha cambiado mucho y el sentido del humor se ha perdido, hemos llegado a un punto bastante tiquismiquis, sobre todo, a raíz de la llegada de las redes sociales, en las que 'estás conmigo o contra mí'; la libertad de pensar ha entrado dentro de la ignominia y ser un librepensador se ha convertido en un insulto. Un amigo mío, Paco, que forma parte de la pareja cómica Piedra Pómez, siempre me dice una frase que la he hecho mía: «El sentido del humor es un regalo de tu cerebro». Otra razón es la edad, aunque me encuentro bien físicamente, en mi obra de despedida estoy casi dos horas subido al escenario, pero el otro día me vi revisando cajones de mi casa para ver lo que había porque no he vivido prácticamente en ella; he estado siempre en hoteles, pensiones, carreteras… Llevo 52 años de profesión y parezco un apátrida; viví 16 años en Valencia, una temporada en Madrid, otra en Barcelona y definitivamente en Tenerife, pero yendo y viniendo. Yo quería celebrar mi 75 cumpleaños el 25 de diciembre, día en el que nací, con mis amigos y me he dado cuenta de que va a ser imposible porque les tengo repartidos por toda España y no podría reunirles a todos. He dedicado muchísimo tiempo a los demás, no sólo encima del escenario, sino detrás, revisando la escenografía y el vestuario, aprendiendo las particularidades del lugar donde actuaba para hacer algunas bromas…
–¿Ha cumplido con creces su sueño profesional o ha dejado algo en el tintero?
–Me he dejado un par de cosas que espero hacerlas algún día. Tengo muchos amigos payasos. Hice de payaso en una ocasión en Villena (Alicante) explicándoles a los niños de lo que había que reírse y de lo que no. En mis actuaciones suelo hacer un pequeño papel de payaso como homenaje a Charlie Rivel y me gustaría hacer de payaso en un espectáculo junto a algunos de mis compañeros payasos, y que conste que los niños son el público más difícil. Y, también, me gustaría hacer un papel en una película. En el cine sólo he doblado las películas 'Mira quien habla' y 'Mira quien habla también'. Berlanga me pidió perdón por no llamarme para participar en 'Todos a la cárcel' y se justificó diciendo que mi personalidad era tan fuerte que no podía hacer ningún personaje porque todo el mundo vería a Moncho Borrajo, y Garci, con quien hice una prueba, me dijo exactamente lo mismo, a pesar de que me caracterizaron de mil maneras. Es una espinita que tengo clavada y me gustaría hacerla realidad, aunque fuera sólo una pincelada.
–¿Su profesión le ha hecho renunciar a algo?
–Una de las cosas que me da pena es no haber tenido un hijo. Pero la naturaleza es muy sabia y creo que me hizo homosexual porque mi profesión, con tantos viajes, me hubiera impedido atenderle adecuadamente. Un hijo no es un botijo y últimamente parece que la gente tiene botijos, que los deja y los coge cuando quiere. Creo que tener hijos conlleva una gran responsabilidad y una gran dedicación y no entiendo esa despreocupación que se ve de muchos padres por sus hijos. Yo fui hijo único y provengo de una familia humilde que me educó en base a muchos valores y compartiendo muchos momentos juntos. Ser hijo único marca, te obliga a estar mucho contigo y te ayuda a conocerte. Un amigo mío, que es director teatral, me dice que pinto y que he hecho reír a miles de personas dándoles muchas alegrías y que mis dibujos y mi público son mis hijos. Y es cierto, el cariño que me demuestra la gente en la calle no tiene precio.
–Una vez retirado, ¿qué planes tiene?
–Si me reclaman para algún espectáculo benéfico, lo haré, pero cosas muy puntuales. Me seguiré dedicando a la escritura; tengo publicados alrededor de veinte libros: cuatro de ellos de dibujos humorísticos; cinco novelas, una en gallego; un libro de cuentos en gallego; dos publicaciones de poesía; y acabo de terminar otra novela a falta de que me la publique una editorial. No he parado de escribir ni de dibujar. Soy hiperactivo, pero en este país si eres bueno en una disciplina, cabrea y si lo eres en varias, jode (risas). Antonio López me decía que dejase de hacer reír para pintar. Yo he cumplido siempre la promesa de no exponer mi obra en ninguno de mis espectáculos, que lo podría haber hecho, pero nunca quise para que no dijeran de mí «el cómico que pinta». En este tema pienso que soy mejor dibujante que pintor.
–¿Cómo es Moncho Borrajo?
–Siempre he sido un bicho especial y muy peculiar. Nací sietemesino pesando 500 gramos y el cura dijo: «Este niño no va a coger truchas», queriendo decir que me iba a morir pronto. Siempre fui un niño que se acostumbró a estar solo, nunca tuve 'bullying', tuve gafas desde los cinco años e intenté hacer todos los deportes para sobresalir, pero como no se me dio ninguno bien, esas horas las dedicaba a escribir, inventar poesías o pintar. En el colegio no era el que metía el gol, pero era el que el que diseñaba el cartel de cualquier actividad o recitaba un poema a la Virgen. Y con 18 años, por problemas que tuve en la universidad, me detectaron que era superdotado, de cintura para arriba nada más (risas). Por otro lado, siempre he llevado mi homosexualidad con mucha dignidad, sin negarla pero sin llevar la banderita en la mano. Y cuando había que defenderla, la defendía y en las salas de fiestas he tenido que pegar más de un corte. En un teatro de Sevilla, uno de los espectadores me gritó «maricón» y yo le contesté «psicólogo». Si uno se convierte en frontón, el rebote duele más. Ciertas respuestas de Borrajo han dolido mucho.
–Y en el terreno profesional, ¿se identifica como 'showman', humorista, cómico...?
