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Detectar agua en el desierto eso es lo que hace José María Yagüe, el artista cuellarano. Cuánta agudeza en su mirada. El desierto es La Tierra de Pinares, tan aplanada, tan sedienta, pero bajo su prisma se convierte en una montaña abrupta, ahíta de sorpresas. Ahí está la metáfora. Es decir, que Yagüe, zahorí, es un poeta. Lleva una semana su exposición en la última planta del Esteban Vicente. Ha montado allí su tienda de naturalista y su taller de taxidermia. Qué bichos. Algunos resultan tan fantásticos que parecen sacados de un catálogo de criaturas monstruosas medievales. Otros parecen reales por el terror que nos causan. En el suelo, su hábitat, verá el visitante una colección de culebras. Todo lo obtiene de la observación paciente y minuciosa del pinar donde a veces instala su cabaña y pasa temporadas recluido, como un monje en íntima comunión con las dunas y los terraplenes. Solo así puede salir lo que sale de sus pinceles, solo así puede llenar cuadernos y cuadernos de apuntes al natural, enloquecido por la fiebre. Es un prodigio. No sabes si estás ante Linneo, ante Rodríguez de la Fuente o ante el Borges del 'Bestiario fantástico'. A pelo y pluma. Todo lo toca este artista místico cuyo verbo sereno y mirada levemente encendida recuerda a San Juan de la Cruz a punto de llegar al éxtasis.
Por fin La Tierra de Pinares, tan huérfana, ha dado un sanador que la observa con ojos zahorí, un domador de criaturas fantásticas crecidas entre las arenas silíceas y el cauce del Cega. Qué gusto ver en el museo no solo lo obvio, es decir, el pinar, también los bichos que lo pueblan. Y no hablo del lobo, del zorro, del jabalí, del tejón o de la garduña. Hablo de animales minúsculos, casi fantásticos; cucarachas, gusanos, libélulas, alacranes. ¿De dónde ha salido Yagüe, tan oculto como una mariposa? Habla con mucho cariño de sus abuelas, una de Cuéllar, otra de Arroyo. Las abuelas llenan de afectos el mundo.
Si tienen ocasión no se lo pierdan. Salí emocionado. Vayan con tiempo. Y ensimísmense ante los cuadernos. El visitante que llegue a la última planta del Esteban Vicente se topará con el laboratorio de un observador y tendrá que dedicar horas para sacar partido a la visita porque se va a encontrar con una representación ingente de plantas y bichos, unos conocidos, otros insólitos.
Se me ocurre pensar que alguien vela por nosotros, que ya tenemos un domador de fieras que protege la vastísima cabaña asilvestrada de La Tierra de Pinares. El ganado está a salvo. Pero no solo el ganado, también la flora delicada, exótica y delirante. Estamos ante un zahorí ensismismado que ejerce, ante todo, como poeta.
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