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Cuando alguien dice que todos los caminos llevan a Roma ignora que todos pasan (por lo menos lo hacían) por Palencia. El deseo mesetario de asomarse a ese balcón norte de la península que es Cantabria obligaba a hacer parada en la estación de tren de Palencia, y si el medio de transporte era el coche, también debía pasar por aquí. De ahí que la provincia no fuera ajena a muchos. De ahí que no le sea desconocida a Antonio Resines, pregonero de las Fiestas de San Antolín. Todavía hoy, confiesa cuando se le pregunta por sus incursiones palentinas, desvía a veces su ruta con el fin de disfrutar del arte palentino y su buen yantar. Suena sincero, aunque su profesión actoral pueda llevar pensar que está ciñéndose a otro papel. De ser así, es de éxito; lo será cuando hable al público en ese pregón popular que salpimenta y adorna de más y más cosas según le vienen a la cabeza. «Apunta, apunta. [...] Perdona», dice en una pausa durante la conversación. Como para no hacerlo; «a Diego Serrano yo se lo perdono todo», afirma uno para sí antes de encauzar una conversación que transcurre en tren y por las carreteras palentinas.
«Tengo muchos amigos aquí», rememora, sin ocultar que quizá el ir a dirigirse a los palentinos tenga que ver con el cariño profesado por muchos por lo mal que lo pasó por la covid y, seguro, debido a que hace un año protagonizó una campaña de turismo de la Diputación, que le sirvió para descubrir y redescubrir lugares que ensalza como si fuera un palentino más.
Pero volvamos al tren. Si tuviera que coger uno Antonio Resines, ¿el destino cuál sería? «Lo cogería con mi mujer y con mi hijo. Nos iríamos a Cantabria, nos bajaríamos en Torrelavega y de ahí nos iríamos a la playa. Pasaríamos por Palencia, por supuesto. Y haríamos una parada», reconoce, sin desvelar dónde iría a comer, por aquello de que nadie le riña la próxima vez. Como sitios que visitaría, uno por encima de todos: Frómista. Le tiene enamorado. «Paro varias veces al año», confiesa, y las enumera, casi disculpándose, como si fueran pocas a pesar de que, con su agenda, es comprensible que no sean más.
Imelda Rodríguez Escanciano (Palencia, 1977) lleva las fiestas de San Antolín en el DNI, ya que nació en plenos festejos. Es optimista por naturaleza, podría decirse, a pesar de ser experta en Comunicación e Imagen Política en los tiempos que corren. No es ajena a la incertidumbre, pero en el pregón literario que pronunciará recordará la necesidad de disfrutar y de vivir sueños como el suyo de pregonar en su tierra.
–¿Qué se le viene a la cabeza si le pregunto por los sanantolines?
–Yo nací en plenas fiestas, un 3 de septiembre. Mi madre siempre ha contado desde la habitación del hospital veía pasar a la gente en plena fiesta. Mis primeros recuerdos son las de la ilusión y la curiosidad de cualquier niño por poder ver y hacer cosas diferentes. Pensar en los sanantolines me lleva al disfrute y a hacerlo en familia.
–¿Qué le evoca este pregón?
–Me gusta mucho por el marco; el teatro invita a la reflexión y a soñar. Es muy importante, en este tiempo de incertidumbre y crispación, que tengamos herramientas para soñar y para reflexionar lo que supone ser palentino, que es algo muy grande. El pregón literario y el teatro, con sus claroscuros, son especiales para poder defender la alegría, defender la ilusión y la sobriedad del carácter castellano, que está siempre cerca del bien. Me parece un regalo poder compartirlo con los palentinos.
–¿Lo siente como un reconocimiento a su trayectoria profesional?
–Sí. Me siento muy agradecida por esta oportunidad de hacer algo que para mí es grande, porque yo siempre lo he visto así. Para una palentina poder inaugurar las fiestas es una alegría y una satisfacción; también ver la ilusión de mis padres. Es casi un sueño hecho realidad.
