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Todas las mañanas, cuando abre los ojos, da las gracias por poder disfrutar de un nuevo día, por tener a su familia a su lado y poder observar el cielo azul. A Raquel Marugán le diagnosticaron un carcinoma epidermoide de la orofaringe, cáncer de amígdala, con metástasis cervical en junio de 2019. Año y medio antes había acudido al otorrino porque tenía un bulto en el cuello, pero tras hacerle analítica y pruebas «me dijeron que estaba todo bien, que el ganglio estaría así de inflamado por algún proceso febril y yo me quedé tranquila», reconoce. Pero, dieciocho meses después le seguía incomodando y también tenía molestias posturales. Y en esta ocasión, nada más verla el médico de cabecera, la derivó a la UDR (Unidad de Diagnóstico Rápido).
«Mi vida se paró de repente y he estado mucho tiempo fuera de juego, sin poder comer, sin poder moverme», rememora. «Hice meditación, ejercicio físico, control mental. He intentado parar mucho la cabeza, dominarme, trabajar mucho conmigo porque si no no podía soportar el dolor», continúa.
Tuvo que despedirse de sus hijas e irse con su marido a Madrid, al Hospital La Paz. «Perdí mucho peso y pensaban que me iba en varias ocasiones. Me quedé en 36 kilos, he estado más allá que acá tres o cuatro veces», afirma. «Siempre tratan de controlar el peso y el dolor, pero conmigo se fueron los dos. Conmigo no podían controlar el dolor. Y todo eso necesita una cabeza, aunque a veces se me iba y no podía soportarlo», explica.
La radioterapia a la que le sometieron era muy fuerte al tratarse de una paciente joven. «Y lo peor fue cuando terminaron los tratamientos, que estuve ingresada tres veces, y cuando ves que te dan el alta y crees que todo comienza a funcionar, y cada día peor. Los efectos de la radioterapia puede estar incluso saliendo uno y dos años después», reconoce.
Pero su cabeza entrenada para superar baches insalvables le hizo continuar. «He mejorado mucho y voy a mejorar más porque tengo toda la vida para mejorar. Tengo mucha disciplina, he recuperado el brazo y estoy recuperando el pie. Voy a volver a correr», afirma, con convencimiento. «Un bocadillo de chorizo ya es más complicado», añade. Come purés o cosas muy blandas, siempre con agua.
Raquel reconoce que esta enfermedad le ha mostrado las cosas importantes de la vida. «A mí el cáncer me ha enseñado a vivir. Nunca he estado tan feliz, hablo de cabeza, físicamente, no, claro. Pero me ha enseñado muchísimo. Vivo, antes derrapaba. Todo el día tarde, todo el día corriendo, esperando que llegase el fin de semana o las vacaciones», analiza.
«Pero cuando la vida te para, solo necesitas más tiempo para estar con tu familia. Darme un paseo, tomarme un helado, darles besos, achucharles y eso no lo tenía, no tenía capacidad ni de abrazarles», añade. «Tengo que estar agradecida porque yo sigo aquí, hay muchas personas que no. Mis niñas dicen que ahora tengo tiempo para estar con ellas. Me río, bailo, disfruto de la vida, de cosas que antes no me daba tiempo», comenta.
En cuanto estuvo un poco recuperada y en Palencia de nuevo, se acercó a la Asociación contra el Cáncer a preguntar cómo podía ayudar. Ha contado su experiencia, ha escrito algún cuento y algún artículo para la revista de la asociación.
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