Germán Arconada, durante su intervención en la asamblea de Manos Unidas en Palencia.
Misionero en burundi

Germán Arconada: «Las vallas de Ceuta y Melilla son un insulto a la fraternidad universal»

El religioso palentino ha trabajado durante 51 años en Burundi y ahora lucha por establecer lazos de unión entre España y África

luis antonio curiel

Domingo, 3 de abril 2016, 14:34

Germán Arconada del Valle es natural de Carrión de los Condes y forma parte de los Misioneros de África, más conocidos como los Padres Blancos. Desde 1963 ha estado en Burundi, donde ha experimentado el sufrimiento provocado por tres guerras étnicas. Durante 51 años, hasta 2014, Germán ha trabajado sin descanso por uno de los países más pobres del planeta. Ahora, a sus 78 años, ya en su país de origen, sigue luchando por construir lazos de unión entre España y África. También ayuda en el comedor social Ave María, de Madrid, y visita la cárcel madrileña para atender y dar esperanza a los africanos.

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Con motivo de la asamblea de Manos Unidas celebrada el pasado mes de enero en Palencia, el padre Arconada ofreció un emotivo testimonio a todos los colaboradores y voluntarios, a los que animó a seguir trabajando y a los que agradeció su esfuerzo, que ha hecho posible numerosos proyectos de desarrollo en Burundi.

¿Cómo nació su vocación misionera, y qué papel jugó su familia y su pueblo en este sentido?

Es difícil de explicar, es como el enamoramiento. Me parecía que dar mi vida por estos africanos es lo que me convenía. Lo veía también como una invitación. Es evidente que en mi pueblo, Carrión, que era muy religioso, me sentía apoyado, sobre todo cuando fui ordenado sacerdote. Y este apoyo se ha hecho realidad a través del Grupo Carrión con sus Misioneros.

¿Por qué eligió África y, concretamente, Burundi?

Me daba pena escuchar todas las calamidades que hacían sufrir tanto a los africanos. Y la Sociedad Misionera a la que pertenecía sólo tenía un objetivo, África. Pedí ir a Burundi porque vi cómo un misionero, el Padre Mújica, era muy feliz trabajando allí. Creía que hacer algo por los pobres me haría feliz. Y no me equivoqué, a pesar de mis errores y fallos, en los que Dios ha seguido dándome confianza.

Después de 51 años en este país, ¿cómo se siente?

Agradecido a Dios, que me indicó este camino para mi vida y ha tenido gran paciencia y misericordia conmigo. Desde que conocí su misericordia ya no me asustan mis fallos. Y quisiera que tampoco me asusten los fallos de los otros.

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¿Qué cambios se han dado en Burundi desde su llegada?

Muchos, tanto de progreso material como humano. Han mejorado las carretas, las viviendas y el agua potable. También he vivido tres guerras étnicas entre hutus y tutsis, y la mejor solución se encontraba en ese Dios que nos da la fuerza para amar y perdonar. La solución a las divisiones no está en las armas ni en la violencia, sino en abrir el corazón al amor fraterno.

¿Queda mucho por hacer?

Claro, pero en todos los frentes, tanto en África como en Europa. El problema de los países pobres no está bien enfocado. Hemos dividido al mundo en dos partes: ellos y nosotros. Ellos son las cuatro quintas partes de la humanidad que viven en situaciones precarias. Y nosotros somos los privilegiados, la quinta parte de la humanidad que disfrutamos del 80% de las riquezas de este mundo. A ellos les hacemos responsables de su pobreza, mientras que a nosotros nos asignamos campañas como la de Manos Unidas y otras organizaciones y asociaciones para solucionar el problema del desequilibrio que hay entre ellos y nosotros. Ellos y nosotros, es una división hija del egoísmo entre los hombres por falta de fraternidad. Los pobres no necesitan sólo que les demos de comer, necesitan que les demos el lugar que les corresponde para construir el mundo.