–¿Es usted de las que presume de ser de Palencia?
–En mi último libro, en 'Imagen política', pedí de expresamente a Editorial Planeta que pusiera mi lugar de nacimiento en la biografía. Creo que la nuestra es una tierra que se debe conocer aún más, porque es una tierra de valores, y los valores nos orientan en la vida. Ser palentino es algo muy grande y mi orgullo de serlo es máximo.
–¿Ha sentido alguna vez que desarrollar mucha de su actividad lejos de casa le ha apartado de ella?
–Todos los veranos, aunque por motivos profesionales he vivido en otras ciudades, procuro venir a mi tierra, no solo a Palencia capital. Mi Palencia, por motivos laborales, se desplazó a la zona norte, a la zona de La Peña, y siempre, año tras año, he pisado la montaña palentina. Esa nostalgia de volver a casa es algo que se necesita. Palencia fue la primera ciudad de Castilla y León donde presenté mi libro. Ese hilo conductor siempre lo he mantenido.
–Entiendo que de todo esto hablará en el pregón...
–Vivimos tiempos difíciles. Después de haber pasado la pandemia, con el periodo de crisis mundial, acentuado por la guerra y por la inestabilidad en muchos sentidos, es importante que la gente recupere la alegría y la confianza, y en Palencia hay muchos ejemplos de valentía y fortaleza. Quiero que el pregón sirva de enganche a los sueños y para defender y para reivindicar el orgullo de ser palentino.
Resines se sobresalta a sí mismo cuando hace memoria. Al recordar las más de cuatro décadas que lleva actuando suelta un respingo. Hace 25 años que la Academia le entregó el Goya a la mejor interpretación masculina por 'La buena estrella'. Por entonces había sido dirigido por iconos del cine español como Fernando Trueba, José Luis Cuerda, Fernando Colomo, Álex de la iglesia o Luis García Berlanga, entre otros, y había sido parte del elenco de la serie 'Los ladrones van a la oficina'. Sin embargo, fue otra ficción televisiva la que le llevó a ser parte del ideario colectivo de varias generaciones de españoles: 'Los Serrano'.
Aunque concluyó hace 14 años, en la cabeza de muchos continúa viva; reconoce quien encarnó al protagonista, Diego Serrano, más si cabe tras la reciente adquisición de una plataforma digital de los derechos para emitirla. «Está llegando gente nueva a la serie», confiesa con gratitud por cuánto cariño ha recibido gracias a un personaje que se le puede parecer en la vehemencia, aunque no en su filosofía de vida, menos tensa y más sosegada. Como se trata de un icono redescubierto, en el que algunos están adentrándose aún, quizás sobre hablar del final, ese que sí, que tú, que lo viste, sabes cómo fue y por eso lo has usado como comparación con algo que hayas vivido. Aquellos que no lo hayáis visto aún: lo entenderéis. Y sí, usaréis el final como tantos otros lo hacemos.
Haber trascendido de ese modo es el gran éxito de Diego Serrano y de Antonio Resines, aunque este no caiga en el error de medirse a través de la trascendencia de sus personajes. Hace meses, cuando fue entrevistado por María Casado en 'Las Tres Puertas', vino de alguna manera a aceptar la fama a partir de aquello que otros construyeron. Así lo resumiría en este periódico hace unos días: «En el fondo habrá algún tarado al que le caiga como una patada en los huevos pero, por norma, a la gente no le caigo mal, porque las cosas que he hecho han gustado, con más o menos éxito».
El periodista Antonio Álamo (Salamanca, 1952) protagonizó ayer el pregón del Casino, primer acto festivo en Palencia, ciudad a la que tanto le une tras muchos años de labor periodística. Desde «su oasis de tranquilidad», sintió el reconocimiento humilde a su trayectoria y dio su visión sobre la buena fama de los palentinos.
