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PIAR GIMENO
Palencia
Lunes, 22 de noviembre 2021, 07:04
Durante décadas, su trabajo ha sido clave para el desarrollo económico de la comarca norte, pero la ganadería de montaña suma años de incertidumbre como ... consecuencia de un conjunto de circunstancias que dibujan la tormenta perfecta: la creciente subida del precio de los piensos, el incremento de los costes de la electricidad y los combustibles, los ataques del lobo, enfermedades como la tuberculosis... Son muchos los ganaderos que lamentan el trato de las instituciones y el sinsentido de ciertas medidas que se toman en despachos muy alejados del campo, donde se desconoce la realidad de su día a día. A este paso, aseguran, no está garantizado el relevo generacional y serán muchos los que se vean abocados a echar el cierre.
«Cuando un país no cuida sistemáticamente su sector primario, acaba sucediendo esto. Y ahora somos noticia porque el consumidor, cuando tiene que ir a hacer la compra, le cuesta mucho... Era lo esperado, todo sube porque desde la pandemia hay muchos problemas y nadie se ha preocupado de nosotros. Ahora, todos los costes se incrementan», señala Laura Castrillo, vecina de San Martín de los Herreros que gestiona una explotación que ha apostado por la diversificación. Su cabaña ganadera, a la que se incorporó en 2014 dando relevo a su padre, reúne cabezas de ovino, vacuno, caprino y equino. Como ella, son mayoría los ganaderos que lamentan ser solo noticia cuando los costes de determinados productos se disparan en las estanterías de los supermercados.
Fructuoso Diez comparte el diagnóstico de Castrillo y denuncia del aumento los precios de las materias primas necesarias que aseguran su actividad. «El cereal, imprescindible para el cebo de un ternero antes de ponerle en el mercado en óptimas condiciones, ahora mismo está a 35 céntimos. Un ternero produce pérdidas porque el precio de la carne sigue igual, pero el del pienso se ha disparado un 30 % para nosotros», señala Diez, para quien este escenario es «inasumible» cuando el importe del cereal supera los 24 céntimos, ya que «un ternero come 10 kilos al día durante nueve o diez meses». Como otros profesionales del sector, cree que este contexto se debe a «movimientos especulativos». «Llegamos a producir a pérdidas, pero el ganadero siempre ha sido ahorrador y tenemos un colchón con el que aguantamos algo, pero no eternamente», afirma.
Esta situación, corrobora Oier Ereño, «nos seguirá asfixiando y como siga así, igual hay que cerrar y pensar en otro oficio. De momento voy tirando poco a poco», indica. Para este joven de Lebanza, dueño de una explotación de vacuno de carne con alrededor de 50 cabezas, la inversión que exige la creación de una nueva explotación es «muy grande». «Hoy en día es imposible», reconoce. «Explotación que se jubila o finaliza, se cierra y no hay reemplazo, no hay sucesión y no hay gente que se incorpore», apunta Miguel Ángel Mediavilla, vecino de Ligüérzana, quien se ha jubilado en septiembre tras décadas al frente de una sociedad agraria de ovino con más de un millar de ovejas madre. «Si en el campo no son capaces de inventar algo y hacer esto un poco más atractivo, vamos donde vamos y no es nada nuevo… Estamos en un punto bastante crítico», asegura, al tiempo que recuerda que en el Ayuntamiento de Cervera ya solo quedan dos explotaciones de ovino.
Según los datos facilitados por la Delegación de la Junta en Palencia, el número de explotaciones ganaderas que operan en la Montaña Palentina ha pasado de las 484 registradas en 2010 a las 435 que permanecen en activo en la actualidad. Este descenso muestra valores más acusados en el caso de las explotaciones de ovino y caprino (que se ha reducido en un 20 % durante la última década) y de bovino (que ha descendido en un 17 % entre 2010 y 2021). Por el contrario, las explotaciones de equino han aumentado en un 20% durante el mismo periodo. El censo facilitado por la Junta destaca también el acusado descenso en el número de cabezas de ovino y caprino, que ha pasado de los 22.310 animales censados en 2010 a los 15.030 que reúnen las explotaciones de la comarca norte a fecha de hoy. Por cuanto respecta al bovino y ovino/caprino, esta disminución no es tan significativa.
La gestión de los pastos es otro de los asuntos que genera polémica y un tema que desata, con frecuencia, las críticas de los ganaderos hacia la administración. Así lo admite Oier Ereño. «Entre permisos te hacen perder el tiempo y los pastizales se están perdiendo. La maleza va creciendo», afirma. Para Fructuoso, el asunto radica en un ecologismo «mal entendido», ya que la ausencia de ovejas en muchas áreas de la Montaña está motivando el imparable avance de la «escoba y el matorral». Su control exigiría un desbroce regular y continuado «muy costoso» y que no siempre se realiza a tiempo. El ganadero de Triollo cree que es necesario recuperar la quema. «Es la propia Administración la que debería hacerlo de forma muy controlada en zonas sin ningún interés. La quema se ha criminalizado mucho. Nuestros padres y abuelos controlaron el medio mejor que lo estamos haciendo nosotros porque tenían más libertad, sabían lo que hacían y no tiraban piedras contra su propio tejado», agrega.
