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El don de las manos y del corazón de 'La Marisina'

Palencia

El don de las manos y del corazón de 'La Marisina'

Pacientes, amigos, vecinos y familiares lloran el fallecimiento a los 69 años de la masajista Marisa Campo Pedrosa

J. Olano

Palencia

Viernes, 19 de enero 2024, 21:07

«Cariño, mi vida, cariñín, reina, tesoro». Era la forma que tenía de dirigirse a sus pacientes, a sus vecinos, a su familia, a sus amigas. Marisa Campo Pedrosa, 'la Marisina' era cariñosa, dicharachera, decidida, amable, amigable, pero sobre todo era responsable y profesional. Tenía un don que descubrió desde pequeña, cuando desde su Barajores de la Peña y por circunstancias familiares que no eran fáciles, llegó con 13 años a Valladolid para vivir con unos tíos. Él, médico, le infundió la curiosidad por la anatomía y por el saber de los galenos, y mucho más que eso, porque Marisa se formó en la vida, aprendió a no depender de nadie y a trabajar con responsabilidad.

Con estudios de rehabilitadora deportiva y quiromasajista y a través de Juan Carlos García Suárez, director del Centro Vallisoletano del Masaje, Marisa Campo se hizo muy conocida. Trabajó para mutuas y clínicas del pie, y se especializó en problemas de esguinces. «A esta casa entraban con muletas y cojos y salían andando», relata su hija Natalia Nieto Campo, muy afectada por su muerte este pasado miércoles. Después de haber superado un cáncer de pecho en 2017, le detectaron un tumor de pulmón el pasado mes de agosto, que le supuso tratamientos de quimioterapia e incluso cinco ingresos hospitalarios, pero ella no quería dejar de trabajar, no quería dejar de estar con sus pacientes. «Mi madre curaba, era su pasión y tenía un don para ello, pero no solo curaba lesiones de piernas o espalda, curaba también el corazón», afirma Natalia, que recoge el legado de su madre con el objetivo de devolver a Marisa todo lo que ella le enseñó.

Marisa Campo, en un gesto muy suyo.

'La Marisina' llevaba ya treinta años en Palencia, adonde la familia vino desde su casa en Las Delicias ahogada por los problemas económicos que arrastraba su marido en los negocios de hostelería que asumió en Valladolid (el bar Carolina, Duvicentro o el Pax, el último en la plaza Juan de Austria). Al llegar a Palencia, montó un local para impartir sus masajes al lado del restaurante Los Jardinillos, en el que su marido volvió a empezar de cero. Marisa Campo siguió compaginando su trabajo en Palencia con el de Valladolid hasta que hace seis años enfermó del cáncer de pecho. Pero nunca dejó de trabajar ni de sonreír ni de repartir cariño, incluso en esta última parte de la enfermedad, ya que atendió al último paciente el pasado 19 de diciembre, apenas un mes antes de fallecer este miércoles a los 69 años.

Tampoco dejó de hacer otras cosas cotidianas que se convirtieron casi en terapia tanto para ella como para quien tenía el placer de coincidir con ella. En su edificio hay servicio de portería, pero ella ayudaba a María Jesús a limpiar los pomos y pasamanos dorados y a abrillantar el suelo para que todo reluciera cuando los pacientes acudían a verla. En ese edificio ha recibido el reconocimiento profesional de miles de personas a ese don que poseía en las manos y en el corazón. Tantos que su hija no es capaz de citar nombres de futbolistas, jugadores de baloncesto, y de vallisoletanos y palentinos con diferentes dolencias o peculiaridades que han pasado por el centro de masaje de Marisa Campo. De los que no se olvida, igual que hizo en el funeral celebrado este jueves en el convento de las Agustinas Recoletas -a las que tenía una devoción especial- es de los porteros María Jesús y Carlos, de los médicos y vecinos Marta y Ricardo, de los comerciantes de la calle Barrio y Mier -su Merchina, la del kiosco-, la familia de la farmacia de Pepi, de todos los empleados del supermercado Carrefour Market al que acudía casi a diario cartera en axila dispuesta no solo a comprar sino a pasar un rato, y de tantos conocidos y clientes convertidos en amigos con los que era tan sumamente generosa.

A todos quería siempre contentar con un detalle, como lo hizo hasta su muerte con su consuegro Domingo Delgado comprando lotería para él, que era su ilusión. Casi no hubo rincón de España del que Marisa no trajera lotería para el padre de su yerno Edu. Uno de tantos detalles de la generosidad de Marisa, «una persona muy querida que ha curado con el corazón igual que con sus manos», apunta su hija, que ha recibido en estos días cientos de condolencias. «A algunas personas no solo les mejoró la patología sino que les sacó de la tristeza absoluta y les contagió de ganas de vivir», añade y recuerda que en algunos casos de niños con discapacidad, «aunque no pudiera hacer nada, era tal el cariño con el que les trataba que se iban para casa con la sensación de que sus hijos estaban mejor, y todos esos agradecimientos son el regalo que mi madre se ha llevado de esta vida aunque no haya sido nada fácil», asegura su hija, recompensada como su hermano Alberto en el dolor de la pérdida con la herencia que su madre les ha dejado, que es saber que tenía un don en sus manos y en el corazón del que ellos se han empapado.

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