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Son las 7:30 horas y suena el primer despertador de la familia numerosa Gervas-Pérez. Carlos e Iria se levantan para empezar una jornada cargada de trabajo, responsabilidad y acercamiento. En la cama continúan Carlos (16 años), María Pilar (13), Araceli (8), Iria (6), José (4), María Gracia (3) y Pedro (1). La jornada de estos aún no ha arrancado, pero una vez que lo hace, va todo seguido. «Por la mañana, después de desayunar, mantenemos el ritmo de trabajo y el orden. Las clases 'on line' suelen empezar a las 10:00 horas. Aquí se hace más silencio. Cuando los cuatro mayores están trabajando, Iria organiza tareas y lee con José y María, mientras Pedro se agrega o pulula. Los tres pequeños comen pronto, sobre las 12:30 horas, y Pedro duerme la siesta», relata Carlos, el padre de familia y a quien estos días su teletrabajo ha ido en aumento al desempeñar sus funciones en una mutua colaboradora con la Seguridad Social que gestiona prestaciones de bajas por coronavirus y ceses por cierre o pérdidas mayores al 75%. «Son días intensos», apunta.
La jornada en casa continúa con el rezo del Angelus, mientras los más pequeños comen. A las 15:00 horas, una vez que Carlos termina su jornada, el resto de miembros de la familia comen para acto seguido rezar el rosario. Por la tarde, la rutina cambia completamente, María Pilar organiza aerobic en el cuarto de estar, se juega al futbolín o baloncesto, se toca la guitarra, se pinta y lo que el tiempo deje para una película o jugar a la tablet. El día transcurre con el tradicional aplauso a los sanitarios, para que después, paulatinamente, la cama vaya tomando protagonismo. «Esta es una oportunidad para comer sin prisa, hacer un chocolate con nata, llamar a amigos y primos, leer un cuento, cantar, sentarnos a jugar, ver una película... Parecen planes simples, pero el ritmo previo dejaba poco tiempo», afirma Carlos.
Y es que esta cuarentena está siendo una especia de adhesivo para la familia Gervas-Pérez. El roce hace el cariño y lo que antes era rutina y tareas programas se ha convertido en acercamiento entre todos. «El ritmo diario general y en las familias era de combate. Nos faltaba tiempo para pensar, hablar... algunos fines de semana eran bucles de llamadas, compras, actividades y partidos. Pasábamos poco tiempo juntos», subraya el padre de esta familia numerosa, que describe su organización diaria para que no se escape ningún detalle. «Para organizarnos solemos hacer grupos. Los dos mayores, juntos en una habitación donde trabajan tranquilos toda la mañana. Las dos siguientes conmigo, mientras teletrabajo, usando las mesitas de noche como lugares de lectura y manualidad; y los tres pequeños en el cuarto de estar con mamá, con su horario de comidas, siestas y juegos. La idea es trabajar por la mañana y entretenernos por la tarde», describe Carlos Gervas.
En esa labor matutina, Filipenses, centro al que acuden los hijos, juega un papel importante con clases 'on line' y contenido en las plataformas educativas. «Esto nos ha salvado, porque ayuda a ordenar todo el día y conecta a los niños con su vida de siempre. Estamos realmente agradecidos», halaga el padre de familia, que asegura que también encuentran momentos para desconectar y vivir esa paz interior. «Hay espacio por si alguien quiere merodear, descansar, jugar o leer. La prueba de que se puede disfrutar a solas es que más de una vez tenemos que buscar a un niño», bromea Gervas.
Y en pleno confinamiento y con nueve bocas que alimentar, la planificación de las compras se convierte en un verdadero encaje de bolillos. «Cuando se empezó a hablar de la pandemia, hicimos varias compras grandes; leche, patatas, huevos, pasta, detergente, papel higiénico... lo típico. Tenemos un frigorífico normal, así que tampoco pudimos almacenar o congelar mucha carne o pescado. Como siempre, entre semana van faltando cosas, y ajustamos las salidas todo lo posible», apunta el padre de una familia que cuida desde la distancia a sus seres queridos. «La pandemia nos mantiene pendientes de padres, tíos y amigos mayores. Al mismo tiempo damos gracias por estar bien. Además, creo que la familia ha mejorado. Cuando estás encerrado con tanta gente se notan las aristas y es vital sumar paciencia, mantener el orden, animar al que flojea. Nos obliga a esforzarnos», añade.
Y es que las sonrisas imperan en los nueve rostros de esta familia, que se apoya en la fe para superar esta crisis sanitaria. «Nos gusta que sepan lo que está ocurriendo, se lo explicamos a su nivel, y rezamos por los abuelos y familiares de amigos que han fallecido. Tener fe ayuda a afrontar las dificultades y descubrir el lado positivo de esta tragedia. La familia se está reforzando. Nos conectamos a misa para coger fuerza y procuramos rezar en familia», describe Carlos.
Aprovechando una lectura positiva, la familia Gervas-Pérez está ahora más unida gracias a la cantidad de tiempo que pasan en el hogar. «Los mayores están muy conectados con primos y amigos, lo necesitan. Los pequeños han hecho piña entre ellos y se lo están pasando fenomenal. Hemos hecho videoconferencias, compartimos vídeos y fotos, participamos en gincanas y retos varios. Hay iniciativas muy buenas. Como somos muchos hermanos, en las conexiones ves multitud de caras y son algo caóticas, porque es complicado coordinar quién habla, los más pequeños chillan al ver a los primos y ocupan toda la pantalla… lo pasamos muy bien. Lo que más nos gusta es hacer rondas de llamadas con altavoz, a primos, tíos, abuelos, amigos... conectarse así es lo más completo. Son llamadas fugaces, pero tienen gran impacto», detalla una familia que guardará anécdotas como la de José con cuatro años, que analizó con rotundidad la enfermedad de su hermana Araceli. «No tiene coronavirus, porque sigue viva», afirmó en una jornada de cuarentena.
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Daniel de Lucas y Josemi Benítez (Gráficos)
Jon Garay e Isabel Toledo
Cristina Cándido y Álex Sánchez
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