Pablo Malanda trabaja en el horno de su obrador. Nuria Estalayo

Dos panaderos mezclan tradición e innovación desde Aguilar para abastecer a la comarca

El Negrito, que cuenta con 17 empleados, y Malanda, con otros 10, elaboran un producto fiel a la tradición harinera de la zona

Lunes, 9 de septiembre 2024, 09:55

Siempre ha sido una villa conocida por la fabricación de galletas. Las factorías tuvieron orígenes en esos pequeños obradores que a principios del siglo pasado aprovecharon la tradición harinera de la comarca para crear sus actividades empresariales, y a los productores de galletas, bizcochos y ... chocolates, se le sumaron también los fabricantes de pan y pasteles.

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Aunque ha habido otros obradores de pan liderados por añorados y queridos profesionales como Vicente Ruiz, en Aguilar de Campoo funcionan actualmente dos panaderías. Malanda y El Negrito son marcas muy conocidas y apreciadas en toda la zona y sus productos son muy demandados por su calidad, ricos sabores y gran variedad. El buen hacer, el cariño, la artesanía, buenos ingredientes, la tradición y la innovación se unen para elaborar estos panes y barras que tanto se consumen en la villa aguilarense y fuera de ella.

Estas dos panaderías se caracterizan además por el buen servicio y el mimo que sus trabajadores ponen también a la hora de la distribución y comercialización de su mercancía, tanto en sus propios puntos de venta como en otros establecimientos. Durante la temporada estival, el trabajo en las panaderías aumenta considerablemente porque no solo deben atender a los fieles vecinos. También llegan numerosos veraneantes, que no solo consumen el pan durante sus días de vacaciones en esta comarca palentina, sino que llevan a sus casas un buen número de piezas para disfrutarlas en sus viviendas situadas a decenas o centenares de kilómetros de distancia.

Alí, en el despacho de pan de Aguilar. Nuria Estalayo

El Negrito nació hace muchas décadas por obra de un hombre muy moreno de piel, Eusebio Benito, y fue pasando por cuatro generaciones de la misma familia. El pan fue ganando gran fama y demanda, sobre todo, en las últimas décadas su torta de aceite. «Mi abuelo quitó el hambre a mucha gente y muchos nos han contado cómo les dejaba el pan fiado y le pagaban como podían», observa Cristina Mediavilla.

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La familia de Ángel Malanda Ruiz ha ido heredando el obrador,que se trasladó hace 66 años a Camesa

El negocio lo dejó Eusebio en manos de dos de sus seis hijos, Ángel y Andrés. En los inicios, no había despacho y el pan se repartía por los barrios en carretilla, luego en isocarro. Más adelante, abrieron el primer despacho, el último en la calle Comercio. Después de llevarlo su madre, Esther, sigue ahora regentando por Cristina –hija de Ángel y nieta de Eusebio–, quien señala que el secreto del buen pan está en «la harina, el agua, el clima, las buenas manos y el cariño que pone el panadero». El negocio familiar lo traspasó Ángel a su hijo y luego lo adquirió su nieto, Hugo, quien lo cedió a su actual propietario, Abdelkader Hssaini Oussabou, conocido como Alí.

Alí nació en Marruecos y lleva 22 años en suelo español. El panadero marroquí llegó a España a los 18 años con contrato de pintor y ha tenido diversos trabajos. Ha vivido en Reinosa, León, Burgos y Alar del Rey antes de coger el testigo de El Negrito, y lanzarse como empresario. Estuvo trabajando en Siro y en diferentes panaderías tanto en Burgos como en Alar, donde fue aprendiendo y sintiéndose cada vez más atraído por este oficio. «Siempre me ha gustado la profesión de panadero, por eso contando con el apoyo y ánimo de mi familia, y con muchas ganas, me lancé a por ello», revela. Cuando quiso abrir este negocio, tenía en mente probar y probar hasta llegar a «hacer la mejor chapata del mundo», asegura. Actualmente, es su producto estrella, entre los muchos que ofrece, ya que tiene una gran diversidad de pan (tortas, barras, panes rústicos y caseros, bollos…), incluida igualmente una gran variedad de tartas que moldea, decora y le da ese personal toque a demanda del consumidor; y exquisitos pasteles de distintos tamaños, formas y sabores, además de originales y ricas empanadas. Todos le preguntan por qué la chapata sabe tan buena y él explica que «además del toque secreto del panadero hay que hacer todo el proceso lo mejor posible, con gran mimo, buen ánimo y mucha paciencia».

