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Fue posarse un ave en la jardinera de su vivienda del barrio Pan y Guindas y la familia que vive en una altura de 12 pisos se preguntó qué 'bicho' era ese. Tirando de Internet y de algún contacto, la duda se resolvió enseguida. Un cernícalo merodeaba por el barrio y parecía sentirse cómodo. Desde las alturas, el ave rapaz empezó a otear el horizonte para disfrutar de las vistas. A la familia, que vive en la calle Caracas, no le incomodaba la presencia de este animal por sus dominios y le intentaba fotografiar cuando se posaba.
Tras unos días visitando con asiduidad esa terraza, los tímidos cernícalos, que se asustaban cuando veían la presencia humana, dejaron un huevo, señal de que ya estaban en su nuevo hogar (el año pasado, aunque no se sabe sin son los mismos, otra pareja de cernícalos anidó dos pisos más abajo). ¿Y solo iban a poner un huevo? Pasó un día y la hembra dejó otro dos, elevando a tres la cifra de huevos en un improvisado nido junto a unas pequeñas plantas de hierbabuena.
Era 1 de junio y los tres huevos ya estaban bajo los cernícalos, que se escapaban cada vez que la presencia de un humano aparecía por el salón. Para evitar que esas crías no vieran el nuevo mundo dentro de esas cuatro paredes, esta familia, aconsejada por asociaciones de rapaces, 'selló' totalmente una de las persianas del salón, dejando que incubaran los huevos con cierta tranquilidad. Con el calor como testigo de la gestación, sobre todo a finales de junio, la pareja de aves rapaces se turnaba para que sus huevos no se enfriaran. Y así fueron pasando las semanas hasta que el 29 de junio, en San Pedro, apareció la primera cría. Un mes para que el primer cernícalo rompiera la cáscara y empezara a ver el edificio de La Alcoholera o un lateral del parque comercial El Arambol. Fue el primer huevo que puso su madre y el primero en salir. Como un reloj, 24 horas después, bajo el regazo de los padres, nacieron sus hermanos.
Ojos cerrados, cabeza en el suelo y a protegerse principalmente del excesivo calor, gran enemigo de los pollos tras su nacimiento. Su color blanco propició que la familia de Pan y Guindas, que no sabía diferenciar entre los tres ejemplares, les bautizara con los nombres de Puskas, Gento y Di Stéfano. El madridismo siempre presente en el seno familiar.
Con el paso de los días, los ojos se empezaban a abrir, y de la noche a la mañana parecían que habían pegado el estirón. La preocupación de vivir en una altura de doce pisos, obligó a estos a volver a ponerse en contacto con alguna asociación para intentar que no se precipitaran. La respuesta de esta fue concisa. «Son lo bastante astutos como para saber qué tienen que hacer», les respondieron.
A los 15 días ya empezaban a desperezarse, aunque se mostraban tímidos como sus padres, que traían topillos y ratones para alimentar a las crías. Estas ya tenían la fuerza suficiente para trocear a sus víctimas y engullirlas. Dicen que es un buen año para los cernícalos por la plaga de roedores y estos se aprovecharon de la situación.
A los 25 días, una de las crías abandonó el nido. Fue la más intrépida y ya nunca más se le volvió a ver. Sus hermanos aguardaron unos días para que sus alas se terminaran de formar. No paraban de dar paseos por la jardinera para ver lo que deparaba la ciudad. Incluso se asomaban a la ventana para conocer el día de su familia de acogida. Hasta que la curiosidad dijo basta y emprendieron su nueva vida. Ahora se les escucha todas las mañanas. No han abandonado su lugar de nacimiento, pero ya no se han vuelto a posar en su primera casa.
Un nido que tendrá que desmontar con mucho cuidado la familia de la vivienda, pues en esos escasos metros cuadrados han estado varios topillos, por lo que la tularemia podría acechar a los inquilinos. Tiempo para trasplantar. ¿Quién sabe si estas aves volverán la próxima primavera?
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