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Juan del Álamo en Campos Góticos.
Una sustitución más que acertada

Una sustitución más que acertada

Juan del Álamo reivindica en Palencia un puesto en la parte alta del escalafón

josé maría díaz

Miércoles, 2 de septiembre 2015, 23:58

Estaba anunciado Francisco Rivera Paquirri, pero la grave cornada de Huesca lo impidió, con lo que la empresa tuvo que recurrir al joven salmantino Juan del Álamo, a quien solo se le había visto en Campos Góticos en una dura novillada, en la que brilló con la muleta, pero tuvo que pasar el mal trago de que le devolvieran un toro a los corrales, al no encontrar la forma de matarlo.

Pero todo aquello parece ya olvidado y Juan del Álamo, que hizo desmonterado su paseíllo, en su primera actuación como matador en Campos Góticos, se convirtió claramente en el gran protagonista, muy por encima de dos viejos ya conocidos de la afición palentina, Juan José Padilla, y especialmente David Fandila El Fandi, de quien parecía que sus intervenciones en Palencia se contaban por Puertas Grandes, pero ayer se rompió esa magia.

Lo tuvo cerca el granadino, pero se le había puesto cuesta arriba en su primer toro, el segundo de la tarde, al que no llegó a cortar, y se torció del todo cuando el presidente, completamente en su papel, se negó a conceder la segunda oreja del quinto, a pesar de la insistente petición del público. Pero no había existido faena para tanto trofeo y en el palco así lo vieron, frente a una gran masa de espectadores que había quedado encandilada por la espectacularidad del tercio de banderillas, que el granadino, a petición del público «otro, otro», gritaban enardecidos alargó, colocando ocho palos en todo lo alto.

El Fandi estuvo en este quinto valiente con la muleta, ya que era un toro bronco, que embestía con aspereza. Lo intentó con ambas manos y dejó algunos detalles en los ayudados por la izquierda, pero no encontró la transmisión necesaria. El público pidió las dos orejas y solo una le fue concedida. En el segundo, se había ido de vacío, ya que no consiguió una buena estocada a la primera y su toreo, aunque aseado y correcto no estuvo a la altura de las condiciones del toro, que le reclamaba más distancia.

Quien sí entendió perfectamente a sus dos enemigos fue Juan del Álamo, que justificó plenamente su presencia en Campos Góticos como sustituto de Paquirri. El salmantino, que bordó el toreo con la derecha en el sexto toro, demostró quizá más inteligencia en el tercero, al que buena parte del público había prácticamente despachado de antemano debido a su escasa fuerza. Hubo pitos para el de Bañuelos porque caía continuamente en los primeros compases de la faena (ya había hecho algún extraño en el tercio de varas). Pero el matador no quiso dar por perdida la oportunidad y llevó al toro entre algodones en todo momento, sacándole el escaso jugo que tenía, otorgándole tiempo, descanso distancia. Permitiéndole salir de la suerte cuando lo necesitaba, levantando la mano y ofreciéndole espacio, en un toreo un tanto despegado para cumplir con los cánones, pero el necesario para impedir el hundimiento del animal. Así logró cuajar una faena digna de mérito, de mucho tesón y trabajo que le sirvió para cortar la primera.

El sexto fue diferente, fue todo un festival de toreo. Con la derecha, brillante, largo, muy plástico; con la izquierda, elegante, inteligente, concediendo el espacio justo para que el toro se fuera recuperando. Manoletinas finales para ganarse aún más la voluntad del público y gran estocada. Dos orejas de ley.

Juan José Padilla, en cambio, tuvo que lidiar en el cuarto con un toro peligroso e incómodo, que le llegó a dar un gran susto. El pitón se coló por dentro de la camisa y le golpeó el pecho con fuerza, lo que le hizo perder el aliento durante unos minutos, y tras la faena, tuvo que visitar la enfermería. No se arredró Padilla y enrabietado cerró su intervención con un variado repertorio, cuajado de desplantes. La estocada fue insuficiente y perdió el favor del público con una fea suerte de descabello.

Ante el primero, Padilla había pechado con un toro mucho más noble que le permitió torear cómodamente con ambas manos, en una sucesión continua de pases, puesto que el toro no quería prácticamente detenerse en un solo momento. Cortó una oreja.

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