Un problema añadido es el Coeficiente de Admisibilidad de Pastos (CAP), una fórmula ligada a la recepción de las ayudas procedentes de la Política Agraria Común (PAC). «El coeficiente de admisibilidad de nuestros pastos es nulo en zonas de monte, de pedregal… No cubrimos las hectáreas necesarias y el ganado pasta en todos los lados. Lo ideal, lo idílico sería tener los pastos de América Latina, pero aquí tenemos otra orografía y otro tipo de pastos, y lo tenían que haber tenido en cuenta a la hora de certificar nuestras hectáreas», explica Laura.
La joven de San Martín de los Herreros no entiende algunas decisiones. «Quien hace las leyes, desde luego, tiene que ser muy desconocedor del campo para hablar de esas gilipolleces», apunta. Su misma claridad tiene el discurso de Miguel Ángel. «No es lo mismo una zona de Montaña que una hectárea de Campos. Aquí si hay arbolado no sirve, si está en la vega no sirve», incide. Sin embargo, añade, «las cabras pueden subir las montañas y pastan hasta la última hierba».
«El caro tributo que se paga al lobo solo sale del ganadero, si tuviera que salir del bolsillo del que tanto lo defiende, a lo mejor no les gustaría tanto», comenta Laura. Su explotación ha sufrido más de un ataque. Los problemas no terminan ahí. Las compensaciones se demoran y su gestión produce más de un quebradero de cabeza. «Hay que demostrar que ha sido el lobo… es una odisea», reconoce. Los mastines, por otra parte, reducen los daños que ocasiona el cánido pero, en contrapartida, implican otros inconvenientes. «Tenemos un territorio turístico. Cuando sacamos al campo cinco o seis mastines nos encontramos con personas, bicicletas… ¿Qué hay que hacer? ¿Cerrar esos mastines? ¿Dónde tenemos un seguro, dónde tenemos una ayuda para el alimento de esos perros?», destaca Miguel Ángel Mediavilla. «Estamos –añade Fructuoso– en una sociedad cada vez más urbanita y ecologista. Es muy fácil opinar y atreverse a hacer decretos en el absoluto desconocimiento». La misma opinión comparte Oier. «A mí me encanta el lobo, es un animal precioso, pero tienen que controlarlo. Los que hacen las leyes no pisan campo», comenta. Los cuatro insisten y defienden una gestión controlada de una especie en expansión, «nadie está hablando de exterminarlo».
La cadena de adversidades que enfrenta el sector no cesa. «Nuestro mayor enemigo, lobos aparte, es la Administración y me explico. Existe un gran problema en la Montaña Palentina y es una plaga de ciervos y de jabalíes que arrastra una serie de enfermedades endémicas como es la tuberculosis que están afectando al ganado», comenta Fructuoso. Lamenta que la gestión de la sanidad animal sea «catastrófica» y que la única solución pase por el sacrificio de las reses. «La enfermedad no se está erradicando, se erradica al ganadero», apostilla. Aunque el asociacionismo y el cooperativismo podrían ser una fórmula para enfrentar algunos de estos problemas, los ganaderos de la comarca se muestran contrariados y pesimistas, como reconoce Oier. «El sector está bastante separado. No nos juntamos para nada», dice el joven de Lebanza, que adquirió varios geolocalizadores para facilitar la búsqueda de sus reses. Curiosamente, la ausencia de cobertura móvil en la zona hace ineficaces estos aparatos. Así es complicado introducir mejoras tecnológicas en su trabajo.
Al sur de la Montaña, la situación de los ganaderos no es más halagüeña, como avala Roberto Fernández. A los 19 años comenzó a trabajar en una explotación en Dehesa de Romanos. Tiene 700 vacas, de las que 300 están destinadas a la producción de leche: «Afrontamos la situación estando ahí y a pérdidas. Esas trescientas y pico vacas en producción son 500 euros más de gasto que tengo solo en alimentación», subraya.
Tiene varios empleados contratados y está cansado de observar que el precio de la leche no suba en origen y que las grandes superficies la utilicen, no obstante, como un «producto reclamo». Fernández considera que, dentro del marco que ofrece la Ley de la Cadena Alimentaria, hay margen para que se fije un precio digno en origen. Su explotación, defiende, fija población y da vida a un medio rural que se desangra en oportunidades y empleo. «Si el campo no produce, la ciudad no come», resume Laura Castrillo.
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