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Abdelkader Hssaini Oussabou, entusiasmado con el oficio, asumió el negocio que inició Eusebio Benito el siglo pasado

Al despacho que tiene en Aguilar frente a la Casa Consistorial y el antiguo obrador de El Negrito, situado también en la villa aguilarense, le ha ido sumando otro despacho en Cervera, dos en Palencia, otro más en Valladolid, y otro obrador en Ampudia; además de otros puntos de venta en Barruelo y en Aguilar. Actualmente, entre panaderos, pasteleros y vendedores suman 17 empleados.

Abrió el despacho de Aguilar en agosto de 2023, y se siente muy satisfecho con la decisión que tomó al meterse en este negocio. «Es mucho trabajo, pero estoy muy contento con el resultado y estoy con muchas ganas de ampliar más», declara. «Lo más difícil es encontrar trabajadores», añade.

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Subraya que una de las cosas que más le entusiasma es cuando la gente prueba el pan en los bares y le gusta tanto que preguntan quién lo hace y van al despacho a comprarlo. «Viene gente de fuera a comprar nuestros productos aquí y eso es muy gratificante», agrega.

Surtido de diferentes barras de pan en un puesto de venta en Aguilar. Nuria Estalayo

Por su parte, Malanda tuvo sus primeros obradores en Aguilar antes de trasladarse hace 66 años a Camesa, donde ahora se encuentra. Actualmente, la tercera generación de panaderos regenta el negocio que abrió Ángel Malanda Barriuso, y luego continuó su hijo Ángel Malanda Ruiz y tras él, algunos de sus siete descendientes. Ángel Malanda Ruiz se trasladó a Camesa tras casarse con Valentina, dejando atrás la panadería situada en el barrio aguilarense de Fuentequintana.

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«Esta panadería era el único edificio que había en la zona hasta el Arco de Reinosa», indican Pablo y Carlos Malanda Calderón, actualmente al frente de la panadería. Aunque los siete hijos estuvieron trabajando en la panadería de Camesa más o menos tiempo, fueron finalmente tres los que continuaron con el oficio. Junto a Carlos y Pablo, estuvo muchos años el hermano mayor, Ángel, fallecido recientemente.

La panadería ha ido experimentando ampliaciones y modernizaciones a lo largo de los años. Hace 25 años, un 19 de julio, sufrió un incendio y aunque «hubo poco fuego, sí mucho calor y humo y la tuvimos que reformar entera», recuerda Carlos, reseñando cómo se vieron obligados a vender el pan de otras panaderías para poder llevar el producto a sus clientes hasta que volvieron a poner el obrador en marcha quince días después del siniestro.

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Muchas anécdotas y recuerdos guardan de su trabajo a lo largo de los años como las grandes nevadas y el uso a mano de palas y de trineos para llegar hasta la estación del tren y utilizar la vía férrea para llegar hasta Mave. Las huelgas de panaderos de Santander que provocaron que muchos vinieran a comprar pan hasta Aguilar. «No dábamos abasto, estuvimos dos días seguidos haciendo pan», rememoran.

Más difícil antes

«El trabajo hoy es menos duro y más fácil, por ejemplo, los hornos antes eran todos de leña, ahora además se usa gasóleo y pele; y la pala para sacar e introducir el pan se ha sustituido por los cargadores y también por el horno de carros donde se mete todo el carro entero. Antes había carros giratorios donde había que ir dando la vuelta manualmente, y también había que cortar a mano la masa calculando el peso que debía de tener cada pieza, ahora hay chapateras que la cortan», explican los hermanos Malanda Calderón, quienes observan que también la producción ha cambiado mucho tanto en variedad como en cantidad.

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«Antiguamente había panes de diferentes tamaños, barras y tortas sin gran disparidad; ahora se hace mucho más pan y muy variado, panes, barras, chapibarras, tortas, chapitortas, de masa madre, integral, espelta, centeno, de pipas, maíz, pasas, masa lenta…», detallan. Aseguran que el secreto para elaborar buen pan es «hacerlo con cariño, despacio, dejarlo reposar el tiempo necesario y usar buenos ingredientes», asegura Pablo, confesando que el producto más solicitado es la chapibarra, pero confeccionan otros productos como sabrosas empanadas o apetitosas madalenas y cruasanes.

«Nuestro hermano Ángel era muy innovador y comenzó a meter nuevas variedades de pan y productos que íbamos aprendiendo a lo largo de los años», dice Pablo, quien se encarga del obrador. Carlos está más al frente del reparto. Actualmente son diez empleados. Tienen despacho en Aguilar y Camesa, pero venden pan por toda la zona como Cervera, Barruelo, Alar y poblaciones más pequeñas, a las que su llegada es bien agradecida. A veces hacen encargos especiales, como las barras de metro y medio que les piden en las celebraciones de los pueblos u otros festejos.

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