Millán Ibáñez y Emilie Moura, a los pies de Monte Ararat, en Turquía. El Norte

Más que un encuentro con Nepal

El palentino Millán Ibáñez recorre en bici 12.000 kilómetros por todo el mundo hasta llegar al Himalaya

Álvaro Muñoz

Palencia

Lunes, 3 de junio 2019, 11:42

Concluir una relación sentimental y solicitar una excedencia en su puesto de trabajo. Eso es lo que necesitó Millán Ibáñez para emprender el viaje de su vida. Ese que le llevó desde su Palencia natal hasta Nepal. Una travesía en la que no falta de ... nada y que bien podría traspasar estas líneas para alcanzar la gran pantalla. 12.000 kilómetros sobre la bicicleta para encontrarse a sí mismo, para refrescar sus clases de historia, para encontrar el amor y para ver la bondad de la humanidad.

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La aventura de este joven arranca en agosto de 2015, cuando se montó en su bicicleta para poner rumbo a los Alpes franceses. La idea era pasar el invierno en Chamonix para ahorrar dinero y seguir con su particular viaje. La mala suerte se adueñó en el Mont Blanc, donde una caída esquiando rompió los ligamentos de su rodilla, pero no las ganas de seguir con su aventura. «Yo he llegado hasta aquí en bicicleta y de aquí me iré sobre dos ruedas», pensaba a finales de 2015 Millán Ibáñez.

En Francia se operó de su maltrecha rodilla y en Francia siguió con la rehabilitación. «No es lo mismo despertar y ver otro edificio, que amanecer y tener los Alpes al lado», apunta con una sonrisa Ibáñez. Con ayuda de sus familiares y con muletas de invierno (con un gancho para adherirse a la nieve y hielo), este aventurero empezó a ver la luz al final del túnel. Hasta le dio tiempo a enamorarse.

En plena recuperación apareció en su vida Emilie Moura, una joven estudiante de filología hispánica, que esperó a que se recuperara para que la bicicleta no fuera su única compañera en la travesía por gran parte de Europa y Asia.

Tras dejar en el olvido su lesión de rodilla y con la articulación totalmente recuperada, pedalada a pedalada, Millán y Moura se adentraron en el norte de Italia para dar paso a Eslovenia y acceder a los países balcánicos, donde, sin querer, le trasladó a sus clases de historia en el colegio. «La guerra de los Balcanes son momentos que he vivido cuando era pequeño y que hemos visto por televisión. De eso no hace mucho tiempo y hemos visto cómo en algunos puntos se han aprovechado de esa guerra para convertirlo en turismo. Ahora esos países han cambiado mucho. Por ejemplo Croacia, te sales de la zona turística de la costa del Adriático y se nota lo que han vivido», recuerda Ibáñez.

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Tras llegar a Albania todo iba sobre ruedas. La pareja hispanofrancesa se desenvolvía bien sobre las carreteras y caminos europeos, además de tener pequeños trucos para facilitar su día a día. «En la bicicleta llevábamos una dinamo que nos servía para cargar el teléfono. Éramos totalmente autónomos con la electricidad. Además, teníamos una ducha portátil que cumplía para cubrir las necesidades básicas. Aún así, una vez a la semana siempre intentábamos descansar en un camping y aprovechar para darnos una ducha en condiciones», afirma el joven palentino.

Su paso por la costa del Adriático hasta llegar a Grecia fue totalmente distinta a la que ofrecía la realidad de aquel momento. La crisis humanitaria de los refugiados azotaba a Europa e Ibáñez y Moura no presenciaron ningún atisbo de lo que padecían miles de personas a escasos kilómetros de su trayecto. «No presenciamos nada de esa realidad, aunque al llegar a Grecia nos relataron todo lo sucedido esos meses con el nombre de Macedonia», continúa el palentino.

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Su paso a Turquía significó también el cambio de religión. La cultura musulmana empezó a convivir en el día a día de la pareja europea, a pesar de que su guía de ruta no varió. Aprovechando al máximo el presupuesto (300 euros al mes), Ibáñez y Moura se agarraron a las nuevas tecnologías para poder descansar. «A través de la aplicación 'warmshowers' (solo para ciclistas) y 'coach surfing' la gente ofrece sus casas por todo el mundo», relata el ciclista aventurero.

Amabilidad y generosidad

Su periplo continuó por Irán, donde la hospitalidad se intensificó. «Durante todo el viaje hemos encontrado amabilidad de todos los ciudadanos. La bici tiene algo que hace que la gente te sonría. Pero cuando hemos entrado en el mundo musulmán, la acogida ha sido espectacular. Te cruzabas con gente que te invitaba e insistía para que te quedaras en su casa. En Irán haces como si estas despistado y ya te preguntan. Hasta con los que no te podías comunicar en ingles, utilizaban el traductor de Google. Sucedía lo mismo si necesitábamos Internet, nos lo daban con wifi», rememora Ibáñez.

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La generosidad se multiplicaba cada vez que la pareja recorría kilómetros por el país asiático. «Mucha gente paraba el coche y te daba comida. Intentaba explicar que tenía las alforjas llenas de comida y aún así lo teníamos que coger. Veías que no tenían muchos recursos y te los daban. Fue una pasada. Probé los mejores dátiles de mi vida gracias a una persona», recuerda Ibáñez.

El cambio de contrastes llegó al cruzar el Golfo Pérsico. De Irán a Dubai, de la pobreza a la riqueza en un viaje en barco. «Alucinaba al ver una ciudad futurista», afirma aún asombrado el palentino, que continuó su viaje por Omán. «Desde allí cogimos un avión hasta India, donde la hospitalidad también fue maravillosa. Hasta celebré mi cumpleaños con gente que no conocía. Estábamos en una casa y el dueño preparó una fiesta y daba dinero a otro para comprar cosas. Me tuve que inventar que en Europa es una tradición y que el del cumpleaños tiene que invitar. Son personas que tienen recursos limitados y, si se iba a comprar, lo quería pagar yo. Pasamos de ser tres personas en la casa a ser 15 celebrando mi cumpleaños. No conocía a nadie, ni tampoco me conocían», prosigue.

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Ya en el país del sur de Asia, la pareja hispanofrancesa se fue adentrando hasta alcanzar la cordillera del Himalaya y lograr el sueño de estos dos jóvenes en Nepal, donde entregaron el dinero recaudado en un 'crowdfunding'. 12.000 kilómetros, en los que el palentino ha ido sembrando amistades por todo el mundo, el gran tesoro que se lleva de recorrer gran parte del globo terráqueo sobre dos ruedas. «Tengo teléfonos de todos los países. Me atrevería a decir que en todos los países que he estado, tengo una o dos personas que podría llamar para vernos», concluye Millán Ibáñez.

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