FERNANDO CABALLERO
Martes, 21 de abril 2015, 11:43
Félix de la Vega es un pintor palentino que ha creado una producción con una impronta personal muy sugerente, con personajes, en muchos casos toreros, trazados con fuerza plástica y a la vez psicológica. La Fundación Juan Manuel Díaz-Caneja acoge hasta el 17 de mayo una nueva exposición del artista, formada por 41 cuadros, en los que traslada al mundo del teatro su discurso plástico, caracterizado por una gran personalidad. Se trata de una exposición coherente en el tema e intensa en los contenidos.
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La exposición se denomina genéricamente Bululú. En el diccionario de la Real Academia este vocablo significa un farsante que antiguamente representaba él solo, en los pueblos por donde pasaba, una comedia, loa o entremés, mudando la voz según la calidad de las personas que iban hablando. Félix de la Vega tiene también algo de esta acepción, la de un pintor solitario que, sin recorrer los pueblos, ha creado una colección de cuadros que revive el mundo del teatro de manera global.
De la Vega aborda en estas 41 obras múltiples aspectos y motivos teatrales, desde las representaciones hasta el camerino, el palco o los diferentes géneros dramáticos y personajes (el citado bululú, títeres, los ñaques, los gangarillas, el mimo), hasta un homenaje a Federico García Lorca y su celebrado programa por los pueblos españoles de La Barraca, con un recuerdo especial al gran novelista Miguel Delibes y sus derivaciones teatrales.
Cada cuadro está acompañado de un texto del poeta palentino y crítico teatral Javier Villán, lo que refuerza la unidad de la exposición y le confiere una carga literaria que la enriquece mucho más.
La serie Bululú resulta ambiciosa en sus contenidos. Se abre con dos rostros titulados Tragedia y Comedia, que representan a dos arlequines caracterizados con sonrisa y tristeza, respectivamente, rostros creados a base de planos muy coloridos y que resumen los dos grandes géneros teatrales que condicionan la actitud del espectador ante una obra, el drama y la comedia. El tercer cuadro es la Alegoría teatral, que combina varios personajes y escenarios, como el Quijote, Romeo y Julieta, arlequines, músicos o bufones, y que Villán presenta como un símbolo de que todo en el teatro es alegoría e invención, y también un milagro.
A partir de aquí se suceden escenas, casi siempre de varias figuras, que representan grandes obras, clásicas y contemporáneas. Cada cuadro esconde una historia, una reinterpretación que ofrece el pintor de las obras teatrales a las que se refiere. El gran teatro del mundo, de Calderón de la Barca, por ejemplo, incluye un enigmático desnudo de mujer, junto a personajes de diversas épocas, en una lectura irónica del mundo teatral, como ocurre también en Pequeño teatro de un submundo.
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Segismundo, de La vida es sueño, aparece retratado preso entre cadenas, en una obra que marca diferencias con el resto, porque la colección de Bululú se caracteriza por representar casi siempre escenas colectivas de personajes. El mundo clásico está muy representado, como el mundo fantástico que desprende El sueño de una noche de verano, de Shakespeare; Celestina y sus discípulas, de Fernando de Rojas; Fuenteovejuna, con la lectura actualizada de una manifestación encabezada por la pancarta «Todos a una»; El viejo celoso, El juez de los divorcios y La guarda cuidadosa, de Cervantes, o La dama boba, de Lope de Vega.
La historia del teatro avanza con Valle Inclán, Luces de bohemia y Divinas palabras; Miguel de Unamuno, El otro; Muñoz Seca, La venganza de don Mendo; Luigi Pirandello y su célebre Seis personajes en busca de autor, tema sobre el que Félix de la Vega insiste con los títeres que buscan a su creador; Antonio Buero Vallejo, El tragaluz y La fundación, y el más moderno, Fernando Arrabal, con Una naranja sobre el monte de venus y su obra más conocida, Pic nic, en la que una agradable y apacible tarde de merienda termina en un campo de batalla, una acertada interpretación surrealista de este irreverente escritor. Pero no faltan guiños a otros autores como Miguel Hernández, que le ha permitido al pintor volver a sus personajes de toreros en Los sentados. Tampoco un género muy español que combina teatro y música, la zarzuela, en Coro de actores.
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Dice Javier Villán que Miguel Delibes no escribió teatro, pero sus personajes son un espejo de la España cainita, viven de la tragedia y por eso sus novelas tentaron a los dramatugos. Félix de la Vega se hace eco de ello con las obras Las guerras de nuestros antepados, El camino, Las ratas y El huerfanito (La sombra del ciprés es alargada).
Félix de la Vega ha creado una colección completa sobre el teatro, pero manteniendo el lenguaje plástico que le caracteriza, con tipos muy definidos, regordetes, algo deformados, y que se presentan con un aspecto melancólico. Son personajes con unos rasgos muy marcados y una mirada potente. No en vano, son cuadros muy matéricos, con mucho pigmento y una paleta cromática rica en color, pero con una tendencia a los tonos oscuros, que crean ambientes sórdidos, muy del estilo del pintor.
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De la Vega trabaja muy bien los grupos de personajes, su composición y la comunicación que aplica a los personajes, bien a través de la mirada, del gesto o del movimiento de las manos. Una exposición, en definitiva, coherente, intensa y cargada de simbolismo, de historias pictóricas en torno al teatro, en una visión personal de este excelente pintor palentino.
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