«Hay que distinguir si evaluamos contenidos o conocimientos»

–¿Cuál es el mensaje principal para trasmitir a los profesores?

–Hay que dejar de aprender desde el cerebro del que enseña para hacerlo desde el cerebro del que aprende. Una vez que sabemos cómo se aprende sabemos cómo se enseña. Este cambio requiere del dominio de algunos procedimientos, técnicas y herramientas, que son la capacidad de escucha del que enseña o leer el pensamiento de forma flexible y creativa.

–¿Es complicado cambiar la mentalidad existente?

–Sí, digamos que somos víctimas de una tradición didáctica heredada y primero tenemos que desaprender. Tenemos que decir, aquello por lo que nosotros antes empezábamos como es la información de memoria, tenemos que darlo la vuelta. Ahora tiene que ser el punto de llegada y no el punto de partida. Primero comprender y luego enunciar. Es un cambio de paradigma porque lo que se hace es enunciar, memorizar y, por último, se comprende.

–¿Y en el paso final de la evaluación?

–Hay que distinguir si evaluamos contenidos o evaluamos conocimientos. Hay una enseñanza de mayor calidad que distingue superar contenidos de obtener conocimientos. Cuando yo evalúo, puedo evaluar lo que yo enseño, y por tanto poner un sobresaliente a alguien que ha superado ese contenido. Pero no ha adquirido conocimientos porque no ha habido entendimiento, ni comprensión ni posibilidad de argumentar, ni pensamiento crítico, ni decisiones propias ni aprendizaje inteligente. La pregunta es si lo que se enseña sirve para desarrollar integralmente a esa persona o no.

–¿Está el sistema educativo preparado para esta forma de enseñar?

–Yo no sé lo que es sistema educativo, sé lo que son las personas responsables con el que aprende. Hay muchas personas preparadas y otras que, realmente, sabiendo lo que tienen que hacer no pueden hacerlo por el entorno, las circunstancias y este propio sistema educativo. También hay otras que desde su propio estado de confort tampoco quieren. Yo creo que el sistema educativo empieza cuando miras a los ojos a las nueve de la mañana a tus alumnos y sabes que el mayor objetivo es que quieran estar a las diez. Ese es el sistema educativo, hacerles sonreír, que crean en sí mismos, que sepan que escuchar mejora su vida, que genera autoestima, confianza y que también argumenten y compartan.

–¿Quedan muchos retos por alcanzar?

–Hay que cuidar los tiempos y los espacios. Son dos dimensiones muy grandes a las que hay que atender ya a corto y medio plazo. Por tiempos, se necesita el tiempo de dedicación para atender aquello que se quiere obtener y, por espacios, también el metro o los metros cuadrados que cada uno necesita para relacionarse e independizarse. Cuando miramos los colegios miramos los espacios, pero no miramos los tiempos. Cuánto tiempo puedo dedicar yo a aquel con el que quiero estar y ese yo creo que sería un buen reto, mirar tiempo y espacio para hacerlos corresponder y obtener buenos resultados de aprendizaje que son aquellos que mejoran tu vida y las de los demás.

–¿La educación de los padres va en consonancia con la que se imparte en los centros?

–Yo pienso que hay padres y madres que están en el mismo barco. Si el fin del profesor es el hijo y el padre o la madre tiene el mismo fin, habrá una convergencia, pero hay muchos padres y madres que no tienen el mismo fin y cuyos niños son sacados adelante por los maestros. Y al revés. Yo creo que es el fin, el que une los medios, los procedimientos y los objetivos.