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Háblenos de algunos de sus trabajos en estos años en Burundi

Durante 30 años creí que mi primer trabajo consistía en la labor social a favor de los africanos, claro está, enraizado en el Evangelio. Pero me parecía que lo principal era el progreso humano. Luché contra el hambre construyendo tres centros nutricionales a favor de los niños desnutridos. La promoción de la vivienda de la gente humilde fue también una gran preocupación. Pude construir, con la ayuda de un arquitecto, un puente metálico y hasta pude hacer unos caminos para facilitar el transporte. La enseñanza también fue una gran preocupación y pude construir algunas escuelas. Esto sin olvidar la construcción de dos iglesias y mejoras en algunos lugares de culto. No todo era trigo limpio, y en todo esto había bastante de vanidad. Pero debo decir que quería a la gente y me sentía querido, aunque no faltaron contradicciones que suscitaban dudas sobre mi manera de ser misionero.

¿Cuándo cambió su manera de trabajar?

El cambio empezó en 1993, durante unos ejercicios espirituales en Jerusalén. Me sentí misericordiosamente amado por Dios, a pesar de mis errores y fallos. Ocho meses después volví a Burundi y tres semanas después de mi llegada estalló la guerra más violenta que conocí en esta zona. Estos asesinatos entre hutus y tutsis carecían totalmente de sentido. Nos sentíamos como perdidos. Y una tarde, mirando el río con un amigo, vi el cadáver de un hombre sin cabeza arrastrado por el agua. Al poco tiempo, otro cadáver de otro hombre. Y me puse a reflexionar sobre de qué sirve construir una escuela o un dispensario si los destruyen durante la guerra. Hay que evangelizar de otra manera. Si conocieran de verdad a Dios-amor no se matarían. Lo principal en nuestra misión es ayudarles a comprender a Dios en sus vidas, que todo lo que hacemos hable de Dios.

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¿Cuál es la experiencia más dura vivida en este tiempo?

Sin duda las tres guerras étnicas (1972, 1988, 1993) que viví en Burundi. Estuve cerca de ellos. A su lado vi el bien y el mal, la mentira y la generosidad, el egoísmo ciego y la compasión. Conocí el miedo y el abrazo reconfortador. Vi la fuerza del perdón que brota de Dios y que reconcilia a los pecadores. Tardé en ver mis debilidades y flaquezas.

¿Y la más gratificante?

Cuando en todo esto descubres hombres y mujeres que saben sacrificarse por los otros de verdad. No puedo olvidar los que protegieron mi vida en los momentos duros de la guerra. Y todo eso gratuitamente, a cambio de nada.

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¿Ha temido en algún momento por su vida?

Claro. Cuando llueve, todo el mundo se moja. Pero sólo es un episodio en el que descubres a los amigos de verdad, y sobre todo a Dios, que no te abandona.

¿Cómo ha marcado la guerra a los burundeses?

La guerra no marca a todos por igual. Los que se aprovecharon de la guerra para enriquecerse o los que padecieron las injusticias de la guerra no fueron marcados de la misma manera. La guerra de Burundi no acabó con la victoria de los unos contra los otros, sino por acuerdos de paz para que la guerra no vuelva a producirse. Pero el maligno engaña a los hombres para que pueda haber guerras justas para arreglar las injusticias. La batalla contra los egoísmos no tiene punto final.

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Háblenos de su misión actual en España

Quiero seguir siendo misionero de África en España. Creo que España necesita a África tanto como África nos necesita. El Papa Benedicto XVI dijo que «África era el pulmón espiritual para la humanidad».Y veo a España muy alejada de Dios. Hablar de Dios hasta parece incongruente. No faltan los que pretenden ser un modelo de un país rico y potente desde su negación de Dios. Lo que yo quisiera es construir lazos de unión entre España y África. Lo que nos separa no son los 14 kilómetros del estrecho de Gibraltar, es el poco aprecio que tenemos a los africanos. Las vallas de Ceuta y Melilla para impedir a los africanos que se acerquen a nosotros son un insulto a la fraternidad universal. Pero no cabe duda que cada vez los africanos que están entre nosotros son más numerosos. No son un motivo de inquietud, sino un enriquecimiento mutuo.

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