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Gonzalo, Carla, Victor, Isabel, Javier, Francisco y Lucía, en la sede del Efides.

Once jóvenes con discapacidad intelectual ejercen como conserjes en edificios públicos de Palencia

Los afectados insisten en que se sienten capacitados y reclaman más oportunidades laborales

pilar rojo

Domingo, 15 de mayo 2016, 15:19

«Cada día abro las puertas del colegio, subo las persianas, quito las alarmas, llevo las cartas, hago fotocopias Raquel y Julio trabajan conmigo. Luego algunos días tomo un café con mi compañero y echamos la bonoloto. Me gusta mucho mi trabajo y me llevo muy bien con todos, dicen que soy muy majo». Quien así se expresa es Gonzalo, un joven que tras concluir en Fundación Personas sus estudios de FP de auxiliar de servicios administrativos, completa su Formación en Centros de Trabajo (FCT) en el instituto de Secundaria Canal de Castilla de Villamuriel de Cerrato, donde ejerce como conserje. Hasta aquí todo normal, pero Gonzalo tiene una peculiaridad: es una persona con discapacidad intelectual que, sin embargo, no le resta un ápice de competencia para poder ejercer cada día su trabajo. Al igual que sus compañeros Borja, Raúl, David, Javier, Francisco Pakia, Carla, Lucía, Victor, Isabel y Mario, los once alumnos de este programa que desde comienzos de abril trabajan en las conserjerías de diferentes centros oficiales de la capital. Y con otra características común: sus compañeros y sus jefes están encantados con su trabajo. «Una vez que adquieren el aprendizaje los primeros días y conocen la rutina, resuelven perfectamente su trabajo y nos dan una lección diaria a todos», asegura el gerente de Servicios Sociales, Eduardo García Brea. Borja Santos trabaja como conserje en la propia Gerencia, Raúl Ortega ejerce en la residencia Puente de Hierro y David Vallejo en el centro base. «Cojo las citas para el médico, acompaño a la gente a la peluquería, anoto las incidencias, cojo el teléfono y desvío las llamadas» Raúl hace una relación detallada de la rutina que ejerce toda s las mañanas de los días laborables de las 8 hasta las 14:30. Y tanto se ha mimetizado con sus prácticas que incluso viste el uniforme del resto de conserjes. «Yo doblo cartas y las ensobro, acompaño a la gente a donde tenga que ir, doy citas por teléfono, traigo la documentación a la Gerencia», explica su compañero David. Un relato similar ofrece Borja, que se confiesa «encantado con mi trabajo. Además, creo que lo hago bien», afirma rotundamente.

El ritmo de aprendizaje puede ser un poco más lento, pero una vez que conocen las funciones que tienen que desempeñar en su trabajo, las realizan a la perfección. Además, la motivación es elevada y se esfuerzan tanto por demostrar a todo el mundo que pueden hacerlo que los resultados se equiparan al de cualquier trabajador totalmente entregado a sus tareas. Pilar Martín y Beatriz Campo son las dos profesoras que evalúan y dirigen la formación de estos alumnos, que participan en un programa de formación profesional básica en las instalaciones de Fundación Personas en la avenida de Madrid. Tras dos cursos completos adquiriendo competencias profesionales con un ritmo ajustado a su perfil, a través de una adaptación del curriculum personalizada, se incorporan al mercado laboral. Todos ellos trabajan como conserjes, que es el empleo que mejor se adapta a su perfil, en centros dependientes de la Junta y del Ayuntamiento. La experiencia es maravillosa para todos ellos, ya que les permite sentirse capaces de trabajar al igual que el resto de las personas. Pero, sobre todo, es un ejemplo para los compañeros, los profesores de los colegios y los alumnos que acuden diariamente a los centros donde ellos les reciben con una sonrisa desde la garita. Esos usuarios a los que acompañan, los funcionarios a los que llevan el correo, los estudiantes y docentes a los que facilitan fotocopias o incluso se las encuadernan y plastifican. «Se cumple un doble objetivo. Por una parte, es algo grande para ellos mismos, porque el empleo les permite realizarse como personas. Pero también se rompen barreras sociales, el resto de los trabajadores y de las personas que acuden a los centros les ven como empleados normales, con unas capacidades diferentes, cierto, pero que pueden explotar y desarrollar un trabajo normalizado. Creo que son un ejemplo para muchas personas», asegura el concejal de Servicios Sociales, Luis Ángel Pérez Sotelo. El Ayuntamiento acoge a cuatros de estos alumnos que también trabajan como conserjes en centros municipales. Víctor González y Lucía Martín ejercen en Efides, el centro municipal de formación en el barrio del Cristo. «Cojo el teléfono, hago fotocopias, escucho lo que me piden me encanta este trabajo», confiesa emocionada Lucía. La misma satisfacción muestra Víctor. «Me gustaría trabajar en esto en un futuro», asegura el joven. Isabel Fernández trabaja en el centro social Fernández Nieto, en el barrio de San Antonio. «Soy muy amiga de todos los compañeros y también de las personas que van al centro, a pintar, a los talleres les ayudo en lo que me piden y me tratan muy bien todos», relata.

