![Cien años de recuerdos y de pasión por la veterinaria](https://s3.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/202012/12/media/cortadas/pepe-k6XE-U1201040445421k7B-1968x1216@El%20Norte.jpg)
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Cada vez que José Marcos González sale a la Calle Mayor en Palencia, los hijos de los que fueran vaqueros y ganaderos, esos niños con los que el veterinario bromeaba cuando iba de visita para atender a los animales, lo reconocen y se paran a saludarle. El pasado 19 de octubre, este palentino de Magaz de Pisuerga cumplió un siglo, y compartió tarta con toda su familia, aunque para la mayoría tuvo que ser «por videoconferencia», pues ahora apenas sale de casa. Allí le asisten dos cuidadoras, y su sobrina y ahijada Esperanza Marcos García, para limitar contactos y mantener a raya un posible contagio. El Colegio de Veterinarios de Palencia también desea poder pronto rendirle homenaje. Tercero de cinco hermanos, permaneció soltero porque estaba «casado con su profesión», asegura su familia, en una carta que le escribió por tan señalada fecha. Su carácter cariñoso le ganó siempre el corazón de sus cuatro sobrinos; también el de los ocho hijos de estos, que son como nietos para él; y más recientemente, el de los cuatro pequeños de la siguiente generación. Con la menor, que ha nacido en 2020, se lleva cien años.
Conocido por muchos como 'Don Pepe', cuentan los sobrinos que «está genial, está tranquilo, asume que ya no puede hacer muchas cosas, y aún así está tranquilo… casi siempre». Porque como buen soñador, salta entre los recuerdos de toda una vida, el echar de menos y la preocupación por los suyos y por la covid-19. «Cien años tengo, ya ves, hay que cuidarse», sonríe él, por teléfono. Ingenioso y lúcido, suele adentrarse con precisión en los años de su niñez y juventud. «A menudo nos cuenta cómo era su casa de Magaz, que contenía un gran patio y el taller de muebles de su padre; o espera a este último con impaciencia y dice que le va venir a buscar en su coche nuevo», relata su sobrina Esperanza.
Sus padres se llamaban Antonia González y Juan Marcos Rebollar, y a los 8 años le mandaron al colegio de los Maristas en Palencia, experiencia que impresionó vivamente al José niño, como si de otro protagonista para 'El camino' de Delibes se tratase. «Un año después la familia se desplaza a vivir a la capital y se instalan en la calle Alonso Fernández de Madrid, junto al desaparecido bar Correos, en una casa de dos plantas», relata la carta. Aunque esa vivienda ya no existe, él reside hoy en el mismo lugar. Pero antes, los estudios le llevaron a León, entre 1939 y 1944, a una vida de estudiante universitario aplicado y de postguerra.
El vínculo con los suyos siempre ha sido importante para él, y especialmente el que tenía con su padre, también veterinario, y por tanto, maestro y compañero. «Al principio de mi carrera, yo iba con él y le ayudaba a derribar a los animales para tratarlos, le ayudaba a operarlos, o simplemente le pasaba una herramienta para que no se agachara», detalla el anciano.
Su primer destino fue en Villalobón, pero también se curtió en Santander, tratando vacas con un primo que también se dedicaba a la profesión. Don José anota cuidadosamente que las mulas y todos los animales «lo mismo son en un sitio que en otro», pero que hay que saber si se los necesita para la tierra o no y tratarlos en consecuencia. «Si no, no haces vida de ellos», manifiesta. José Marcos ejerció en la plaza de toros, en Sanidad, en el Matadero, en la Plaza de Abastos. La carta ensalza su dedicación: «Atendía a todos con prontitud, incluso de noche si le llamaban para algo urgente, porque en aquellos tiempos perder un animal era una gran pérdida, sobre todo para los clientes más desfavorecidos, a las que no dudaba en regalarles su trabajo», reza. A partir del 86, ya jubilado, se aficionó a pasear y se asomaba por el Laboratorio de Sanidad Animal de la Diputación, en San Telmo.
Convivió en armonía y durante años con sus hermanas, a las que cuidó hasta el final: Consuelo trabajó como enfermera de campaña; Angelines, la segunda de los hermanos, se situó al frente del hogar con Consuelo; y la pequeña, Maruja, se convirtió en profesora de Química. «De nuestro padre, que fue el que se casó, siempre nos cuenta que era el más travieso», detalla Esperanza Marcos.
Los sobrinos piden una segunda tarta que les reúna pronto. «No vamos a poder celebrarlo todos con él como desearíamos, pero esperamos hacerlo cuando todo esto termine», escribían para cerrar su carta. Sin duda, en cuanto pase el peligro, él paseará de nuevo por la Calle Mayor en su silla de ruedas y les recibirá con los brazos abiertos. Aunque sea a costa de extrañar el reencuentro un poco más.
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Equipo de Pantallas, Oskar Belategui, Borja Crespo, Rosa Palo, Iker Cortés | Madrid, Boquerini, Carlos G. Fernández, Mikel Labastida y Leticia Aróstegui
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