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Laura Blanco, en el circuito del Annapurna.
Del Cristo del Otero al Himalaya por altruismo

Del Cristo del Otero al Himalaya por altruismo

La palentina Laura Blanco escapó de su vorágine de vida, para colaborar en una granja biosostenible y en un hospital comunitario

Esther Bengoechea

Lunes, 20 de febrero 2017, 06:10

Todas las mañanas se despertaba temprano para ordeñar la vaca de Govinda Bedraj, después recogía las hojas del suelo de la granja o subía al tejado a por el agua, que había quedado en el tejado después de la lluvia. Acto seguido, ayudaba a Chetana con el desayuno, reponía fuerzas y caminaba una hora hasta llegar al hospital comunitario de Begnas Tal, a unos cuatro kilómetros, donde echaba una mano a todo aquel que lo necesitaba. Laura Blanco decidió escapar de la vorágine de vida que llevaba, trabajando a la vez de enfermera en la sanidad pública y privada, y dedicarse, unos meses, a los demás, lejos del ruido, del agobio y del estrés diario.

Así, aparcó su futuro profesional, hizo la maleta y embarcó rumbo a Nepal, con escala en Abu Dabhi. «Miré programas de voluntariado y buscando por Internet di con una ONG llamada Tumaini, que organizaba viajes solidarios», explica la palentina, rememorando los orígenes de su aventura. Su escapada fue surgiendo poco a poco. Siempre tuvo claro el sitio, Nepal, pero hasta el final no supo dónde iba a estar, cuánto tiempo ni a quién iba a ayudar.

Laura vivió casi dos meses en la granja biosostenible de Govinda. Que nadie pinte verjas blancas ni surcos, en su mente. Sí que es verdad que esta granja estaba al lado de la casa, pero era un terreno en la jungla. «Tenía todo mezclado. Árboles, vegetales de temporada, una vaca y las gallinas», reconoce. La agricultura ecológica era la base de la granja, donde no se utilizaban pesticidas (introducían una fruta local en un tarro para atraer a los escarabajos), se regaba con el agua de la lluvia y se calentaba el fogón de la cocina con biofuel, que se obtenía de todos los desechos del baño, que enterrados en una tubería, fermentaban y creaban gas suficiente para cocinar, mientras que la luz la obtenían de placas solares. «Govinda quiere crear una escuela y enseñar medidas sostenibles para cuidar los terrenos, porque allí todos tienen tierras y si las cuidasen bien, podrían utilizarlas todo el tiempo», explica.

Laura terminó aterrizando en Nepal en época de monzones. Aparte de lluvias y tormentas, los monzones trajeron serpientes a la huerta de Bedraj. «Al final se hizo más peligroso, y él me pidió que me quedase en la casa y no bajase a ayudar. Yo también lo prefería, así que cuidaba a Babú», cuenta. Babú es, en realidad, Siddhartha, el hijo de Govinda y Chetana de dos años. En Nepal, todos los niños se llaman Babú hasta que hacen la ceremonia a los nueve años. «Todo lo que sé de nepalí, me lo ha enseñado él», cuenta Laura con una sonrisa.

Entre medias de serpientes y vacas, Laura conoció a un guía de montañismo, amigo de Govinda, y acordó con este hacer una excursión de tres días. «Al final, estuvimos más de tres semanas realizando el circuito del Annapurna, que son más de doscientos kilómetros», afirma. «Estaba muy cansada, pero aún así no quería que terminase», reconoce.

Con ideología tibetana

De vuelta en la granja sostenible, conoció otro proyecto de Tumaini y decidió formar parte de él. Hizo la maleta, se despidió de Govinda, Chetana y Babú, amén de todos los que había conocido en el hospital comunitario y partió, rumbo a Boudhanath, a siete kilómetros de Katmandú. Allí la esperaban niños nepalíes de cultura tibetana, que viven en el hostel. En realidad, es una especie de colegio interno para jóvenes de entre 12 y 16 años, que son de aldeas muy remotas y gracias a la ayuda internacional pueden seguir formándose en el colegio. Laura tenía dos misiones en esta nueva etapa de su viaje solidario, hacer las fichas médicas y darles charlas de educación sexual.

«Poco antes de que llegase, se había suicidado una niña de doce años que se había quedado embarazada», explica la palentina, que tuvo que estudiar vocabulario sexual en inglés para explicar a los estudiantes la concepción. «Eran tan puros que se tapaban la cara cuando veían un beso en la televisión», recuerda. «Y tenían ideas totalmente erróneas como que podían quedarse embarazadas si utilizaban el baño de los chicos o compartían el agua de la piscina», añade.

No tuvo tiempo para mucho más y embarcó de regreso a España, tres meses después de haber llegado. «Me planteo volver, los coordinadores del hostel quieren llevar a cabo un proyecto de montañismo y meditación para recaudar fondos en el pueblo de los jóvenes», concluye.

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