–La palabra cómico me define más. Hace años, un periodista, de cuyo nombre no me acuerdo, dijo que yo no era cómico ni humorista, sino un manipulador de sentimientos y me pareció una definición preciosa porque yo hago reír, hago llorar, cabreo, consigo que la gente sea feliz… En otra ocasión iba por una calle de Barcelona detrás de tres señoras muy pijas que habían visto mi espectáculo y una les comentaba que yo era muy bruto y que decía muchos tacos y pidió a otra que me definiera y dijo que yo era como un abanico «porque canta y no lo hace mal, baila y no lo hace mal, no cuenta chistes pero tiene gracia, te hace reír y te hace llorar… un abanico tiene muchas varillas: una sola no abanica, pero juntas forman el abanico y te da aire». Me acerqué a ellas y le di las gracias por esa definición tan preciosa.
–¿Cómo definiría su humor?
–A mí nunca me han podido clasificar. Gila y Tony Leblanc siempre me decían «Cuando tú llegas, te lo rompiste todo» porque me metía con el público, improvisaba, hacía humor escatológico… En una ocasión un compañero tuyo me comparó con Pedro Ruiz, a quien admiro, y yo le dije que no teníamos nada que ver y le contesté: «Pedro Ruiz es un cirujano que te abre el cadáver y te lo deja encima; yo hago acupuntura» porque pincho y si sangras, ve a que te curen, y si te jode, es ya tu problema (risas).
–Palencia ha sido una parada obligatoria de todos sus espectáculos.
–Volver a Palencia es un lujo porque conozco a la familia Margareto desde hace muchísimos años, antes de reformar el teatro Ortega. Me reía mucho con Osmundo, el padre; su mujer era encantadora y a sus hijos, algunos de los cuales llevan hoy el negocio, los conocí siendo muy pequeños. En Palencia me siento muy feliz; siempre que voy como con los Margareto porque ya tenemos una relación de amistad, que no es de vernos todos los días, pero estamos ahí. Por otro lado, me encanta el románico del norte de Palencia, el mejor de todo el país, es maravilloso. Y lo sé porque estudié Arquitectura y me interesa muchísimo este arte, aunque no acabé la carrera. A Palencia llegaré el día anterior a la actuación y siempre que voy procuro visitar la Catedral, la Bella Desconocida, y pasear por la calle Mayor. En una ocasión, cuando se convocó un concurso de 'pes' –'Palencia con P'– durante los sanantolines y las obras presentadas se mostraban en un tramo de la calle Mayor, yo hice una 'P' y se me olvidó llevarla el día en que se inauguró la exposición y decidí entregarla al día siguiente y, justo la noche anterior, destrozaron muchas de ellas; la mía se salvó por ese descuido que tuve y ahora no sé dónde estará.
–El público palentino siempre le ha recibido con los brazos abiertos.
–Siempre, siempre. Y eso que los castellanos tienen fama de ser muy sobrios o eso me decían cuando en mis inicios decidí emprender una gira por distintas ciudades de Castilla y León. Yo siempre he tenido una acogida maravillosa. En Palencia la gente se ha reído conmigo todo lo que ha querido y más. Reconozco que es un público distinto al de Andalucía o Valencia, donde el aplauso es abrumador. En vuestra región cuesta un poco entrar al público, pero cuando lo haces, te quieren para toda la vida. Se dice 'como no gustes, no vuelvas' y eso podía haberme pasado en Palencia o en Sevilla, pero no me ha ocurrido en ningún sitio. Además, la gente de Palencia es muy respetuosa y no agobia. La sensación de ser uno más cuando vas por la calle de cualquier ciudad es un 'lujazo'. A mí la fama no me ha abrumado, afortunadamente.
–Sus espectáculos siempre se han caracterizado por la interacción absoluta con el público.
–Yo me parto de risa con los cómicos modernos que hablan con el público y piensan que eso lo han inventado ellos cuando yo lo llevo haciendo desde finales de los años 70. Mi forma de actuar no entra en las normas de los monologuistas. Yo tengo la retranca gallega y la traca valenciana. Mis espectáculos tienen mucho que ver con el cabaret y con grupos como 'La Cubana' o 'Tricicle', que son de la misma época, donde nos preocupamos por las luces y el vestuario. Y sí el contacto con el público siempre ha sido mi punto fuerte.
–¿Qué condensa su 'show' de despedida?
–Es un espectáculo 'monchoborrajiano' al uso. Salgo yo solo y voy colocándome chaquetas que están colgadas en un perchero. Recordaré números de mis espectáculos, cantaré alguna canción de despedida, me convertiré en un payaso al final, cantaré con seis personas del público para reírnos todos juntos y pasarlo bien. Y, con respecto a los espectáculos anteriores, lo que he cambiado es la escenografía, ya que no hay colorido, sólo cuelgan unas cortinas muy largas y unas bombillas caídas simulando la recogida de un espectáculo que se ha acabado. Desde que empecé en enero con esta gira en Vigo, estoy teniendo una despedida maravillosa y la alargaré hasta febrero o marzo de 2025.
–¿Cómo le gustaría ser recordado?
–Como persona. En su día dejé escrito una especie de testamento en el que decía que no quería que me recordaran en las enciclopedias como payaso o cómico ni como escritor o pintor, sino que me recordaran como una persona libre que ha luchado por ser feliz y que ha intentado hacer reír a los demás y como alguien que nunca ha bajado la cabeza ante nadie. Mi padre me decía «de rodillas nunca, ni ante Dios porque Dios no va a bajar a verte, tú ya subirás a verle a él». Creo que soy buena gente y me gustaría que el público me recordara por esos momentos en los que les hice reír. De aquí no nos llevamos nada, como decía el poeta, hay que irse con las alforjas vacías y tranquilo.
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