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Raquel Martínez Carrascal
Sábado, 11 de julio 2015, 14:11
«El pincel era su pluma y el lienzo su pancarta, a través de la que expresaba la soledad, la rabia, la alegría...». Con este símil describe Blanca Sarasua la obra pictórica de su marido, el pintor bilbaíno Ignacio Ipiña (1932-2010). Acompañada del hermano del artista, José Luis Ipiña, y de varios amigos de la familia, Blanca Sarasua inauguró ayer la exposición Antológica. Ignacio Ipiña, que puede verse en la Fundación Díaz Caneja hasta el 9 de agosto.
La muestra recoge 36 óleos sobre lienzo o tabla en los que pueden contemplarse paisajes vascos, castellanos y ambientes industriales. Las obras, distribuidas en dos plantas, hacen un recorrido cronológico por la pintura de Ipiña. Así, mientras en el piso superior hay una buena muestra de los cuadros que pintó de Estella o de la mina de Bilbao, todos ellos realizados en las décadas de los años 50, 60 y 70, las obras de la planta inferior trasladan al espectador al Bilbao industrial, a Urdaibai o a la ría de Gernica, «como contraste entre dos rías, la del metal y el trabajo, y la ecológica», explica Blanca Sarasua, quien circunscribe la creación de estos óleos a las décadas de los años 80, 90 y 2000, hasta el año 2009 concretamente, «porque pintar era su vida», reconoce su viuda, por lo que el pincel le acompañó casi hasta sus últimos días.
Nadie mejor que ella, Blanca Sarasua, para hacer un recorrido en palabras por la vida y obra de Ignacio Ipiña, por la vida en común de dos creadores (ella es poetisa y premio San Juan de la Cruz), sus vivencias y anécdotas. Y así lo hizo ayer antes de explicar a los asistentes a la inauguración algunas de las 36 obras que componen la exposición.
Su evolución pictórica estuvo determinada por sus vivencias. El cubismo en la composición, el expresionismo como herramienta para proyectar sensaciones y el realismo crítico de sus paisajes conforman una base que contiene rasgos claros derivados de la Escuela de Vallecas. Pero la potencia y la fuerza, tanto en el trazo como en el color, los volúmenes construidos por manchas aplicadas con generosidad, principalmente violáceas, y un sentido histórico y social en el tratamiento de sus temas hicieron que su pintura ganara en personalidad.
«Ojalá que al público, al ver su obra, le apetezca mantener una conversación con su energía pictórica», concluyó Blanca Sarasua.
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