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Cuatro hermanas benedictinas viven en el colegio Nuestra Señora de la Providencia de la capital, aunque desde abril también convive allí una refugiada ucraniana y sus dos hijos, que estudian en este centro educativo. «Teníamos un apartamento vacío en el colegio, pero completamente independiente, y ... nos daba pena que no lo usase nadie después de ver tanta gente que se había quedado sin casa», argumenta la hermana Victoria. Hasta que Marii Tereshchenko y sus dos hijos, Taras y Andri, se instalaron allí en abril. Habían sido acogidos por una familia del propio colegio, que les había cedido una casa en un pueblo de la provincia. «Pero era muy pequeño, no tenían casi conexión a Internet y ella continúa trabajando 'on line' y haciendo un máster», señala. «Por eso les ofrecimos el apartamento que teníamos».
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En uno de los primeros bombardeos de una guerra cruel que se extiende en el dolor y en el tiempo, destruyeron la casa de Marii, que acababan de construir con todos sus ahorros. Así que decidió huir con sus hijos con el viaje organizado por empresarios del polígono de San Antolín, que acudieron en autobús a buscar a jóvenes, madres y abuelas.
Al principio, con las propias hermanas de La Providencia, se comunicaban a través del móvil, con el Google Translate. «Enseguida se apuntó a clases de español y ahora lo domina. Recuerdo que incluso iba con el móvil a misa para entender al sacerdote», narra la hermana Victoria, quien no duda en señalar que Marii es una persona muy generosa. «El ejemplo de sacrificio y generosidad nos lo da ella a nosotras», admite.
Al igual que muchos refugiados ucranianos que viven la guerra desde otro país, está deseando volver a su tierra. Sus hijos están matriculados en quinto de Primaria y primero de ESO, respectivamente, y algunos días acuden a las clases de La Providencia, mientras que otros asisten 'on line' a las clases de su centro educativo en Ucrania, que continúa enseñando cuando los bombardeos y los cortes de electricidad lo permiten. «No quiere que pierdan la conexión con su país porque quieren volver», reconoce la hermana benedictina, quien afirma que los dos alumnos ucranianos son muy queridos por sus compañeros.
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