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Jorge Aldea es auxiliar de geriatría de la residencia de ancianos de la localidad palentina de Cisneros. Allí ha trabajado a destajo para que ... los residentes recibieran todos los cuidados que necesitaban durante el brote de covid-19 que se registró en noviembre. De hecho, incluso llegó a quedarse a vivir en la residencia durante el contagio, que afectó a la mitad de la plantilla y a todos los usuarios del centro, entre los que se encontraban Manuel Aldea Serrano y Maruja Hontiyuelo, sus padres, quienes pudieron tener a su hijo cerca durante esos duros momentos, que tuvieron como triste desenlace el fallecimiento de Manuel el 2 diciembre a los 79 años de edad.
Jorge reconoce que aún no ha sido capaz de asimilar lo que ha sucedido y recalca que ha decidido centrarse en el trabajo en estos días para evitar pensar en lo que vivió entre el 19 de noviembre y el 2 de diciembre. «Los primeros positivos fueron siete, entre ellos mi padre. Desde ese día me quedé confinado con ellos para estar a su cuidado. Otra compañera dijo que si me quedaba yo, ella también y otra que estaba de descanso se unió al día siguiente. Ellas no tenían ningún familiar dentro, pero lo hicieron», explica este hombre, que nunca pensó que la pandemia pudiera atravesar las puertas de su centro de trabajo. «Creíamos que esto no nos podía pasar. La residencia se cerró a cal y canto antes del inicio del estado de alarma y solo se permitía el acceso a los trabajadores», recuerda.
Son muchas las vivencias que Jorge guarda en la retina de aquellos momentos y señala que siempre intentó prestar el mismo trato a todos los residentes. «He atendido a todos por igual. Siempre he dicho a mis compañeros que me recriminaran si me veían llamarle papá. Mi padre era Manolo y mi madre es Maruja delante de los demás. Las residencias deben ser como hoteles en los que los residentes son clientes y nosotros, el personal de servicio que tiene que tratar a todos con el mismo mimo», afirma este auxiliar, que ha tenido que trabajar muy duro junto a sus compañeras durante el brote. «Hemos tenido problemas. Nos quedamos menos de la mitad de la plantilla por los contagios en el personal. Llamamos a gente para que cubriese las bajas y en cuanto se les decía que teníamos un brote, no querían venir», añade.
Una de esas personas a las que Jorge trataba con mimo era su padre, Manuel Aldea, un agricultor jubilado de Cisneros que se enfrentaba al alzheimer desde 2018, una enfermedad que también padece su madre. «Hicimos obra en casa para poderles atender lo mejor posible. Mi hermana estaba siempre muy pendiente, pero la enfermedad hizo caer en picado a mi padre y les decidimos meter en una residencia. Pensamos que la mejor opción era que estuvieran en la que yo trabajo porque sabemos de primera mano que se dan las tres 'C': calor, cariño y comida. Los que trabajamos aquí no sabemos el número de las habitaciones, sabemos quién vive en ellas», sentencia.
Y en esa residencia en la que, como asegura Jorge «los trabajadores saben más de personas que de números», tres empleados se quedaron a vivir con los usuarios contagiados durante unos intensos días cargados de emociones. «Mi padre fue el primer residente en fallecer. El médico me dijo que se iba a morir y avisé a mis hermanos. Se le puso el difusor del dolor y a esperar, que fue lo más complicado. Al estar moribundo, dejamos entrar a familiares con todas las medidas de seguridad y me consuela pensar que no murió solo. Estuvimos con él mi hermana y yo justo en el momento de fallecer», afirma este gerocultor.
Manuel Aldea y Maruja Hontiyuelo siguieron viviendo juntos en una habitación de matrimonio hasta que la covid-19 les separó, aunque por ahora la familia no ha querido revelar a Maruja el fallecimiento de Manuel. «Tenemos un poco engañada a mi madre. Aún no le hemos dicho que mi padre ha muerto. Ella me pregunta mucho por él y me toca inventar historias. Cuando alguien llama, le pedimos que no diga nada», relata Jorge, que quiere mantener este secreto todo lo que pueda para evitar sufrimiento innecesarios a su madre, de 81 años. «Fue muy difícil el momento del funeral. Mi madre tenía la covid y no pudo ir a decir adiós a su marido porque estaba confinada en esos momentos. Te da por pensar que han estado toda la vida juntos, siempre, y te entristece mucho que no hayan podido siquiera despedirse», concluye Jorge que, tras ver morir a su padre, sigue trabajando para que los mayores de la residencia en la que trabaja disfruten de esas tres 'C' que tanto valora: calor, cariño y comida.
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