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Poco queda de aquella Palencia de finales del siglo pasado, teñida de verde por las grandes extensiones de remolacha de regadío. De las más de 12.000 hectáreas anuales de remolacha que se sembraron de 1993 a 1995 se ha pasado a las menos de ... 2.000 hectáreas que se han sembrado en las últimas campañas. Este cultivo lleva casi todo el siglo en crisis y el primer descalabro llegó con la Organización común de mercados en el sector del azúcar, que llevó a la provincia de Palencia a protagoniza la mayor caída porcentual del cultivo. Entre 2006 y 2015 desapareció el 68% de la remolacha al bajar desde las 6.866 hectáreas a las 2.145.
De 2016 a ahora la situación no ha mejorado. A partir de octubre de 2017, los productores europeos dejaron de estar en un mercado protegido y se inició a la libre producción de azúcar, de modo que cada estado miembro de la Unión Europea es libre de producir azúcar sin limitaciones. Esto llevó a países como Francia y Alemania a incrementar notablemente el cultivo, la producción europea aumentó un 24% y la ley de la oferta y la demanda se encargó de que el precio bajara tanto que para muchos agricultores españoles, que necesitan regar para producir , la siembra de remolacha ha dejado de ser rentable.
Y en este contexto tan complicado, el Gobierno de España ha decidido aumentar el IVA del 10% al 21% para las bebidas azucaradas y edulcoradas en los Presupuestos Generales del Estado para 2021 bajo el argumento de que ayudará a reducir el sobrepeso y la obesidad. Este incremento impositivo ha ido acompañado de una campaña iniciada por el Ministerio de Consumo bajo el lema «el azúcar mata» en el que se hace un guiño que trata de asemejar el consumo de azúcar con el de tabaco.
Las medidas tendrán una serie de consecuencias y, según un informe elaborado por la consultora PWC realizado por encargo de la industria alimentaria, se destruirán hasta 6.165 puestos de trabajo, mientras que la facturación directa se reduciría en 370 millones de euros, con una gran incidencia en el canal de la distribución. El impacto en el Valor Añadido Bruto sería de hasta 344 millones de euros, siendo el sector agrario y la industria agroalimentaria los más perjudicados. «Habría una caída de la demanda y de la cadena de valor», explicó Anna Merino, directora estratégica de PWC.
El Gobierno pretende recaudar hasta 400 millones de euros con esta subida impositiva, aunque desde el Ejecutivo se recalca que la intención no es otra que reducir el consumo de azúcar en la población y promover hábitos más saludables en la misma para reducir la obesidad. Sin embargo, el informe de PWC señala que «la evidencia científica basada en la experiencia de países que han implementado impuestos a alimentos y bebidas con el objetivo de mejorar la salud demuestra que la política fiscal utilizada para resolver el problema de la obesidad es limitada, inconcluyente e incluso lo han eliminado por los efectos negativos que tiene sobre la actividad económica, el empleo o la equidad».
Además, muestra que en Francia y México, donde impusieron este impuesto hace unos años, los resultados no han sido los esperados. Mientras que países como Dinamarca o Eslovenia lo han terminado suprimiendo. Además, en España este impuesto ya lleva establecido en Cataluña desde hace años, aunque por tramos según la cantidad del azúcar. Aun así, desde el sector se recuerda que en la región ha tenido un efecto nulo en la recaudación y en los hábitos de consumo.
Ahora falta por ver cómo interfieren todos estos aspectos en el cultivo de remolacha de la provincia y en las fábricas azucareras que aún permanecen abiertas en la región.
a superficie de remolacha sembrada este año en la comunidad se ha situado por debajo de la de patata, tal y como asegura el presidente regional de Asaja, Domiciano Dujo, que critica que Azucarera «haya incumplido de manera unilateral los acuerdos y haya bajado 6 euros la tonelada». En esta línea, Dujo advierte que la bajada del número de hectáreas cultivadas «pone en peligro fábricas, empleo y sector servicios».
La preocupación por el sector remolachero está latente en todas las organizaciones agrarias y el presidente de Coag Palencia, David Tejerina, asegura que la única forma de hacer que el agricultor decida optar por plantar remolacha es mediante algún mecanismo que permita hacer que el productor sepa que va a tener rentabilidad. «El caballo de batalla es el precio. Si no tenemos un precios estables y rentables, no vamos a trabajar para perder dinero. La gente no se la juega si las cuentas no salen y por eso se van a otros cultivos», explica.
Por su parte, Raúl Azpeleta afirma desde UPA que este tipo de cultivo exige más trabajo que otros para el agricultor y eso también ha hecho mella en el número de hectáreas. «Lo que pasa es que la remolacha no es igual de atractiva que antes. Es un cultivo que exige mucho trabajo, del que hay que estar muy pendiente, y eso también influye para que la gente decida apostar por él o no. Si voy a tener que trabajar mucho y ganar poco, lo lógico es que busque otras alternativas», afirma Azpeleta.
También las organizaciones agrarias han reclamado sin éxito a Azucarera que aplique el reglamento que determina la forma de recepcionar y valorar la remolacha que entra en las fábricas de forma que los remolacheros puedan controlar el proceso.
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