Secciones
Servicios
Destacamos
ALMUDENA ÁLVAREZ
Palencia
Lunes, 27 de febrero 2023, 00:01
Un reciente estudio elaborado por las comunidades de Castilla y León, Cantabria, Asturias y Galicia ha constatado la recuperación de la población de oso pardo ... en la Cordillera Cantábrica. Mediante técnicas genómicas y modelos de estima poblacional de captura y recaptura se ha contabilizado una población de 370 osos en la Cordillera Cantábrica, el 53% , unos 179 ejemplares, en Castilla y León, con 108 en el occidente leonés y 89 entre el oriente de León y la Montaña Palentina. El estudio ha confirmado la consolidación de la subpoblación occidental de osos pardos, con dos tercios de la población total de la cordillera, y el crecimiento de la subpoblación oriental de osos que se mueven por la Montaña Palentina y el oriente leonés.
Para realizar los trabajos de campo se recorrieron más de 7.600 kilómetros y se recogieron 1.200 muestras. Begoña Almeida se encargó de recoger una parte de esas muestras, las que corresponden a la Montaña Palentina, donde lleva viviendo 35 años y 26 dedicándose a la conservación y la protección del oso pardo. Ella es uno de los seis guardas de campo de la Fundación Oso Pardo que se mueven por la Cordillera Cantábrica y que formaron parte del gran equipo de personas que participaron en este estudio, uno de los más ambiciosos hasta el momento.
Es palentina de adopción y lleva viviendo entre osos casi tres décadas y no duda en asegurar que su trabajo es vocacional, una forma de vida, y que los osos son su pasión. Madruga más en verano que en invierno, porque amanece antes. Y ya con los primeros rayos de sol comienza a recorrer la Montaña Palentina en busca de indicios que hablen del oso pardo. Lo hace en solitario, en silencio, armada con un teléfono móvil, unos prismáticos, una cámara de fotos y el calibre, la regla con la que mide cada indicio que encuentra. «Cogemos un punto estratégico y observamos durante unas dos o tres horas», explica.
En primavera, las salidas son más habituales, principalmente por la tarde noche, que es cuando los osos, que son crepusculares nocturnos, se animan a salir de sus cuevas para comer. «En primavera hacemos una espera al amanecer y otra al atardecer para localizar a las osas y ver cuántas han parido y cuantas crías ha tenido cada una» explica. El resto del día lo dedica a hacer rastreos para ver si encuentra pelo, excrementos o huellas que muestren que un oso anda cerca, además de acometer otras labores, como plantar frutales lejos de las poblaciones para evitar que los osos se acerquen a núcleos poblados, impartir charlas a profesionales, educación ambiental con grupos de escolares, o al desarrollo de actividades con asociaciones de cazadores, colectivos de apicultores y ganaderos, y otros agentes sociales para hacer compatible al oso con la actividad humana. Su jornada laboral se estira para revisar las plantaciones que ya se han hecho o para hacer informes, memorias y fichas con los indicios que van recogiendo y que sirven para complementar el trabajo de campo.
También participa en trabajos de investigación, recogiendo los materiales que se necesitan para cada proyecto, ya sean frutos carnosos o frutos secos, pelos o excrementos. Es el caso del estudio de la población de oso pardo realizado por las comunidades de Castilla y León, Galicia, Asturias y Cantabria en coordinación con el Miteco, la Universidad Autónoma de Barcelona y el Instituto de Investigación en Recursos Cinegéticos (CSIC-UCLM-JCCM), y que ha servido para estimar una población de 370 ejemplares en la Cordillera Cantábrica y constatar que esta especie, en peligro de extinción, se está recuperando.
Begoña Almeida ha trabajado codo con codo con los agentes medioambientales de la Junta de Castilla y León en su zona, la Montaña Palentina, donde recogió excrementos, pelos y todo lo necesario para dar consistencia a este estudio que ha demostrado que la población de oso pardo se está recuperando en la Cordillera Cantábrica en general y en la Montaña Palentina en particular.