Mario trabaja en la Agencia de Desarrollo, allí tiene su propia mesa, su ordenador, y trabaja como uno más con los programas Excell y Word. Parco en palabras, son sus jefes quienes aseguran que es un trabajador más en todos los aspectos y, sobre todo, en los resultados, ya que se le puede encargar cualquier tipo de tarea.

El periplo donde podemos ver in situ cómo trabajan estos once jóvenes que se forman en la Fundación Personas concluye en el instituto Camino de la Miranda. Allí nos esperan los cuatro jóvenes que completan la plantilla de alumnos de este ciclo formativo. En este centro de Secundaria trabaja Francisco Pakya González Gay, un joven que asegura que las relaciones personales con sus acompañemos, con todos los profesores y los alumnos son lo mejor de su trabajo. «Estoy feliz aquí», asegura. E igual de felices se sienten los responsables del instituto, que avalan un trabajo perfecto y no dudan en augurarle un prometedor futuro profesional.

Javier García realiza estas prácticas formativas en Carrechiquilla. «Conozco a todos, reparto documentos, cojo las llamadas, fotocopio hago lo que me mandan», indica. También en este colegio ejerce como conserje karla Fernandes, una joven con un marcado acento brasileño que previamente se formó como cocinera y también realizó sus prácticas en este centro. «He pedido volver allí para trabajar como conserje. Me gusta mucho estar con los niños y allí me siento muy útil. Además de las fotocopias y el teléfono y abrir las puertas, a veces les llevamos a clase y los martes, cuando traen un animal distinto cada semana, nos dejan ir a verle», explica muy contenta.

Y el alumno número once es Gonzalo Paredes, el mismo que encabeza el reportaje. Es de Villamuriel y trabaja en el IESO Canal de Castilla, el mismo instituto donde él acudió de joven. Ha cambiado de rol, antes fue estudiante y ahora es conserje. Llega el primero por las mañanas y abre las puertas y ventajas, hace fotocopias, corta con la guillotina, encuaderna lo que le mandan tiene una rutina que conoce a la perfección y en la que le avalan Raquel y Julio, sus queridos compañeros en la conserjería. «Claro que me considero capaz de hacer este trabajo. Soy majo, cariñoso y amable. Trabajador. Me llevo bien con todo el mundo».

Buscar un encaje

Es evidente que, al igual que sus compañeros, Gonzalo sabe venderse y, con solo observarles un buen rato, te das perfecta cuenta de sus múltiples capacidades, simplemente tienen unas capacidades diferentes. «Se trata de buscar el encaje que tiene cada uno. Siempre se ha dicho que todos somos en cierto modo incapaces en algún momento o necesitamos algún apoyo. Por ejemplo, cuando yo acudo al centro todos los días y les veo trabajar subidos a un tractor, me doy cuenta que hacen algo de lo que yo me considero totalmente incompetente», apunta el apoderado de Aspanis, Antonio Mota.

Pero si algo tienen en común estos once jóvenes es que han demostrado que son perfectamente capaces de trabajar como conserjes, que se entregan a su trabajo, que saben hacerlo y, en definitiva, que resuelven exactamente igual que el resto de las personas.

Sin embargo, su aventura laboral, aunque todos hayan superado con buena nota el período de prueba, ya tiene fecha de caducidad. A finales de mayo, deberán dejar sus puestos de traajo y, aunque mantienen viva la ilusión de poder dirigir hacia allí su futuro profesional, la verdad es que lo tienen difícil.

Es cierto que todas las administraciones reservan una parte de sus empleos para personas con discapacidad, pero no especifica de que tipo. No es fácil para ellos competir con opositores que, a pesar de tener una discapacidad física o sensorial, puedan tener incluso estudios superiores. Ellos necesitan pruebas adaptadas a sus condiciones. Y es ahí donde está su reto más inmediato, en conseguir que se les facilite el acceso a estos empleos valorando sus dificultades específicas. De momento, ya han superado su primera barrera: han demostrado a todos que pueden hacerlo. Ahora, solo les falta una oportunidad y un golpe de suerte. Porque, como sus profesoras insisten, tienen «otras capacidades»: «Queremos destacar sus competencias, sus valías y sus múltiples destrezas profesionales».

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