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Fernando Herrero recupera la normalidad en su rutina diaria en Shanghái, donde vive desde hace casi seis años. El lunes volvió a participar en una pachanga de fútbol con amigos, casi dos meses después de que comenzasen las medidas para frenar el coronavirus, que a él le pillaron viajando por motivos laborales por distintos países de Asia. Eso sí, todos los jugadores que se reunieron hace dos días llevaban mascarilla. «Son siete semanas haciendo las cosas bien, parando absolutamente todo el mundo tres semanas y luego abriendo las empresas y las tiendas progresivamente», señala el palentino, que está casado con Gu Wei.
La normalidad también va llegando progresivamente a la ciudad China. Siguen midiendo la temperatura a todos al entrar en las estaciones, también en las empresas... Además, otra medida que aún se mantiene vigente es la de registrarse para todo. Hasta para pegar unas patadas al balón, tuvo que hacerlo.
Los registros allí se mueven a través de códigos QR y se valora a través de tres colores, como el semáforo. El verde significa que todo está bien, sin síntomas y que no ha estado en países de riesgo. El amarillo señala que se procede de un país medianamente peligroso. «Con el rojo te meten directamente en cuarentena. Vamos, como si vinieses de España ahora mismo», reconoce Herrero, que es el director de la filial asiática de Boix, una empresa de Alicante que hace maquinaria para formar cajas de cartón.
«Aquí se ha tenido siempre la sensación de que todo estaba bajo control, porque todo el país se paró. Aquí todos van a una», afirma. «Ha habido dos semanas básicamente de encierro. Durante el año nuevo chino todos los negocios cierran prácticamente porque todos se reúnen con sus familias. El país prácticamente se para al 90 o 95%. Aún estando parado suele haber algo, pero el gobierno lo restringió por el coronavirus. Alargaron las vacaciones de manera oficial en todo China, luego permitieron abrir solamente a las empresas que tenían dos semanas de stock de mascarillas, gafas, desinfectantes, termómetros de frente y guantes», explica.
Para que las empresas volviesen a abrir, tenían que rellenar varios documentos, donde los directores se responsabilizaban personalmente de seguir las medidas de desinfección, tomar la temperatura diaria y que nadie pudiese entrar sin estar registrado.
«Durante la reclusión, se intentaba hacer vida normal dentro de lo posible. Se trabajaba desde casa, se veían series y se estaba en contacto por Internet o con el móvil. Como todo el mundo estaba igual, pues empatizas más con los otros», señala. «Había grupos organizados para hacer la compra y todo, como porteros o gente de seguridad, que iban y te hacían los recados en el supermercado», afirma.
«Sinceramente, creo que los gobiernos de Europa no se lo están tomando en serio. Directamente tenían que prohibir abrir a todas las empresas. En estos países asiáticos está todo el mundo a una y en seis semanas vuelve todo el mundo a la normalidad. Ahora, todos los que vienen de fuera, de Europa por ejemplo, tienen que estar catorce días de cuarentena. Da igual si tiene síntomas o no. Cuarentena. Y si te lo saltas, de tres a siete años de cárcel», reconoce.
«Como consejo, les diría a los españoles que dejen de comprar todo el papel higiénico del supermercado y que se conciencien. Y también que protesten para no ir a trabajar, que esa es la manera correcta de parar el país durante catorce días. Tenemos que concienciarnos de verdad», argumenta el palentino, preocupado por los suyos, que residen en Palencia. «A mi hermana le he dicho que no vaya a trabajar. Mi otra hermana tienen una empresa y mis padres, jubilados. Pero también estoy preocupado por el resto de mi familia», agrega.
«Y, por último, al gobierno le diría que se fije en cómo hacen las cosas en los demás sitios, es lo menos que pueden hacer. Saber cómo han tenido éxito en otros países y copiarlo», concluye Fernando Herrero.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
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