Fue un martillo pilón, una piedra en el zapato de las administraciones desde que el 1 de mayo de 2007 una explosión de gas en la calle Gaspar Arroyo de la capital palentina derrumbara el edificio número 4 y obligara a demoler dos más (los anejos 2 y 6), se cobrara la vida de nueve personas, provocara heridas a más de una treintena y se contabilizaran más de un centenar de damnificados. Cuando aún humeaban las estructuras de los edificios, José Luis Ainsúa Díaz-Peña saltó a la palestra entre el ir y venir de vecinos despavoridos por la deflagración, aturdidos y temerosos de su futuro, con sus casas ardiendo o en riesgo de colapso y un futuro muy poco halagüeño. Se erigió en portavoz de los damnificados, y aunque todo parecía indicar que su momento de protagonismo era efímero, fue capaz de canalizar las reivindicaciones por la explosión (su madre vivía en uno de los inmuebles afectados) y hacer causa común, constituyendo y encabezando la Asociación de Víctimas y Afectados de Gaspar Arroyo, que arrancó once años después (en abril de 2018) una sentencia judicial en la que se condenaba por la vía civil a la empresa Gas Natural Castilla y León al pago de casi 7 millones de euros en concepto de indemnizaciones por daños y perjuicio como responsable de aquel suceso.
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La llama de su activismo social, de su combatividad azote de los políticos, se apagó este jueves a los 70 años, cuando José Luis Ainsúa Díaz-Peña falleció víctima de un cáncer. Pequeño de altura pero grande en su zumbido de mosca cojonera, este líder contra viento y marea de los damnificados por la explosión se formó en la política vasca, llegando a ser director gerente del Instituto Foral de la Juventud de la Diputación Foral de Álava y formó parte de los fundadores de Unión, Progreso y Democracia (UPyD) junto a Rosa Díaz, llegando a ser candidato por la provincia de Álava y ocupando posteriormente puestos de responsabilidad en Palencia hasta su baja del partido en 2014. Sabía muy bien lo que hacía y lo que decía (pese a que sus conversaciones pareciesen a veces silogismos sin conclusión), qué puertas aporrear y qué números marcar para que la tragedia de Gaspar Arroyo no quedara en el olvido. Entendió que los periodistas eran aliados y no enemigos y se volcó en que a las redacciones llegara la efervescencia de la asociación, sus críticas al poder establecido y las actividades para no hacer caer en el olvido que ese 1 de mayo de 2007 no solo se vinieron abajo hierro y ladrillo, sino también la vida de personas que habían perdido su hogar.
Una visita al Vaticano; propuestas en las Cortes de Castilla y León y en el Congreso de los Diputados para evitar sucesos similares; la colocación de una placa en el monolito erigido diez años después de la tragedia en el parque de las Huertas del Obispo, con nueve notas musicales que simbolizaban cada una a las nueve víctimas mortales y que están en la partitura Solidaridad, creada por el palentino Miguel Ángel Cantera en recuerdo de los fallecidos y con la carátula con el logotipo que el pintor vizcaíno Agustín Ibarrola diseñó para el colectivo... La efervescencia solidaria de José Luis Ainsúa Díaz-Peña no se disolvía como aspirina en vaso de agua, hacía falta un barreño y pedidos masivos a la Bayer. Los últimos blíster los empleó para el dolor de cabeza que creó como portavoz de la plataforma vecinal cívica del barrio de El Carmen, donde vivía, cuando denunció el incremento de la delincuencia con violencia y la venta de drogas en la zona y demandaba a las administraciones soluciones inmediatas a esa lacra.
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