Es algo que el personal de campo, como Begoña Almeida, ya se olía, y que han constatado los datos y la genética. «Lo estábamos notando pero había que ser precavidos», señala. Ahora sabemos que la situación del oso pardo no es tan preocupante como lo era hace algunas décadas. Se ha pasado de tener dos subpoblaciones pequeñas y aisladas, sobre todo la oriental, que es la nos toca de cerca porque incluye la Montaña Palentina y una parte de Cantabria y de León, con niveles de diversidad genética muy bajos, a un escenario mucho más esperanzador, con una población en crecimiento, una conexión demográfica y genética entre los dos grupos e indicios de distribución geográfica hacia zonas favorables. «Ya lo estábamos apreciando, pero había que verlo genéticamente», insiste Almeida.
Con los datos hoy podemos hablar de un crecimiento constatado en la subpoblación oriental que estuvo próxima a la extinción hace apenas 30 años y de una sola población porque hay unión y conexión entre las dos poblaciones, la occidental y la oriental, una muy buena noticia porque en la población oriental era preocupante el problema de consanguinidad entre los osos, explica Almeida.
No todos los osos pardos son pardos, el color de su pelaje oscila entre el marrón muy oscuro, casi negro, y el dorado claro, pasando por diversas gamas de grises. Pero si son pardos todos los osos viven en la Cordillera Cantábrica, donde la población se ha ido recuperando en las últimas décadas. Es el único mamífero de gran tamaño, 250 kilos los machos y 150 kilos las hembras, que hiberna y lo hace generalmente en cuevas. Es omnívoro y come de todo, se alimenta principalmente de vegetales y frutos, aunque también de hormigas, carroña y otros mamíferos más pequeños porque tiene una gran habilidad para adaptarse y encontrar comida en cada época del año.Son listos, muy protectores con la familia, sobre todo las osas. Los oseznos nacen dentro de la cueva y siempre en enero. Los machos entran en celo en primavera y estimulan a la hembra para que ovule, pero el huevo fecundado no se implanta en el útero hasta otoño que es cuando empieza a desarrollarse el embrión. Después de dos meses de gestación o desarrollo del embrión, el osezno nace en enero y solo pesa entre 350 y 400 gramos cuando nace. No tienen pelo, nacen con los ojos cerrados y necesitan mucho la protección de la madre que podría amamantar hasta seis crías aunque en la Cordillera Cantábrica lo habitual es que tengan una o dos y algunas veces, las menos, hasta tres crías. La suerte ha querido que este año por la Montaña Palentina ande una osa con trillizos.
También colaboró, en junio del año pasado, con los celadores y los agentes medioambientales en el operativo de búsqueda de la osa que se despeñó con su cría en la Montaña Palentina durante una pelea con un macho, que también cayo y murió. El desenlace de aquel suceso no fue el deseado porque dos meses después encontraron los restos de la osa y de sus dos oseznos en una sima vertical de 33 metros de profundidad en la Montaña Palentina. «Lo pasé mal, porque perdimos cuatro ejemplares de golpe, pero hay que pensar que la naturaleza es así de dura», asegura. Aquel suceso se produjo cuando el macho entró en celo y buscó a la hembra, relata. Porque los osos son animales promiscuos, el macho busca a la hembra para dejar su gen y las hembras también lo son pero con un objetivo diferente, la protección de sus crías.
«El macho intentó matar a las crías para que la hembra ovulase y ella peleó para proteger a su cría», explica Begoña, que como el resto del operativo dedicó muchos días a buscar a la madre y a la cría. «Cuando los agentes medioambientales entraron en la cavidad y dijeron ¡aquí están!, se hizo el silencio», relata Begoña, que en aquel momento estaba fuera de la cavidad sujetando las cuerdas que guiaban a los compañeros.
