Esther Bengoechea
Martes, 16 de mayo 2017, 21:33
Aquel día nadie acudió a las aulas porque la cobra se había tragado el sol. «Hubo un eclipse y los niños no fueron a la escuela», explica Gema García. «Otro día, una señora me invitó a la boda de su hija sin conocerme, un mono me robó la bolsa de fruta cuando salía del mercado o me explicaron que el wifi fallaba porque el cable tenía que recorrer un camino muy largo desde la ciudad hasta la aldea», rememora la logopeda palentina, que ha vivido durante año y medio en la India, concretamente en Ananthapur, coordinando el proyecto de lenguaje -Oral Languaje Program- de la Fundación Vicente Ferrer con niñas con discapacidad auditiva.
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Vicente Ferrer solía preguntar a los voluntarios cuando los conocía. ¿De qué huyes?. «En mi caso, llegó un momento que necesitaba un cambio, no me sentía cómoda en la escuela donde trabajaba y me lancé. Supongo que este destino siempre estuvo en mi cabeza», explica.
Años antes de aterrizar en Bangalore, a 250 kilómetros de Ananthapur, se topó, un día cualquiera, con la página de la Fundación Vicente Ferrer en Internet. Leyó los requisitos, se formó en discapacidad auditiva durante doce meses y echó el curriculum. Un año más tarde, volvió a insistir. «Vine a India cuando era mi momento. A veces nos empeñamos en hacer las cosas antes de tiempo, pero todo tiene su momento», afirma.
Comenzó formando parte del proyecto de lenguaje como voluntaria y, ocho meses más tarde, le propusieron quedarse como cooperante. El programa consiste en buscar recursos formativos para profesores y logopedas, que están implicados en el proyecto. Así, las niñas reciben entrenamiento auditivo y de la lengua oral en telugu, además de tener un seguimiento desde un punto de vista de la logopedia, de la audiometría y de la audioprótesis.
Analfabetismo
«Trabajamos con familias que no tienen educación. Algunas madres o padres son analfabetos, es difícil hacerles comprender lo que supone la discapacidad auditiva y llevar un audífono. Les ofrecemos consejo y apoyo, en reuniones y visitas domiciliarias», explica Gema García. Los audífonos son propiedad de Gaes, que acude cada seis meses con especialistas en audioprótesis para revisarlos y arreglarlos.
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«La detección de los problemas de audición se produce tarde y ser una persona con diversidad funcional es aún un estigma en la sociedad india, al menos en esta región en concreto», señala, refiriéndose a Andhra Pradesh, estado donde se encuentra Ananthapur. El objetivo final no es otro que poder dirigir a las alumnas hacia la escuela inclusiva para que tengan un desarrollo normal.
Antes de volver a España -retornó hace pocas semanas-, llevó a cabo el proyecto del aula oralista, que consiste en poder utilizar una clase que sirva como transición entre la escuela de apoyo y la normal.
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Gracias al correo electrónico y al Skype, Gema García sigue en contacto con el proyecto y con sus protagonistas, enviándoles tareas semanales. Tiene previsto retornar en julio a la India, para acompañar durante las primeras semanas a la nueva logopeda voluntaria y orientarle sobre el desarrollo del proyecto.
«Se ha puesto como un pequeño motor al programa, que es lo que yo venía a hacer. He intentado trabajar desde el desarrollo para que los compañeros puedan ser autónomos y ofrecer una nueva herramienta», afirma Gema García, con orgullo contenido, después de que el equipo de proyectos de España y de la India valorase muy positivamente el programa, ya que se han logrado crear nuevas posibilidades en estos dos años. «Y ahora cada vez trabajamos con niñas más pequeñas», añade.
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A miles de kilómetros de la India, la palentina echa en falta a las personas que la han acompañado durante todos estos meses, que abrazan la vida con felicidad a pesar de la pobreza que les rodea. «Echaré de menos el sentimiento de comunidad siempre presente en sus decisiones o en sus actos diarios y que se ha perdido un poco en nuestro mundo. Y sobre todo, que, a pesar de estar llena de injusticias, de miseria, a veces irreparable, de intolerancia, de basura en las calles, de enfermedad, también hay magia, amabilidad, color, inocencia y luz, si sabes mirar», argumenta.
Puede que también añore las situaciones inverosímiles que vivió, como dormir en un templo la noche anterior a una boda junto al resto de invitados, envuelta en un sari -un vestido de tela de siete metros-, después de haber llegado al enlace en un coche junto con otras trece personas o ir al cine en Ananthapur, donde mujeres y hombres entran en filas separadas y la gente se levanta y chilla en mitad de la película.
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