–Hablan de los bilbaínos, pero los palentinos como usted también nacen a veces en otros sitios, ¿no?
–Nací en Salamanca, pero al poco de nacer me vine a Salamanca. En Palencia estudié, trabajé, he vivido y vuelvo siempre. Si aparte de vivir y de estudiar en una ciudad trabajas en un periódico, te da una idea aproximada de lo que es. La conozco bien.
–¿Cuál ha sido su relación con los sanantolines?
–Las fiestas las he vivido porque me han llevado mis padres, luego porque he ido yo y después porque me ha tocado trabajar en ellas. Se ve de forma diferente, porque no es igual que te lleven de la mano a ir de mayor. He vivido el deporte, los toros, las Ferias... Solía llegar el día antes o el día de inicio de estar con mis abuelos y recuerdo caerme encima una chaparrada indecente [ríe].
–Habló en el pregón de la buena fama de los palentinos...
–A mí me ha tocado tratar con mucha gente por estudios, por trabajo, en la calle... y la sensación que tengo es francamente agradable. Palencia es un oasis de tranquilidad. En el Neolítico la gente de aquí era gente que se movía. Conozco el museo bastante bien, también lo que eran las 'tesseras hospitalis', unos símbolos de hospitalidad que tenían los vacceos. Referencias históricas hay unas cuantas, también lo decía Santa Teresa, aunque como periodista me gusta saber de primera mano, y lo que sé y lo que veo es que cada vez que voy a Palencia estoy a gusto y que buena parte de mis amigos están en Palencia, aunque por qué la gente es así yo no lo sé.
–En los tiempos que corren, que un periodista sea pregonero quiere decir que aún hay quien confía en nosotros.
–Bueno, sí [Ríe]. Yo intento cuidar lo que hago, que esté documentado y que sea serio, aunque en ocasiones me pierde el humor y decir que no sé si a veces harán bien en hacerlo. Hablando en serio, claro que se puede confiar, aunque este ciclo del periodismo es complicado y digno de observar.
–¿Qué significa ser pregonero?
–Es un función que agradezco, que me hace ilusión, aunque no lo valoro como un reconocimiento desde el ego. Es un orgullo y un honor.
–¿Extraña algo de ese tipo de periodismo que vivió en Palencia?
–A las personas. Yo viví la época clásica del periodismo, con máquinas de escribir, linotipias...; otra de transición, cuando empezaron la fotocomposición y las máquinas electrónicas, y el actual momento digital, y por encima de todo me quedo con la gente. Cuando yo empecé era el benjamín y los veteranos para mí eran como las ramas para los pájaros cuando nacen, una sujeción. Recuerdo con gran cariño a esas personas y otras con las que he coincidido después.
Sus papeles, en especial el de 'Los Serrano', han convertido a Resines en algo así como el tío al que vemos de vez en cuando, con el que tanto nos divertimos en los eventos de la familia –aunque sí, aunque quizás desquicie a mamá con sus bromas–, y por eso en el momento en el que se dirija a los palentinos parecerá que quien se está dirigiendo a ellos es alguien a quien conocemos de siempre, porque en cierta manera es así.
Lo que muchos pueden desconocer es que Antonio Resines nació en Torrelavega hace 68 años y es un defensor a ultranza de la Sanidad pública, después de casi perder la vida cuando pasó el coronavirus. También, que cuando se refiera al arte de la provincia será porque lo conoce desde hace tiempo, de aquellas veces en las que pasaba por Palencia cuando se dirigía a su casa, en el coche o en tren. Aunque, a decir verdad, si no fuera así, quizás daría igual: lo importante es que «si Antonio va, será por algo», como él mismo afirmaba en aquel vídeo promocional; si el actor viene no es solo por haber sido invitado, sino porque sin ser oriundo de Palencia se siente orgulloso de un palentinismo del que (cuidado, aquí sí: spoiler) hablará en el pregón.
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