A pesar de estos sinsabores que, como insiste, forman parte de las leyes de la naturaleza, asegura que no cambiaría su trabajo por nada. Porque lo suyo ya se ha convertido en una forma de vida que le permite relacionarse estrechamente con «el rey del bosque» y contribuir a recuperar una especie en peligro de extinción. De momento con muchos pocos han conseguido que el oso pardo salga de la zona crítica y ver con satisfacción que la población va aumentando y que los esfuerzos de tanta gente están dando sus frutos.
En la Montaña Palentina la gente está acostumbrada a convivir con los osos porque en estas tierras «el oso es otro habitante más», asegura Begoña Almeida. Y aunque la probabilidad de encontrarse con un oso es mínima, porque tienen un olfato muy desarrollado y lo último que quieren es encontrarse con un ser humano, no está de más saber qué hay que hacer si uno se encuentra con un oso por el camino.
Como señala Almeida, hay que evitar adentrarse en vegetaciones cerradas o roquedos, para que el oso no se sienta amenazado; no hay que acercarse a las carroñas; en caso de ir con perros, hay que llevarlos atados y muy controlados para evitar que vayan hacia el oso; no se debe abandonar las rutas y los senderos marcados y señalizados; y no dejar restos de comida que puedan atraer a los osos.
«Y si vemos unos rastros de oso, lo más importante es ver la huella, disfrutar de la huella, hacer fotos, pero nunca seguir el rastro», afirma esta experta que insiste en que «lo que siempre hay que saber es que el oso es el primero que no quiere encontrarse con un ser humano y que en cuanto nos huele se aleja». Ella lo sabe porque se los ha encontrado en muchas ocasiones. En algunas los ha visto y otras no. Relata que en una ocasión vio a un oso con la nariz bajo una enorme piedra poniéndose hasta las botas de coleópteros e insectos. «Estábamos a un metro de distancia, yo tras una escoba y él metiendo la nariz bajo la piedra. Me vio y se marchó berreando», asegura, mientras ella se quedó con el corazón en pausa y las piernas temblando. En otra ocasión ni se enteró de que lo había tenido cerca. Fue durante una de sus jornadas de búsqueda de indicios. Escuchó un ruido en el hayedo, pensó en un ciervo, un corzo, un jabalí, pero las huellas que después descubrió sobre sus pisadas le revelaron que había sido un macho grande. «Se ve que me vio, vio que era humana y se marcho. Yo ni me enteré», explica.
Si a pesar de todo, nos encontramos con un oso, asegura que hay que retirarse despacio, sin dar la espalda al animal y sin alertarlo ni amenazarlo. Y si no nos ha visto y avanza en nuestra dirección, hay que hacerse notar, sin gestos agresivos y sin gritar, hablando en voz alta para que vea que somos humanos, y nunca hay que interponerse entre una osa y su cría.
Excepcionalmente puede ocurrir que el oso se sienta amenazado y cargue contra nosotros. «Pero siempre, antes de alcanzarnos, va a frenar y va a volver a alejarse», afirma Begoña Almeida. Lo sabe, porque le ha pasado con una osa que le hizo dos cargas disuasorias. «En la primera se me quedó a ocho metros y en la segunda a veinte», relata, mientras insiste en que nunca hay que darle la espalda a un oso, ni echar a correr. «Le das la cara caminando hacia atrás, le hablas en voz alta pero suave para intentar frenarle y acaba yéndose». Reconoce que una cosa es la teoría y otra la práctica, y que no es fácil actuar con tanta templanza cuando uno se encuentra con un animal que pesa 250 kilos. Pero también asegura que en los 26 años que lleva guardando a los osos en la Montaña Palentina no ha tenido muchos encuentros, «los justos para contar estas anécdotas que son reales» con la confianza plena de que por grande que sea el animal no va a atacarla.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Favoritos de los suscriptores
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.